jueves, abril 25, 2019

ada salas / descendimiento





Hace poco más de un mes, el jueves 21 de marzo, tuve el honor y el privilegio de acompañar a Ada Salas en la presentación de su libro Descendimiento (Pre-Textos, 2018), que tuvo lugar en el Auditorio del Museo del Prado. Fue un acto memorable por muchas razones, pero en especial por la atmósfera de complicidad y de entrega que se estableció muy pronto entre la poeta y sus oyentes. Fue una celebración en toda regla de la poesía y del arte. Un acto de afirmación que nos permitió reconocernos en nuestro amor por la palabra.

En ese contexto, todo discurso crítico corre el riesgo de sonar impertinente o aguafiestas. Así que opté por tirar del ovillo de mi lectura personal y ver adónde me conducía. El resultado (que El Cuaderno ha tenido la gentileza de publicar en una versión ligeramente retocada) se puede leer aquí. Ojalá sirva para acercar a nuevos lectores a este libro excepcional.

miércoles, abril 17, 2019

ezra pound / causa


Reúno estas palabras para cuatro personas,
tal vez otros lleguen a oírlas.
Ah mundo, me das lástima,
no conoces a estas cuatro personas.


I join these words for four people,
Some others may overhear them,
O world, I am sorry for you,
You do not know these four people.


de Lustra (1916)

sábado, abril 13, 2019

jane yeh / breve historia de la migracion





Embarcamos en una concha marina para surcar las olas.
La mitología de nuestro viaje incluyó suciedad, tiburones, un zepelín y cables.
Comimos siempre lo mismo durante diecisiete días seguidos (panqueques).
Aprendimos a decir sí, por favor en cuatro idiomas diferentes.

Nuestros gorros forrados en piel no servían de nada en el dulce aire de septiembre.
El misterio de nuestra estirpe era un sarape sobre nuestras espaldas.
En la pradera, los lugareños intentaron tomarnos por lo que éramos.
Aprendimos qué eran el esturión, las lavadoras, el tedio y el falso bronceado.

Nos apuntamos al club de La fruta del mes para ampliar horizontes.
El dominio de nuestro follaje implicaba un mar interminable de cortar
césped.
Asistimos a ferias de dulces con un grado sospechoso de fervor.
Sobrecargamos a nuestros hijos con violines, malos peinados y diplomas.

Nuestros nombres cambiaron para hacerse más fáciles de recordar.
El monasterio de nuestra herencia fue reconvertido en prácticos aperitivos.
Vendimos frigoríficos a gente que ya tenía frigoríficos.
Vivíamos en la gloria suburbana de nuestros adosados sobre plano.

Nuestros hijos cambiaron para hacerse más gordos y mezquinos.
La memoria de nuestra verborrea era como un escalope al viento.
Guardábamos el dinero cerca, y nuestros sentimientos más cerca aún.
En caso de emergencia, siempre había un bate de béisbol a mano.



traducción J.D. / el original, aquí

martes, abril 09, 2019

yo es otro





Poesía, desde siempre, es lo que hacían otros (lo propio no tenía interés ni misterio, no desprendía el aura que aprendí a vincular, muy pronto, con los libros ajenos). Y eso que ellos hacían me pedía, me reclamaba incluso, que diera un paso al frente: entrar en ellos, habitarlos, o bien traducirlos si se daba el caso. El poema era eso, lo que accedía a ser habitado, y no tanto –no siempre– ese «coser y descoser en vano» (la expresión es de Yeats) que implicaba escribir y que me sumergía en un mar de dudas y recelos, de tanteos sin rumbo. Después de todo, una cosa es creer en la arquitectura del idioma y otra muy diferente dejarse intimidar por los andamios.

Un día lo entendí: la solución pasaba por convertirse en otro, es decir, inventarse el poeta a quien uno pudiera traducir sin vergüenza, o con las mismas ganas que los demás poetas, los de verdad, seguían despertando cada vez que volvía a ellos. Decir «los de verdad» implica, desde luego, que la verdad se inventa –la verdad literaria, claro está, torciendo un poco para mis fines la idea de Machado–, pero también que nadie es del todo real hasta que no decide ser alguien, otro, el mismo y distinto, conforme las palabras asoman a la página.

Dicho de otra manera: igual que hacíamos en la escuela, escribimos al dictado, transcribimos, pero antes debemos inventarnos al escritor que lleve nuestro nombre, crear la figura que recorre el pasillo y dice las palabras que nosotros recogemos en la libreta. Algo así. Solo entonces se empieza a entender lo que decía Eliot: «la poesía […] no es la expresión de la personalidad, sino una huida de la personalidad». Una liberación.

viernes, abril 05, 2019

paréntesis


Aún quedan en Oviedo algunos lugares que no parecen de este tiempo. Pensaba en esto mientras iba caminando hacia el lugar de mi reunión y descubría en los alrededores del campus de humanidades de la Universidad una insensata mezcla de nuevo y antiguo, de construido y arruinado a partes iguales. Tal vez porque se trata de una ciudad escasamente maleada por la industria, hay rincones que no han cambiado, como si formaran parte de un escaparate invisible o los protegiera desde hace cien años un nombre mágico. Ese día, por ejemplo, la placita que se abre de espaldas a la Facultad de Letras se me apareció como una ilustración de cuento de Clarín o de Palacio Valdés, con sus galerías y sus vigas de madera combada y sus fachadas de colores pardos y crema. Daba igual que la autopista pasara a veinte metros o que los motores pautaran el aire con un zumbido voraz y estropajoso. Vi a unos niños jugando al fútbol y dando vueltas en bicicleta, y de pronto me entraron unas ganas enormes de pasar la tarde sentado en alguno de los bancos que rodeaban los parterres, observando a la anciana vestida de negro que me observaba y al tendero que se fumaba un cigarrillo a la puerta de un bar mientras controlaba el paso a su local, una covacha oscura que imaginé con olor a fritanga y las paredes cegadas por carteles y anuncios de clases o ventas a particulares. A esas horas, con la humedad demorando la sobremesa y las digestiones frente al televisor, me sentí un poco fuera de lugar, más que nada por la cartera y la prisa con que caminaba a una cita que no sabía aún si era de trabajo o de amistad. Luego, a la hora de fijarla en este cuaderno, la plaza se me ha resistido, como si esa visión fugaz no bastara para entregarme todos sus detalles. Quedaba en el aire una música, una atmósfera, pero como arena esos colores y formas apenas entrevistas se me escurrieron sin remedio entre los dedos.

lunes, abril 01, 2019

poética involuntaria


En una de las obras que hice en Lowestoft tenía que interpretar a un borracho y salí a escena dando bandazos. El director alzó los brazos para detener el ensayo.
–¿Se puede saber qué estas haciendo? –preguntó.
–Interpretar a un borracho –dije ofendido.
–Exacto. Estás interpretando a un borracho. Y yo te pago para que seas un borracho. Un borracho intenta simular que está sobrio, y tú simulas estar borracho. Lo estás haciendo justo al revés. [...]

Michael Caine, de su autobiografía La gran vida