martes, diciembre 30, 2008

unas líneas de auden

[...] Es difícil concebir una sociedad abundante que no sea una sociedad organizada para el consumo. El peligro en una sociedad así es el de no distinguir entre aquellos bienes que, como la comida, pueden consumirse y hacerse a un lado o, como la ropa y los automóviles, descartarse y reemplazarse por otros más nuevos, y los bienes espirituales como las obras de arte que sólo alimentan cuando no se consumen.

En una sociedad opulenta como Estados Unidos, las regalías dejan bien claro al poeta que la poesía no es popular entre los lectores. Para cualquiera que trabaje en este medio, creo que esto debería ser más un motivo de orgullo que de vergüenza. El público lector ha aprendido a consumir incluso la mejor narrativa como si fuera sopa. Ha aprendido a mal emplear incluso la mejor música, al usarla de fondo para el estudio o la conversación. Los ejecutivos empresariales pueden comprar buenos cuadros y colgarlos en sus paredes como trofeos de estatus. Los turistas pueden «hacer» la gran arquitectura en un tour guiado de una hora. Pero gracias a Dios la poesía aún es difícil de digerir para el público; todavía tiene que ser «leída», esto es, hay que llegar a ella por un encuentro personal, o ignorarla. Por penoso que sea tener un puñado de lectores, por lo menos el poeta sabe algo sobre ellos: que tienen una relación personal con su obra. Y esto es más de lo que cualquier novelista de bestsellers podría reclamar para sí.


El ensayo entero, aquí.

domingo, diciembre 28, 2008

convergencias


Me pregunto si entre aquellos que construyen su holgada, segura y rectilínea vida académica sobre la de un escritor que vivió inmerso en la miseria y la desesperación, habrá uno solo que se avergüence.

Elias Canetti, La provincia del hombre, nota de 1967

Los eruditos

Calvas cabezas olvidadas de sus pecados,
viejas, doctas y calvas cabezas respetables
editan y comentan las estrofas
que jóvenes poetas, echados en sus camas,
rimaron con amor desesperado
halagando el oído ignorante de la belleza.

Todos bajan la voz y tosen tinta;
todos gastan la alfombra con sus pasos;
todos conocen al vecino de su vecino
y piensan lo que piensa el otro.
Oh Señor, ¿qué dirían
si su Catulo caminara así?

W. B. Yeats, Los cisnes salvajes de Coole (1917), trad. J.D.

 

sábado, diciembre 27, 2008

árboles


Avancé con el coche por una calle lateral y me sorprendieron, de repente, los largos dedos oscuros y sarmentosos, vueltos hacia arriba, de los árboles de la Plaza San Miguel, manos de bruja o candelabros donde la cera se ha secado y ennegrecido hace mucho. Tal vez contribuyera a ese efecto casi alucinatorio la soledad de las calles, vacías a esa hora de la sobremesa, y el gris claro, casi transparente, de las nubes que se extendían sobre la ciudad iluminándola, duplicando de algún incierto modo la luz del día. En ese aire como recién lavado las formas sin hojas de los árboles recobraron su condición extravagante, ese aire de delirio que la costumbre logra ignorar o hacer a un lado habitualmente. De pronto, su salvajismo resaltó aun más contra la cuadrícula de las fachadas, las formas regulares y resueltas de la plaza. Más desorientadores que dinosaurios, concluyó una vez Julien Gracq al verlos descansando bajo la lluvia en un prado vecino, y la expresión desvela mejor que ninguna otra su extrañeza primordial, la distancia insalvable que nos separa de ellos, su antigüedad prehistórica. Hincados en tierra y abiertos hacia el cielo, son los ejes que mantienen el planeta en su sitio, los gruesos cables en tensión que procuran, como en un puente, su estabilidad. Incluso estos humildes y nudosos árboles de ciudad, comidos por la incuria y el hollín, más feroces aún en su abandono, y que hoy han querido mostrarse –siquiera por un minuto– tal como son. Pero no había ninguna bella durmiente esperándome al otro lado, y he optado más bien por rodearlos, solemne y respetuoso, y salir mansamente de la plaza.

jueves, diciembre 25, 2008

un poema de tom raworth


de repente

el alfabeto se pregunta
qué hacer
el papel se siente impotente
los colores pierden matiz

y mientras
todas las notas musicales
dibujan el azul de un blues

un álamo italiano
ensombrece la tierra
sembrada de plumones
amortiguando el ruido

junto al lago
en la carretera del sur

en el cielo nocturno arriba
por el azar dispersas
las estrellas dejaron de moverse
las amapolas ya no bailan

en la hierba que yace inmóvil
junto al sendero donde nadie camina
.
.
Trad. J.D.
Más información (y unas cuantas sonrisas), aquí.

miércoles, diciembre 24, 2008

4 definiciones

Viajero
Cuanto más viajaba, más veía en los extraños rasgos de sus amigos, de su familia.

Diplomático
Sólo sabía decir una frase. Pero ¡qué habilidad para que nunca sonara fuera de lugar!

Juez
¿Un hombre frío? Así le describen. Pero el temor a convertirse en alud le ha petrificado.

Inquisidor
No quiso tirar la primera piedra. Se la reservó para rematarlo.

lunes, diciembre 22, 2008

(breve) elogio de la vulgaridad

Algunos artistas parecen existir únicamente para dignificar lo que en otros nos irrita o avergüenza: ciertas inclinaciones o maneras de hacer que, en ellos, se vuelven soportables e incluso placenteras, reinventadas con una convicción contagiosa, desprovistas del aguijón que nos espantaba hasta entonces. No son muy importantes, tal vez, pero nos dan una dosis de extravagancia o de vulgaridad por un precio asequible, y nos sueltan un poco, nos hacen más elásticos y tolerantes, más espaciosos.

domingo, diciembre 21, 2008

john burnside, «ratones de campo»

Dibujo de Beatrix Potter


Pienso en ellos como invitados.
Lo más cerca que estamos, en este pulcro barrio, de lo salvaje,
ese olor en el cobertizo
como a cicuta, o estos jirones de papel
donde una vez tuvimos bulbos o semillas;

ese deslizamiento de hueso y piel
que persiste, en un sueño semiolvidado,
durante semanas, no más
consistente que el viento que escuchamos
detrás de las tertulias y los telediarios; una corriente oculta

de calidez y espanto, viva bajo el hogar
que sólo es nuestro a medias, compartiendo su miedo,
como si nuestras vidas estuvieran escritas en el aire
o cifradas en polvo
igual que almizcle, o un rastro.

Trad. J.D.

viernes, diciembre 19, 2008

7 sietes

Hablan de las ruinas no por lo que son, sino por lo que fueron, pero su destrucción es lo único que les hace hablar.

*

¡Qué pesados, estos cabezas huecas!

*

Palabras-patrulla, que salen de noche y traspasan en secreto la línea de los dientes para reconocer el terreno. Dejan el campamento al cuidado de los sueños.

*

Palabras-espoleta, que al pronunciarlas hacen estallar el silencio.

*

Se duerme en los laureles, pero en posición fetal.

*

Libros densos, decantados, como el tizón ennegrecido que asoma entre los restos de una hoguera.

*

Me confiesa quién aspira a ser, qué alto rango o posición querría alcanzar. Y de inmediato se empequeñece a mis ojos.

jueves, diciembre 18, 2008

como instrumentos musicales


Hace poco leí en la red que Tom Clark (1941), el autor de este poema, estaba enfermo y pasaba por graves apuros económicos después de una vida dedicada a la docencia y la edición casi artesanal de poesía (en Estados Unidos, el no disponer de seguro privado es un riesgo que se paga muchas veces con el desahucio y el abandono social). Yo recordaba una foto suya en que aparecía sonriente, lleno de vitalidad, con aire de hippie despreocupado, y me costó relacionar aquella imagen con su estado actual. Este poema sigue estando para mí tan vivo como el primer día, desde su arranque vagamente surrealista hasta los últimos versos, de una intensidad y limpidez memorables.


Poema

Como instrumentos musicales
abandonados en el campo
las partes de tu sentimiento

se disponen a conocer una quietud
la pura conversión de tu
vida en arte parece destinada

a no suceder nunca
no te importa
te sientes espiritual y alerta

como debe sentirse el aire
al girar en el cielo azul
sientes que

nunca podrás tocar algo o a alguien
de nuevo
y entonces lo haces


Trad. J.D.

miércoles, diciembre 17, 2008

en el parque 5


Hay hielo en los estanques
y un sol escuálido
me guarda las espaldas.

Desciendo al frío.
Las sombras de los chopos
van conmigo.

martes, diciembre 16, 2008

en el parque 4

Iba con prisa, sonriente, dando pequeños saltos y conversando animadamente consigo mismo, dándose instrucciones muy claras y rotundas. Parecía inofensivo, un niño grande. Su compadre invisible, sin embargo, me inquietaba bastante más.

lunes, diciembre 15, 2008

w. b. yeats, «política»

POLÍTICA

En nuestra época, el destino del hombre
presenta su sentido en términos políticos.
Thomas Mann


¿Seré capaz, estando allí esa chica,
de prestar atención
a la política española
o la romana o la soviética?
Pero aquí hay un hombre viajado
que sabe de qué habla,
y a su lado un político
que ha leído y pensado largamente,
y tal vez lo que dicen sea cierto
de la guerra y el riesgo de una guerra,
mas ah si volviera a ser joven
y pudiera tenerla entre mis brazos.

Trad. J.D.

sábado, diciembre 13, 2008

lo que el gerente le dijo a mi amigo

En el original, «What the Chairman Told Tom». El Tom en cuestión es T.S. Eliot, quien, como se sabe, trabajó unos años (los años de escritura de «La tierra baldía») en un departamento del Banco Lloyd's. Este poema de Basil Bunting (1900-1985) no es muy representativo de su trabajo, por lo común más oblicuo y blindado formalmente, lleno de ironía y de una admirable tensión verbal (hay una estupenda edición en Lumen a cargo de Aurelio Major), pero me hace tanta gracia como el primer día. Lo mejor, la forma en que parodia ciertas opiniones y actitudes que, al parecer, son tan eternas como la poesía misma. He intentado actualizarlo un poco para que no pierda un ápice de su tono amargamente sarcástico (redundancia: todo sarcasmo es, por definición, amargo).


¿La poesía? Un hobby.
Yo colecciono trenes de juguete.
Y ese de ahí, Martínez, tiene un palomar.

No es un trabajo. No se suda.
Nadie te paga por hacerlo.
¿Por qué no anuncia un gel de baño?

La ópera, eso es arte. O un musical…
Cats, por ejemplo.
Mi mujer cantó en el coro.

Pero pedirme mil quinientos al mes…
Está casado, ¿verdad?
Ya le vale.

¿Con qué cara me enfrento
al chofer de la empresa
si le pago a usted mil quinientos?

¿Y cómo sé que es poesía?
Mi hijo tiene diez años
y al menos sabe rimar.

Gano un kilo al mes sin contar primas,
más coche y dietas,
y eso siendo contable.

Lo que yo digo en mi empresa
va a misa.
¿A qué no puede decir lo mismo?

Que si una palabra aquí, otra allá…
La verdad, no es sano.
Sólo estar con un poeta me da picores.

Unos impresentables, eso es lo que son,
unos rojos y unos yonquis.
Lo que escriben apesta.

Lo dice mi sobrino, y algo debe saber,
da clases en un instituto.
Haga el favor de buscarse un trabajo.


El original, aquí.

fantastic place

He vuelto del trabajo a esa hora del otoño en que la noche, ya caída, no se ha cerrado del todo y deja respirar un poco las brasas de la tarde. He cruzado el parque, casi desierto a excepción de algún corredor y unas pocas parejas absortas. Del estanque venía un frío glacial, como de urna de piedra, ese frío que cae sobre las cosas y las deja muy quietas, aferradas a su latido expectante. Mientas subía la cuesta inicial entre las estatuas algo kitsch de viejos reyes y príncipes medievales iba sintiendo cómo la inquietud del trabajo iba quedando detrás, se fundía con la gravilla y la arena oscurecidas. Luchaba por no dejarme invadir por la tristeza, esa melancolía de segunda mano que nace del cansancio y nos empareja con la peor versión de nosotros mismos (repugnancia, una vez más, de la espiral autocompasiva, del enfermizo ir y venir sobre lo mismo). El paseo hasta el otro lado del parque ha durado unos veinte minutos, veinte minutos de frío y silencio y soledad casi inexpugnables, y cuando he salido a la luz y el tráfico de mi barrio es como si el día me hubiera dado una segunda oportunidad, una prórroga que sigue aún vigente mientras escribo estas líneas, casi cuatro horas más tarde. La sensación de tregua, de un espacio exento en el que puedo moverme con relativa fluidez, no se ha extinguido, como si hubiera interiorizado los rasgos del espacio que atravesé esta tarde: la soledad, el silencio, la ferocidad casi primordial del frío que dejaba al mundo en puro hueso de sí. Un túnel de lavado emocional, una versión mínima del desierto del que salí casi febril, aturdido, pero a la vez extrañamente sereno, como si tal cosa. Como si algo en mí hubiera dicho, ya está bien, date un poco de tiempo, date un respiro, respira. Respira. Hasta ahora.

viernes, diciembre 12, 2008

el guiño del visir

José Ángel Cilleruelo ha escrito una generosa nota-guiño sobre Poética y Poesía. Sí, tienes razón, escribir nos sirve para pensar mejor, o al menos con más precisión. Ya decía Machado que «en mi soledad he visto cosas muy claras que no son verdad». Al ponerlas por escrito dejamos de ser uno, rompemos esa soledad, objetivamos nuestro pensamiento y tomamos distancia de él, podemos estudiarlo, matizarlo o incluso refutarlo. Un saludo, gran visir.

otro poema de seamus heaney


La bienvenida a Castries

Tenso y dispuesto como un luchador, con las piernas separadas, sostienes ante ti el coco previamente preparado, cáliz verde con el que podrías estar a punto de practicar libaciones. En cambio, has de levantarlo, mirar a través de él y verter el agua mohosa en tu garganta.

Entretanto, con un tajo del machete sobre el tablero, el vendedor va segando casquetes de jugo y corteza y decantándolos en un contenedor de plástico. Y si alguna vez pensaste en los cocos como un fruto opulento y pardo y fibroso, olvídalo. Son desproporcionados y desiguales, con jorobas pronunciadas, mercancía de buhonero apilada en la parte trasera de las camionetas, un muladar de cáscaras abiertas y fragmentos pelados y amarillentos.

Con todo, cuando tu anfitrión te dice, «ponte así», y acerca el botín de aguachirle a tus labios, inclinándolo, algo en ti sabe responder a la invitación y declinar el adorno turístico de la pajita que el vendedor te ofrece. Frente a frente, entre los dos formáis una pequeña cuenca donde un griego recibe a otro griego.


(Este texto en prosa recuerda con exactitud lo sucedido en Castries, en el trayecto del aeropuerto a casa de Derek Walcott, cuando, detenidos al borde de la carretera, nos invitó a probar por vez primera agua de coco, bebida directamente de la cáscara. Febrero 2000).


Trad. J.D.

jueves, diciembre 11, 2008

una página, un jardín


Un repentino florecer de caracteres,

De signos vivos, surgidos de la nada
Charles Tomlinson



Manchas, bosquejos, nubes negras
en tu cielo de calígrafo,

y de pronto la lluvia sobre el jardín de musgo,
las piedras encendidas junto al estanque:

gris contra gris en la seda pintada.
En esta calma de humedades o inminencias

late la tinta incisa: una rapaz que se abate
y acobarda las aguas con sus tercos talones.

Esquejes, trazos foscos,
signos de savia que retoñan hasta extenuarse.

Pisas las baldosas humildes
y otro suelo cede, ni aquí ni allá,

entre dos mundos que se enlazan
en la punta de los dedos.

Vendrá la bruma enemiga, borradora,
pero no aún.

Entretanto pintas, no pintas,
miras los pinos desperezarse, tan cerca.

miércoles, diciembre 10, 2008

en el parque 3

Oigo un ruido de pasos
en la gravilla helada,
un chasquido vital y meridiano
que acucia en mis omóplatos.
Miro atrás, miro en torno,
y nada,
sólo el ruido de nuevo,
y nada.
(Arriba pasa el viento).
             Sólo
son las hojas que caen,
este morir incandescente de las hojas.

martes, diciembre 09, 2008

guillevic, «diálogos» y 3

Foto: Luis Burgos


– ¿Estás cansado?
– Vuelve a preguntar.
– Te cansa.
– Menos que tu silencio.



– ¿Calculas?
– A veces.
– ¿Qué, por ejemplo?
– Tu resistencia.



– ¿Anotas?
– Sí.
– ¿Lo que digo?
– Al margen.



– ¿Duermes?
– A veces me gustaría.
– Pero te veo dormir.
– Es que me duermen.



– Mira mis ojos.
– Los conozco.
– ¿Seguro?
– Seguro de que me huyen.



– ¿Es todo?
– Sí.
– ¿No hay más que decir?
– Otro tanto.



– ¿Sales?
– No.
– ¿Partes?
– Creo.



– ¿Lejos?
– Sí.
– ¿Contento?
– Adiós.



– La amistad.
– Hace falta.
– ¿Toda?
– Mira el agua.



– ¡Qué historia!
– ¿Cuál?
– La nuestra.
– ¿Es una historia?



– Y mientras, el mar.
– ¿Qué?
– Sigue.
– Como si nada.



– Abre, abrid.
– No.
– Abramos.
– Sí.


Trad. J.D.

jueves, diciembre 04, 2008

guillevic, «diálogos» 2



– Los viajes, los puertos, las islas.
– Para los demás.
– ¿Y para ti?
– Demasiado espacio.



– A tiro de piedra.
– Se dice.
– ¿Tienes práctica?
– Como si.



– Entra.
– ¿Se apoya en la barra?
– Bebe un vaso, pelea, cae.
– Ya lo he leído.



– Iba muy rápido.
– ¿Hacia dónde?
– Aleluya.
– Exactamente.



– ¿Estás a merced?
– Como de costumbre.
– ¿De las palabras?
– Además.



– Es como la hoja.
– ¿Qué hace?
– Se hace la hoja.
– Como la hoja.



– ¿Así que estuviste solo?
– Completamente solo.
– ¿En todas esas calles?
– En esas calles completamente solas.



– ¿Duró mucho?
– Demasiado.
– ¿En relación a qué?
– En relación a mí.



– ¿Qué? ¿El agua?
– Ella también.
– ¿Qué?
– Su historia.



– Es decir.
– Di.
– ¿Qué?
– No digas.



– ¿Dibujas?
– Invento.
– ¿Qué?
– La carretilla.



– ¿Otra hora?
– Nos hace tanta falta.
– ¿Para qué?
– Para preparar la nuestra.


Trad. J.D.

en el parque 2

Estas mujeres mayores, a la entrada del parque, con su mirada cauta y sus permanentes ajadas. Hablan de sus nietos o sus perros con una ternura y una comprensión que no se conceden por un instante a ellas mismas. Miran hacia rincones perdidos del aire sin deponer su sonrisa, buscando palabras contra el frío.

miércoles, diciembre 03, 2008

lotofagando


Marta Agudo y Andrés Sánchez Robayna han escrito un par de textos muy generosos sobre mi poesía para el último número de El Lotófago, la revista virtual que el galerista Luis Burgos sostiene contra viento y marea (es decir, contra la tempestad de muchos brazos de la crisis, y más en el mundo del arte). Con los artículos van también un par de poemas antiguos y una brevísima selección de «hormigas blancas».

Si visitáis la página, no dejéis de pasearos (es decir, con tiempo por delante, con tranquilidad) por sus muchos artículos y comentarios sobre arte y literatura. La sección de números anteriores, en particular, es casi inagotable.

schooldays

Llegan tarde al colegio, como cada mañana. La mayor, parecida también en esto a su madre, con mueca de apuro, la cabeza echada hacia delante, el cuerpo abrazado a una prisa insuficiente; la pequeña, no más de cinco o seis años, al otro lado de su madre pero ajena a ella, distinta de ella, con el rostro impaciente y hasta resentido, mirando con aspereza a quienes las miran como diciendo, no es mi culpa, yo no estoy aquí, sé perfectamente cómo evitarlo pero nadie me ha preguntado. No se da cuenta de que puede mantener la dignidad gracias precisamente a la mano que sostiene su madre y que le exige caminar erguida, con paso alerta y casi aéreo. Día tras día la misma escena, el mismo esfuerzo de indiferencia o distanciamiento. La misma resignación huraña y avergonzada ante unos extraños a los que, sin embargo, invoca y necesita como testigos de su pequeña cruz.

martes, diciembre 02, 2008

en el parque

Aquella pareja que paseaba con su perro por la avenida del parque. Por su forma de caminar, la inclinación silenciosa de los hombros y la cabeza, había como una grieta entre ellos, una fisura antigua; parecían separados en todo menos por su perro, que hacía de bisagra con sus andares responsables, mirando alternativamente a un lado y otro, olisqueando a conciencia setos y parterres y obligando a sus dueños a caminar juntos, casi acompasados. Su dignidad era deliberada, sabía perfectamente lo que estaba en juego, como un niño que con sus llamadas de atención trata de borrar la sombra en los ojos de sus padres. Otra forma, tal vez, de ser un buen perro lazarillo.

lunes, diciembre 01, 2008

guillevic, «diálogos» 1



– Se aburre, ese campanario.
– No.
– ¿Cómo lo sabes?
– Se caería.



– ¿Y el cielo?
– Ahí está.
– ¿Y no le dices nada?
– ¡Que mire!



– Esta puerta.
– La conozco.
– Sordomuda.
– Por fuera.



– Ese paseante.
– Pasa.
– Tal vez quisiera...
– Tal vez.



– Otra piedra.
– No es seguro.
– ¿Cómo?
– No hay más que una.



– La hoja cae.
– No lo sabía.
– La teja cae.
– Lo había predicho.



– ¿Por qué esta barrera?
– Vete a saber.
– ¿Quién lo sabe?
– Ni tan siquiera ella.



– Y el verano, ¿puede durar?
– Pues claro.
– ¿Pero mucho, mucho tiempo?
– Todo un instante, tal vez.



– Un páramo, ¿qué es?
– Un espacio que muerde.
– ¿A quién?
– Al espacio.



– El reloj de pared.
– ¿Qué hace?
– Se acostumbra.
– A repetirse.



– Llaman a la puerta.
– Es el viento.
– Entonces, ¿por qué ese miedo?
– ¿Qué viento es?



– Bajo el suelo.
– Un techo.
– ¿Entre los dos?
– Lo que cuenta.



– Lo que quieres.
– Bastantes cosas.
– Se ahuecan ante ti.
– Luego existo.



– Una bola que rueda.
– Para eso está.
– ¿Y cuando no rueda?
– Es una bola.



– Las puertas.
– Me dan miedo.
– Pero duermen.
– ¿Sobre qué?



– Otro muro.
– Hace falta.
– Pero ¿un muro para nada?
– Es lo que hace falta.



– Con prismáticos.
– Es bastante triste.
– ¿Por qué?
– No alargan los brazos.



– Un guardia de guardia.
– En pleno campo.
– ¿Y qué guarda?
– El horizonte, tal vez.



– Hay cinco continentes.
– No se me dan bien.
– ¿Qué?
– Las divisiones.


1971-1976


Trad. J. D.

de Autres (poèmes 1969-1979), Gallimard, París, 1980; Diálogos, Nómadas, Oviedo/Gijón, 2000.