jueves, septiembre 29, 2016

auden / at last the secret is out


  


Ya el secreto salió a la luz
como es forzoso que suceda,
maduro el chisme que divierte
al amigo que tienes cerca;
sobre manteles y en la plaza
las lenguas se van de la lengua;
que las apariencias engañan
y nunca hay humo sin hoguera.

Detrás del cuerpo en el estanque,
detrás del fantasma en los hoyos,
detrás de la dama que baila
y el hombre que bebe a lo loco,
bajo la mueca de cansancio,
la migraña y los ojos rojos
hay historias que no se cuentan,
no todo lo que brilla es oro.

Para la clara voz que canta
desde la tapia del convento,
el perfume de los arbustos,
los cuadros con escenas de recreo,
el croquet en verano,
el saludo, la tos, el beso,
hay siempre una clave privada,
hay siempre un secreto perverso.


Trad. J.D. / el original, aquí.



Hace unos años el responsable de una revista cultural madrileña me llamó para solicitarme la traducción de un célebre poema de Auden. El poema, en realidad una canción, se titula «At last the secret is out» y forma parte, junto con «Funeral Blues» y otras piezas, de las «Twelve Songs» («Doce canciones») que Auden compuso en 1936. Entre nosotros el poema es muy conocido porque Jaime Gil de Biedma lo tradujo al español para la edición definitiva de Las personas del verbo. Eso fue justamente lo que razoné al atender la llamada: ya existe la versión de Gil de Biedma, ¿por qué no recurrís a ella? Mi interlocutor hizo como que no me había oído. Quizá pensó en problemas de derechos, en agentes y herederos espinosos. El caso es que el encargo se mantuvo.

Cuando alguien te muestra su confianza hasta ese punto lo mejor es no hacerse de rogar y proceder con rapidez. Pero antes releí la traducción de Gil de Biedma y la comparé con el original. Me llevé una sorpresa. Bien es verdad que el autor de Moralidades dice que la suya es una versión «en romance»: tres estrofas de ocho octosílabos cada una, con rima asonante en los versos pares. Pero es más que eso, pues lo que hace Gil de Biedma es traducir culturalmente la escena del poema de Auden, ese mundo británico del club de golf y salones de té y setos de boj, a la España de su tiempo, con su café de plaza y su juego de naipes y hasta un monasterio con la correspondiente tapia. Alguna decisión es más difícil de entender: por ejemplo, traducir «still waters run deep», que es algo así como «la procesión va por dentro», por el refrán «que la cabra tira al monte», que tampoco –diría– se justifica en el contexto del poema.

En mi caso he preferido optar por el eneasílabo, aunque manteniendo la rima del original en forma de asonancia en los versos pares: ea en la primera estrofa, oo en la segunda, y eo en la tercera.

sábado, septiembre 24, 2016

no estábamos allí / novedad






Allá por 2011, poco después de la publicación de Perros en la playa, me encontré en una presentación con un poeta de mi quinta, un escritor al que admiro no sólo por su obra sino por su nervio crítico, su inteligencia. Le di la enhorabuena por su nuevo libro de poemas, que acababa de ver la luz, él esbozó una sonrisa tímida, como solía, y acto seguido me espetó: «¿Y tú qué? ¿Cuándo sacas algo?». Expliqué algo confusamente que Perros en la playa estaba en la calle y que yo lo veía, casi, como un libro de poesía, que eran cinco años de trabajo y me costaba desprenderme de él. Entonces él amplió su sonrisa y volvió a la carga: «Ya, ya, todo eso está muy bien, ¿pero cuándo vas a sacar un libro de poemas poemas…?». Y extendió los brazos y las manos como abarcando algo de solidez irrefutable, un objeto volante identificado o por lo menos reglamentario. La pregunta quedó colgando en el aire, como si él mismo se hubiera asustado un poco de hacerla. No supe qué responder. En realidad, no recuerdo si llegué a hacerlo. La memoria se detiene ahí, en el instante de la pregunta, convertido de pronto en instante significativo, como esos pasajes de los cuentos de Cortázar que nos obligan a volver atrás y cambiar fatalmente el sentido del relato.

No sé muy bien por qué cuento esto. Más allá del lapsus de mi admirado poeta, esa evidencia algo melancólica de que hasta las mentes más finas y entrenadas pueden caer en las trampas del etiquetado, recuerdo bien la pregunta porque venía a remachar mi propia inquietud al respecto. Era yo mismo el que, por mucho que insistiera en que Perros en la playa era un libro de poesía, sabía que no era un libro de poemas, quiero decir, de poemas poemas, publicado en una colección al uso y presentado con una lectura a juego. Era yo mismo el que, por mucho que insistiera –creo que con razón y con razones– en que todo, prosa y verso, poemas y ensayos y fragmentos y aforismos, formaba parte de un mismo proyecto de escritura, no podía evitar contagiarme de las definiciones –forzosamente limitadoras– de los demás: lo propio de un poeta era y es publicar libros de poemas, quiero decir, de poemas poemas. Y hacerlo de manera regular, cumpliendo con las obligaciones de un imaginario plan quinquenal, y si es posible con premio de por medio, que es algo que viste mucho.

Bueno, ese libro está aquí, por fin. Se titula No estábamos allí y ve la luz en la colección La Cruz del Sur de la Editorial Pre-Textos gracias a la generosidad de sus responsables, Manuel Borrás, Manuel Ramírez y Silvia Pratdesaba. Unos pocos poemas del libro han ido apareciendo ocasionalmente en revistas y páginas web, así como en Nada se pierde. Poemas escogidos, la antología que publiqué el año pasado con las Prensas de la Universidad de Zaragoza, pero sólo ahora aparecen en el marco que he creado para ellos. Y ese marco, por cierto, incluye en cubierta un hermoso y sugerente dibujo a tinta del pintor asturiano Melquiades Álvarez, con quien ya tuve el privilegio de colaborar hace tiempo en su libro Caminos. El resultado es espectacular, al menos a mis ojos. Nunca el aspecto material de un libro ha coincidido tan plenamente con la imagen mental que tenía de él durante su preparación.

Hace algunas semanas tuve la oportunidad de leer algunos de estos poemas, en privado, a un grupo de escritores amigos. Dije entonces, y lo repito ahora, que el tipo de creatividad que me permitía escribir un libro de poemas cada tres o cuatro años estaba asociada a una forma de vivir la literatura que había terminado por hacerme daño. Era, por decirlo en pocas palabras, una actitud contraproducente, que iba en contra de aquello mismo que se suponía que debía ser la escritura: un aprendizaje moral e intelectual, una forma de hacer mejor –más intensa y plena, más benéfica– la vida. Perros en la playa, como se dieron cuenta los pocos lectores que tuvo, fue el fruto y el testimonio de esa puesta en cuestión. Y este libro, No estábamos allí, es la prolongación de ese mismo impulso, de esa etapa, que viene durando ya unos diez años.

Voy cerrando esta nota egotista, que no tenía otro objetivo que anunciar la publicación del libro pero que ha cobrado, ay, un peligroso aspecto de confesión no pedida. Tengo la sensación de que todo lo que escribo es una misma sustancia verbal, la lengua de hielo de un glaciar que va abriéndose paso muy lentamente, y que sólo el azar de la oportunidad o de ciertas decisiones formales va creando con el tiempo, en algún margen de esa lengua, este o aquel volumen. A mis ojos no hay mayor diferencia entre No estábamos allí y Perros en la playa o un librito de ensayo como Zona de divagar. Las clasificaciones formales o genéricas palidecen en comparación con el peso de las propias obsesiones, de los lastres y piedras imantadas de la imaginación, hasta de los tics verbales.

Eso sí, los poemas de este libro se podrán al menos presentar y leer en público sin disculpas ni aclaraciones previas, lo que no deja de ser un alivio. De momento, me permito disfrutar con el resultado y compartirlo humildemente en esta página. Es tiempo, por breve que sea, de celebración.