[...] Existen dos clases de política, política de partidos y política revolucionaria. En la política de partidos, todos los partidos están de acuerdo en la naturaleza y la justicia del objetivo social a alcanzar, pero difieren en la forma de lograrlo. La existencia de diferentes partidos se justifica, en primer lugar, porque ningún partido puede ofrecer una prueba irrefutable de que su política es la única que puede alcanzar el objetivo común que todos desean y, en segundo lugar, porque ningún objetivo social puede alcanzarse sin sacrificar parcialmente los intereses del individuo o del grupo, y es natural que cada individuo y grupo social promueva una política que limite dicha cuota de sacrificio al mínimo y afirme que, si deben hacerse sacrificios, sería más justo que otros los hicieran. En una política de partidos, cada partido trata de convencer a los miembros de su sociedad apelando principalmente a su razón; reúne datos y argumentos para convencer a los demás de que su política tiene más posibilidades que la de sus oponentes de alcanzar el objetivo deseado. En un sistema de partidos es esencial que las pasiones no suban de temperatura: la oratoria, por supuesto, requiere apelar a las emociones del auditorio para ser eficaz, pero en una política de partidos los oradores deberían mostrar la pasión teatral de fiscales y abogados defensores y no perder los estribos. Fuera del Congreso, a los diputados se les invitaría a cenar en casa de sus rivales; en la política de partidos no hay sitio para los fanáticos.
En una política revolucionaria, distintos grupos dentro de la sociedad tienen opiniones distintas sobre lo que es justo. Cuando así sucede, los conceptos de argumento y compromiso ni se plantean; cada grupo tiende a considerar al otro malvado o demente o las dos cosas a la vez. Toda política revolucionaria es un casus belli en potencia. En una política revolucionaria, un orador no puede convencer a sus oyentes apelando a su razón; puede convertir a algunos despertando y apelando a su conciencia, pero su función principal, ya represente a un grupo revolucionario o contrarrevolucionario, es despertar su pasión hasta el punto de que toda su energía se vuelque en la obtención de la victoria total para su propio bando y la derrota total para sus oponentes. En una política revolucionaria, los fanáticos son esenciales.
Regreso al blog después de no sé cuántos meses con una cita de W.H. Auden, dos párrafos tomados de su ensayo "El poeta y la ciudad". Y lo hago porque pocos comentarios me parecen más ajustados a la estrategia de tierra quemada que nuestra querida derecha política lleva poniendo en práctica desde hace tres años. El PP se ha convertido en un partido revolucionario, una perfecta facción antisistema que busca la obtención del poder a toda costa, sin importar el perjuicio que su actitud pueda causar a los demás. Este comentario puede parecer intempestivo, toda vez que desde hace semanas las aguas parecen haberse serenado un poco. Quizás sea eso lo más peligroso. Han vuelto a ponerse la piel de cordero, pero sabemos (y no deberíamos olvidar) de lo que son capaces cuando las cosas no toman el rumbo que ellos esperan y desean. Recuerdo bien que leí (y traduje) esas líneas de Auden el pasado otoño, cuando las hostilidades estaban en su peor momento, y las aplaudí secretamente por su clarividencia. Muchas veces pensé en colgarlas aquí. Lo hago ahora, cuando parece que mi navegador ha vuelto a recobrar la cordura y a no colgarse, él, en los momentos más inoportunos.
Casi medio año sin escribir en esta bitácora, que ha sufrido las mismas intermitencias que los muchos diarios que he comenzado y abandonado al poco tiempo. De nada sirvieron promesas, seguridades, disculpas tan volátiles como mi ánimo. Los amigos se extrañaban, me lanzaban cordiales reproches, iban perdiendo fe en mi constancia. Esta vez las promesas están de más... Lo prometo.
En el aula causal
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- *Profesor*: ¿Por qué y para qué estudiar, por qué es mejor aprender que
ignorar?, preguntáis ... Esta es mi respuesta:
El ser humano es el animal qu...
Hace 13 minutos
1 comentario:
Hola Jordi, hace unos días leí esta crítica sobre la traducción de "Los señores del límite" , escrita por un profesor de Filología Inglesa de la Universidad de Zaragoza. Me gustaría saber qué opinión le merece lo escrito.Un saludo cordial.
"Quien quiera leer a W. H. Auden tendrá que hacerlo en inglés. Por suerte puede hacerlo con cierta abundancia en Los Señores del límite, antología bilingüe editada por Jordi Doce; pero por desgracia las traducciones de Doce son con frecuencia un fiasco—aunque no dudo de que este libro se habrá promocionado como una edición de calidad (en Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2007). No le pedimos a un traductor sólo que no tenga errores de juicio o de elección, que los tiene Doce, ni que se limite a tener aciertos, que también los tiene a docenas. Le pedimos ante todo y por favor que no meta la pata escandalosamente, cosa que aquí sucede con demasiada frecuencia. ¿Por qué traducir el título "The Watershed" como "La poza" (53-54)? ¿O "stranger" por "extranjero", en lugar de "forastero"? ¿O en el verso final de "1929" (p. 72-73) por qué traducir "the bridegroom, beautiful" por "la novia, hermosa"—en el poema de un homosexual, para más inri? Hace falta, o manda huevos...
O, en el verso final de "At the Grave of Henry James", por qué traducir "make intercession / for the treason of all clerks" por "ampáranos / Haz frente a la traición de los oficinistas"? Seguramente al traductor no le suena la alusión a La trahison des clercs, de Julien Benda, que Auden leyó al parecer demasiado tarde, y ya por los años 40 le hacía pensar y arrepentirse de algunos excesos de intelectuales. Así que, mejor, "la traición de los intelectuales". Hablando de eso, también está mal traducido ese verso crucial de "Spain" que provocaría la crítica de Orwell, cuando dice Auden eso de que hoy toca "The conscious acceptance of guilt in the fact of murder", y que aquí se vuelve en "La aceptación consciente de la culpa ante el hecho del crimen" —como si estuviese Auden hablando de crímenes cometidos por otros, y no de asesinatos propios o asumidos como propios porque los comete, a sangre muy fría, el bando de los nuestros. En fin, que la traducción me ha distraído de la poesía y del pensamiento de Auden".
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