miércoles, diciembre 27, 2006

tiempo de offa

Llevo casi tres semanas sin añadir nada a esta bitácora. En parte, se debe al exceso de trabajo (un libro que debo entregar sin falta estos días y que me tiene amarrado al duro banco). Pero también a la dichosa actualización de Internet Explorer que descargué a mediados de este mes y que me ha descompuesto el sistema. Supongo que es algo sin importancia, pero no he logrado solucionarlo. Y la falta de tiempo no ayuda, precisamente.

Entretanto, ha habido algunas novedades de las que no he dado cuenta aquí. Una de ellas, la estupenda reseña de Himnos de Mercia que el crítico asturiano Luis Muñiz publicó la semana pasada en Culturas, el suplemento literario de La Nueva España. Es una reseña modélica, muy superior a lo que estamos acostumbrados a leer en Babelia, por ejemplo (con excepción de Antonio Ortega). ¿Por qué gente como Luis o Jaime Priede no están haciendo crítica en los suplementos de los grandes periódicos nacionales? No espero que nadie responda a esa pregunta, pero ahí queda, por si algún redactor jefe se cansa de su actual cuadrilla.


Tiempo de Offa

Poeta prácticamente desconocido en España, el británico Geoffrey Hill (1932) blande por igual en su obra las armas de la parodia y la mirada visionaria, y en su tercer libro, Himnos de Mercia (1971), se sirve de ambas para erigir un monumento al reino del mismo nombre (integrante de la llamada heptarquía anglosajona) y su monarca legendario, Offa, que lo gobernó en la segunda mitad del siglo VIII. Monumento, a veces, en sentido literal, pues muchos de los treinta poemas en prosa que componen el volumen parecen tallados en piedra, como las Estelas de Víctor Segalen; pero monumento, también, devastado por la ironía y el sarcasmo, porque la hímnica de Hill, su calculado artificio lingüístico, que juega deliberadamente al cultismo y la adición de fragmentos, es asediada de continuo por la intromisión de un tiempo mucho más próximo al nuestro (el de la infancia del propio autor), que se filtra al marco temporal de partida y permite inocular el veneno del presente en el relato de un pasado que, ya de por sí, se nos aparece envuelto en brumas, cuando no en el aura de violencia y duras consonantes del viejo anglosajón, la lengua que se hablaba en la isla antes de la conquista normanda.

De la influencia rítmica y aliterativa que ejerce en los Himnos aquel antiguo inglés (cuyo sustrato aflora de vez en cuando en las obras de, entre otros, Ted Hughes o el primer Auden), así como de la genealogía del poema (Pound, Eliot, Bunting, Saint-John Perse, el citado Segalen, añadimos nosotros), dan cumplida cuenta la introducción de Julián Jiménez Heffernan y el epílogo del gijonés Jordi Doce, quienes, además, firman conjuntamente una estupenda traducción; una de ésas que hacen posible leer en español a un poeta inglés sin que parezca que su lengua materna es la de Cervantes. Lo contrario, tratándose de Hill, hubiese sido estúpido, ya que su escritura no encuentra parientes próximos ni lejanos en nuestra tradición, excepción hecha, quizás, del Antonio Gamoneda de Lápidas, cuyas concomitancias con Hill son señaladas por Jiménez Heffernan con su proverbial olfato para la literatura comparada. Es cierto que las viñetas en prosa del libro del asturleonés ofrecen un similar entrecruzamiento de tiempos (el infantil de posguerra y el León medieval de los mercados), pero los respectivos talantes son tan distintos (el último premio «Cervantes» no acostumbra a vestir la tragedia con los ropajes del sarcasmo) que la invitación a una lectura en paralelo resultará más placentera por el contrapunto que por la semejanza.

De cualquier manera, y sea mucha o poca la vecindad que haya entre Hill y Gamoneda, toda la obra del británico (y los Himnos, dentro de ella, más que ningún otro libro) se inscribe en una tradición netamente anglófona, la del poema que se construye a base de fragmentos, de ruinas lingüísticas; en este caso, de las ruinas enterradas del viejo anglosajón, sobre las que han ido superponiéndose sucesivas capas de inglés afrancesado. Como, además, la perspectiva del poemario es histórica, tenemos que hablar necesariamente de épica y, más en concreto, de épica poundiana, esta vez propulsada por versículos de aparente salutación a un gran monarca. No obstante, la mofa y el chiste de bar acechan en cada esquina del texto, como ocurre en el tercero de los himnos, donde un chef y «un rey con su sombrero recién erguido» (Offa en pleno siglo XX) se funden en un mismo, cómico, personaje, que ofrece mostaza a sus compañeros de farra; una escena que, según Heffernan, habría que situar en 1936, año de la coronación de dos reyes ingleses, Eduardo VIII y Jorge VI. El solapamiento de tiempos es deudor de Eliot y Pound, pero Hill no viaja hasta la alta Edad Media para poner orden en el presente, tal como hicieron sus maestros con la cultura grecolatina, el Renacimiento y, también, el medievo; busca, como el Joyce de Ulises con Homero, el contrapunto irónico que le proporciona la yuxtaposición de su época y la de Offa; aunque, de paso que se hace eco de los hechos del rey, permite que el anglosajón que hay en él emerja a la superficie del poema (no en vano su región natal, Worcestershire, era parte de Mercia en el momento de mayor esplendor del reino). Y es aquí donde su apuesta diluye las fronteras temporales y crea, mediante el lenguaje, un tiempo, el de los Himnos, que es a la vez las dos épocas y ninguna; porque, al dejarse contagiar por el viejo inglés germánico, por sus ritmos entrecortados y sus chasquidos consonánticos, el poeta se contagia, asimismo, de su cultura trágica y violenta, lo que le lleva a incrustar en una recreación de viejas crónicas medievales escenas de su propia infancia, marcada por la posguerra de la segunda gran conflagración mundial.

Luis Muñiz

La Nueva España, 21 de diciembre de 2006

sábado, diciembre 09, 2006

antonio gamoneda

Ha pasado una semana desde la concesión del Premio Cervantes a Antonio Gamoneda, y las voces de los maledicentes se han apagado tan rápido como surgieron. Tal vez vuelvan a prender el próximo mes de abril, cuando Antonio vuelva a Madrid para dar su discurso. Fuegos fatuos que nada pueden contra la hoguera verdadera de la palabra poética. Si hay un premio merecido, ése es el que se le acaba de conceder a Antonio Gamoneda. No hay discusión. Y los que hemos visto a lo largo de los últimos casi veinte años (en mi caso, unos diecisiete) cómo esta obra ha ido creciendo en la estimación de los lectores y los críticos, no podemos sino congratularnos.

He vuelto a colgar la portada del número de octubre de Quimera, para recordar el dossier que se le dedicó entonces y en el que se incluye una versión muy editada del coloquio que unos cuantos poetas mantuvimos con Antonio el pasado mes de julio. El número ya no está en librerías, pero, si estáis interesados en conseguir un ejemplar, podéis escribir a quimerarevista@gmail.com para adquirir uno.

Más cosas. El Círculo de Bellas Artes de Madrid ha creado un página donde pueden escucharse en formato QuickTime una selección de las lecturas y conferencias que han hospedado este último trimestre. Entre ellas, la lectura conjunta de Jorge Riechmann y Antonio Gamoneda que tuvo lugar a mediados del pasado mes de octubre. Si quéreis escuchar la voz del maestro, pinchad aquí.

Por último, cuelgo el breve artículo sobre Gamoneda que vio la luz hace una semana en el periódico asturiano La Voz de Asturias, y que es una versión muy abreviada y corregida del texto que abría el dossier de Quimera. Una pequeña trampa a la que me vi obligado por la urgencia y la falta de tiempo. Creo, con todo, que estas pocas líneas resumen bastante bien mis sentimientos acerca de la obra de Antonio. Una vez más, enhorabuena.


Claridad sin descanso

Hablar de Antonio Gamoneda es hablar de poesía en su sentido más alto y riguroso. No de otro modo cabe definir la intensidad creciente con que Gamoneda ha ido afilando su escritura, reiterando preguntas que no esperan respuesta y buscando un lenguaje capaz de dar testimonio de los bordes mismos de la existencia. Así el valor de esta escritura: saber que somos palabras, lenguaje, una espiral de signos que al girar dibuja nuestro rostro inestable; y saber, a la vez, que estamos limitados (definidos) por la nada, que nuestra vida es un trayecto hacia la muerte y no se comprende sin ella.

Entre estos dos polos irreconciliables se mueve una poesía que no ha querido negar lo evidente. Si en las primeras páginas de Esta luz, su poesía completa, Gamoneda afirma: "Acaso entre tu mirada / y mi voz los muertos vibran", en uno de los exentos finales se esconde la lógica mortal de una imagen que tiene mucho de estación de término: "Las serpientes se desnudan en la luz y las madres silban en el oído de los agonizantes."

Esa lógica mortal nos aboca una y otra vez a preguntas cuya pureza se ha ido haciendo más insoportable con el tiempo. Pero en su reiteración, y en el vigor con que el poeta las hace suyas, está la clave que atraviesa el conjunto y nos deslumbra con su claridad sin descanso, por evocar una de sus imágenes más memorables.

Ahora los premios acercan esta claridad a nuevos lectores. Les envidio su suerte, ese deslumbramiento primero con que las palabras de Gamoneda quedan selladas a nuestra existencia. Porque, más allá del homenaje merecido, sólo eso importa: la convivencia íntima con la palabra y sus fuegos. Vayan desde aquí mi agradecimiento y mi enhorabuena al poeta, al maestro, al amigo.

La Voz de Asturias, 2 de diciembre de 2006.

miércoles, noviembre 29, 2006

menos que uno

Supongo que siempre hubo un «yo» dentro de esa pequeña –y, más adelante, algo mayor– concha en torno a la cual «todo» sucedía. Dentro de aquella concha, la entidad que llamamos «yo» nunca cambiaba y nunca dejaba de contemplar lo que sucedía fuera. No estoy intentando insinuar la existencia de perlas dentro. Lo que digo es que el paso del tiempo no afecta en gran medida a esa entidad. Obtener una mala nota, manejar una fresadora, recibir una paliza en un interrogatorio o dar una clase sobre Calímaco en un aula son esencialmente la misma cosa. Eso es lo que nos hace sentirnos un poco asombrados cuando crecemos y nos vemos afrontando las tareas correspondientes a las personas mayores. La insatisfacción de un niño por la autoridad de sus padres y el pánico de un adulto que afronta una responsabilidad son de la misma naturaleza. No somos ninguna de esas figuras; tal vez seamos menos que «uno».

Joseph Brodsky, Menos que uno, traducción de Carlos Manzano, Siruela, Madrid, 2006, pp.24-25.


Las cursivas son mías, y son testimonio del asombro que sentí al leer estas líneas hace un par de días. Brodsky es uno de los escritores menos presuntuosos que conozco, tal vez porque en él hay una conciencia casi palpable de la escasa distancia que le separa de la dimensión más humillante de la niñez. No esa infancia arcádica que muchos, en cualquier caso, no hemos conocido, sino la infancia que es sinónimo de impotencia, de margen sin voz ni voto. Así las cosas, imposible envanecerse mientras uno siga sintiendo «asombro» de su propia adultez. Que es como decir que uno sigue sin sentirse a la altura de su propia vida.

domingo, noviembre 26, 2006

ráfagas

Azulean las horas detrás de la ventana,
hay un estruendo sordo de coches que destellan
al doblar las esquinas, bajo la lluvia unánime,
pasan capuchas y paraguas, luces agudas,
y en todas partes
(en cada quicio de tu cuerpo,
en cada surco)
se hace de noche lenta,
áspera,
penosamente. El tiempo de los verbos luminosos
se apaga como un fruto deshuesado
y las puertas se medio abren,
medio cierran
en una penumbra dubitativa.
Caminas por la casa con hambre de más hambre
pero todo conspira para contradecirte:
ángulos que se comban, goznes de niebla,
la cuadrícula fiel de las estanterías
y su partida siempre en tablas.
¿En qué instante del día desaparece el día?
Lejos del mediodía y su ojo sin pestañas,
miras oscurecerse las horas, el asfalto,
tu frente que construye
agrias fosforescencias de palabras
y dejas que la lentitud sea tuya, te amanse,
te remanse.
Si vinieras acá, si fueras más adentro,
oirías otra música,
no de calle,
no de lluvia insistente,
no de vivos colores
bajo la piel del agua:
una música inscrita en la red de la sangre,
en la trama de espejos de la sangre.
¿En qué momento de la noche se abre la noche?
Tibiezas corporales, instantes plegados,
replegados,
distancias que se anudan en el lecho expectante.
Un mundo se derrumba y otro yergue sus tallos
en el tibio lugar de la vigilia, junto a las ventanas
que ilumina, con su aliento benéfico,
el destello de sodio de las farolas.

domingo, noviembre 19, 2006

seamus heaney / allí mismo

De los dos poemas de Seamus Heaney que El Cultural publicó en sus páginas el pasado jueves, uno de ellos, «Höfn», ya había aparecido en esta bitácora en una versión ligeramente corregida. Cuelgo ahora el segundo, «Allí mismo», que nos devuelve a los paisajes y enseñanzas de su primer libro, Muerte de un naturalista. Iré colgando, a intervalos, algún poema más de este nuevo libro de Heaney, District and Circle, publicado hace escasos meses por Faber & Faber. (El encabalgamiento de los dos últimos versos es violento, lo reconozco, pero está en el original y creo que, pese a todo, funciona en nuestro idioma: es una violencia rítmica que hace justicia al asunto del poema.)


Seamus Heaney

ALLÍ MISMO

Una nidada fría, una puesta completa aunque escondida
bajo el mantillo del pasado otoño, y entonces supe,
por su lisa quietud, que se había arruinado sin remedio,
convirtiendo en mortal sudor un rocío
que empapaba las cáscaras sin hacerlas brillar.
Yo estaba de rodillas junto al seto, las manos apoyadas
sobre la hierba húmeda, adorador de aquello,
madrugador que indaga con las manos
y acostumbra encontrar huevos calientes. Pero no
este súbito tacto polar como un estigma,
este frío de círculo de piedra amaneciendo
en mi mortificada diestra, prueba innegable
de lo que allí pactó con la materia
hueca en su retraimiento planetario.

Versión de J. D.

lunes, noviembre 13, 2006

triple convocatoria

Sólo unas líneas para recordaros que este miércoles, a las ocho de la tarde, en la Sala Valle Inclán del Círculo de Bellas Artes de Madrid, tendrá lugar una lectura de poemas protagonizada por Juan Malpartida (Marbella, 1956) y Julio Trujillo (México DF, 1968). La propuesta inicial era tener entre nosotros a Tomás Segovia, pero el poeta anda en México, convaleciente de complicaciones postoperatorias, y se nos ocurrió llamar a Julio, excelente poeta y ahora director de la edición española de Letras Libres, para que nos acompañara en la mesa en el acto de leer, a modo de recuerdo y homenaje, algunos poemas escogidos de Tomás Segovia. No será lo mismo, obviamente, que tener al propio Tomás en persona, pero trataremos de hacer honor a su palabra. Y, después de esa lectura, será el turno de Juan Malpartida de leernos una selección de sus poemas.

Y el jueves a las ocho, también en el Círculo de Bellas Artes, pero en la sala María Zambrano, la escritora Olvido García Valdés (Santianes de Pravia, Asturias, 1950) nos hablará de su traducción de la poesía de las escrituras rusas Anna Ajmátova (en la foto) y Marina Tsvetáieva, trabajo realizado en colaboración con Monika Zgustova que vio la luz el año pasado en una bella edición de Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg.

Finalmente, el sábado a las doce y media, en la Librería Central del Museo Reina Sofía, Luis Muñoz y un servidor presentaremos Extracción de la piedra de la cordura (DVD Ediciones, 2006), último libro hasta la fecha de Martín López-Vega.

En fin, que se ha juntado todo esta semana. Para tomar aliento y hacer boca, copio aquí un breve fragmento de «Réquiem», de Anna Ajmátova, en la gran traducción de Olvido y Monika Zgustova.


LA SENTENCIA

Cayó la palabra de piedra
en mi pecho aún vivo.
No es grave, estaba preparada,
posiblemente me acostumbraré.

Hoy tengo mucho, mucho que hacer:
he de matar la memoria,
volver de piedra el corazón,
he de aprender a vivir de nuevo.

Y si no... El cálido rumor del verano
es una fiesta tras la ventana.
Desde hace un tiempo tenía el presagio:
un día claro y la casa vacía.

domingo, noviembre 12, 2006

reseña / himnos de mercia

Musa de la historia

La poesía de Geoffrey Hill (1932) provoca tanta admiración en Steiner y Bloom como en otros, menos eruditos y cultos, decidido rechazo o reticencia. Esta división de pareceres es fácil de comprender, como Ángel Rupérez explicó muy bien en su excelente Antología esencial de la poesía inglesa. Antes de él, los anglistas españoles Bernd Dietz y Francisco García Tortosa habían hecho interesantes aportaciones al conocimiento de esta obra que, por un lado, enlaza con las más atrevidas propuestas de Pound y, por otro, desarrolla las posibilidades entrevistas por Auden en las aliteraciones de la primitiva poesía nórdica.

Hill es un poeta doctus en grado mayor aún que Eliot y conocedor, como pocos, del sentido y las formas de la tradición . Himnos de Mercia es uno de sus textos más complejos no sólo por su investigación del poema en prosa –cuyos rasgos describió con detalle Jordi Doce– sino también –y tal vez sobre todo– por la combinación en él de dos tipos de dificultad: la derivada de un determinado uso de la lengua, en la que abundan la enumeración evocativa y los paralelismos de la himnodia; y la que dimana de un planteamiento poético de la historiografía y la intrahistoria, que conlleva una visión moralmente comprometida de la realidad. La primera dificultad es de índole lingüística o filológica, y con notas al pie de página, como el propio autor hace, se puede subsanar; la segunda, en cambio, exige un riguroso análisis de la filosofía de los géneros y se presta mucho a la polémica en la medida en que requiere una lectura en profundidad.

Hill parece, pues, transgredir la frontera que Aristóteles establecía entre poesía e historiografía, aunque, como Cicerón, asigna a ésta un valor retórico, que es el que este libro retoma y que podría explicar la razón por la que prima en él el poema en prosa. Seamus Heaney así lo entendió cuando en Stations, gustosamente, se vio sometido a su influencia. Pero hay un punto en todo este libro que todavía está por resolver y al que me gustaría añadir una humilde sugerencia hermenéutica: me refiero no sólo a su clara dimensión política sino también a su misma condición y constitución estética. Mi impresión es que Hill combina aquí dos planos (el de la Historia con mayúscula y el de la historia con minúscula, que se imbrican en la experiencia de la infancia, el sentimiento del paisaje y la mixtura del espacio y del tiempo) pero que lo hace de un modo trágico –y, en ocasiones, lírico– que recuerda a algunos de los procedimientos shakespeareanos y, en concreto, a aquellos que tienen como tema la meditación sobre el poder y, para ser exactos, el hipotema de la violencia fundacional del Estado.

Ese, y no otro, me parece la clave que rige estos Himnos de Mercia, en los que se alude a las leyendas monetales del rey Offa y a los títulos latinos que acompañaron su acción o la de otros reyes en los oscuros tiempos del medievo que se mezclan con los, no menos oscuros, de la memoria personal aquí. De manera que estos Himnos son de carácter político, como se puede ver en la cita de C. H. Sisson que, en la primera edición (1971), los introducía y que, como las acotaciones explicativas que acompañaban a cada uno de los poemas, luego se suprimió. Lo que ha tenido graves consecuencias para la recta comprensión del texto, aunque haya contribuido –y mucho– a aumentar el carácter abierto de la literariedad de esta escritura, porque –como observa Jordi Doce en su fundamentado epílogo– «el sentido aparece incorporado en la configuración misma de la imagen que genera y articula el poema». Y ello no hace sino añadir opacidad. Ahora bien, la opacidad también es un criterio estético, que estudió Fuhrmann y ejemplificó Montale y que, desde la Antigüedad clásica y su reformulación en el Barroco, no ha dejado de ser nunca uno de los rasgos distintivos de la estética de la modernidad.

La poesía de Hill no es oscura porque sea opaca, sino porque opone una expresa resistencia hecha de ironía y compasión, envueltas en la prosa rítmica que sostiene su lengua y en la que un teónimo celta como Cernunnos, documentado también en Numancia, entra en el mismo sistema referencial que Boecio, encerrado en una mazmorra de Pavía o que los recuerdos, en el poema XXII, de las cortinas corridas y las noticias de la radio durante la Segunda Guerra Mundial. Hill había demostrado desde siempre una predilección por el poema histórico, como en el dedicado a Ovidio o a Miguel Hernández, que le sirven no tanto para una profesión de fe culturalista como de solidaridad con las víctimas del dolor. Y eso es lo que este libro contiene: una teoría de la Historia no como progreso sino como dolor.

Jaime Siles

De ABCD las Artes y las Letras, ABC (4 de noviembre de 2006).

domingo, noviembre 05, 2006

geoffrey hill / himnos de mercia

Imagino que los más avisados habréis visto el libro en las mesas de novedades de poesía. Por alguna razón, he tardado más de la cuenta en avisar de su publicación en esta bitácora, pero la cabeza se deja imantar por demasiadas cosas a la vez y no es fácil mantener un ritmo regular de entradas. Me refiero a Himnos de Mercia, el libro del poeta inglés Geoffrey Hill (1932) que acaba de ver la luz en el sello DVD en edición de Julián Jiménez Heffernan y quien esto firma. Es un volumen que nos ha llevado casi tres años de trabajo discontinuo desde que Julián me enviara un primer ensayo de traducción que luego hemos afinado y refinado hasta el hartazgo. En realidad, la existencia de este libro se debe en un principio al entusiasmo de Julián y a ese primer borrador que aterrizó sin aviso sobre mi mesa. Himnos de Mercia pertenece a ese género de libros que uno asedia durante años sin atreverse a traducirlos: Hill entraña en cada palabra tal cantidad de matices y sugerencias que no hay traducción capaz de replicar la potencia del original. Sí, tal vez, de hacerla imaginable o concebible para el lector español, que es lo que hemos intentado en este libro. En cualquier caso, fue Julián quien rompió el hielo. A ese primer momento le siguieron varias sesiones durante las cuales peleamos cada sintagma y cada frase de los treinta poemas en prosa que componen la obra. Y, finalmente, a principios de este año redactamos los dos textos críticos que escoltan los poemas, así como las notas y la bibliografía correspondiente. Un trabajo obsesivo, en ocasiones, pero también lleno de buenos momentos.

Copio seguidamente el texto que hemos enviado como parte del dossier de prensa: incluye una breve nota biográfica de Hill y también el texto de contraportada, donde se describe de manera bastante precisa la naturaleza y alcance del libro. Cuelgo, asimismo, dos poemas del libro que os pueden dar una idea aproximada de sus méritos. Ayer, por cierto, en el suplemento literario del ABC, salió publicada una reseña del libro a cargo de Jaime Siles (la podéis encontrar íntegra en la siguiente entrada de esta bitácora).

Por cierto, para quienes tengáis más curiosidad sobre la figura de Hill, os invito a visitar el Geoffrey Hill Study Center de mi buena amiga Sylvia Paul. Buen provecho.


Geoffrey Hill es autor de once libros de poemas, reunidos este mismo año en el volumen Collected Poems (Penguin, 2006). Tras licenciarse por la Universidad de Oxford, trabajó durante más de veinte años como profesor de literatura en la Universidad de Leeds. Hasta el curso pasado, en que se jubiló, Hill ocupaba la cátedra de literatura y religión en la Universidad de Boston (Massachussets). Es autor, asimismo, de tres libros de ensayos: The Lords of Limit (1984), The Enemy’s Country (1991) y Style and Faith (2003). En 1978 el National Theatre puso en escena su versión de Brand, de Ibsen.

Himnos de Mercia, publicado en 1971, constituye un notable punto de inflexión en la trayectoria poética de Geoffrey Hill. No es sólo el único de sus libros adscrito el género del poema en prosa, sino también quizá el más asimilable a un impulso autobiográfico o confesional. Después del soberbio ejercicio de escritura simbolista de libros iniciales, en los que el lenguaje aparece sometido a un grado supremo de elaboración formal, Himnos de Mercia despliega una música más serena y accesible, cercana en ocasiones a la confidencia o la evocación íntima. Esta nueva música está en consonancia con unas páginas que vinculan la memoria personal al curso de la historia y a las huellas (visibles o invisibles) que deja en el paisaje y en la vida de sus pobladores. Secuencia de treinta poemas en prosa, Himnos de Mercia es, pues, varios libros en uno: relato elíptico de una infancia durante los años treinta y cuarenta del siglo pasado, reconstrucción elegíaca de un mundo rural al que la dilatada posguerra inglesa dio la puntilla, lectura del paisaje en la historia y de la historia en el paisaje, alzado etimológico del idioma inglés, buceo en los mitos y leyendas de la memoria colectiva.


Dos poemas

VI

Los príncipes de Mercia eran tejón y cuervo. Esclavo de su libertad, yo excavaba y atesoraba. Huertos fructificados sobre grietas. Yo bebía de los panales de arenisca helada.

«Un niño inadaptado en casa, solitario entre hermanos.» Mas yo, que ninguno tenía, alentaba una extrañeza, me entregaba a juguetes inalcanzables.

Velas de resina nudosa, ramas de manzano, el muérdago pegajoso. «Mira», decían, y de nuevo, «mira». Pero yo corría despacio; el paisaje se retiraba, regresando a su fuente.

En el patio del colegio, en los baños, los niños mostraban orgullosos sus cicatrices de moco seco, muñecas y rodillas adornadas de impétigo.


VII

Gasómetros, su rojo entre los campos. Represas de molino, piscinas de marga en completo reposo. Enjambres de anguilas. Coágulos de ranas: en una ocasión, con ramas y trozos de ladrillo, golpeó una acequia llena; luego se alejó furtivamente de la quietud y el silencio.

Ceolred era su amigo y lo siguió siendo, incluso tras el día del caza perdido: un biplano, ya entonces obsoleto e irremplazable, dos pulgadas de tosca plata densa. Ceolred lo dejó caer en barrena por un hueco abierto entre los tablones del suelo del aula, suavemente, sobre excrementos de rata y monedas.

Después del colegio atrajo a Ceolred, que se reía de miedo, hasta las viejas canteras, y lo despellejó. Luego, tras dejar a Ceolred, viajó durante horas, solo y tranquilo, en su camión de arena privado, derrelicto, de nombre Albión.

lunes, octubre 30, 2006

homenaje a ted hughes




De la cueva del tesoro de YouTube: Un vídeo de homenaje a Ted Hughes. Si no me equivoco, está hecho engarzando tres fragmentos documentales de distintos programas. Y está en inglés, claro. Pero se le puede ver en distintas épocas de su vida leyendo poemas y respondiendo a las preguntas de algunos periodistas. Iré colgando más vídeos de este tipo a lo largo de los próximos días. (Nota: Tened algo de paciencia, porque tarda unos segundos en cargar.)

domingo, octubre 29, 2006

david sylvian / orfeo (directo)




Primer intermedio musical en esta bitácora (en realidad una excusa perfecta para ensayar nuevos trucos, con permiso de YouTube): Una actuación de David Sylvian en un canal de televisión italiano. Año 1988. Está claro por el look de Sylvian. Pero es una de sus canciones más hermosas. Ahí va la letra y una traducción literal.

David Sylvian

ORPHEUS

Standing firm on this stoney ground
The wind blows hard
Pulls these clothes around
I harbour all the same worries as most
The temptations to leave or to give up the ghost
I wrestle with an outlook on life
That shifts between darkness and shadowy light
I struggle with words for fear that they’ll hear
But Orpheus sleeps on his back still dead to the world

[Manteniéndome firme en este suelo pedregoso
El viento sopla con dureza
Revuelve mis ropas
Albergo las mismas preocupaciones que muchos
La tentación de abandonar o de renunciar al fantasma
Me debato con una perspectiva de la vida
Que alterna entre la oscuridad y la luz sombría
Forcejeo con las palabras por miedo a que escuchen
Pero Orfeo duerme sobre su espalda y muerto para el mundo]

Sunlight falls, my wings open wide
There’s a beauty here I cannot deny
And bottles that tumble and crash on the stairs
Are just so many people I knew never cared
Down below on the wreck on the ship
Are a stronghold of pleasures I couldn’t regret
But the baggage is swallowed up by the tide
As Orpheus keeps to his promise and stays by my side

[Declina la luz del día, mis alas se abren
Hay una belleza aquí que no puedo negar
Y las botellas que caen y se rompen en los peldaños
Son las mismas personas a las que nunca (lo sabía) importé
Abajo en el barco naufragado
Hay una fortaleza de placeres que no podría lamentar
Pero el equipaje ha sido devorado por la marea
Mientras Orfeo mantiene su promesa y permanece a mi lado]

Tell me, I’ve still a lot to learn
Understand, these fires never stop
Believe me, when this joke is tired of laughing
I will hear the promise of my Orpheus sing

[Dime, aún tengo mucho que aprender
Comprende, estos fuegos nunca se extinguen
Créeme por favor, cuando este chiste se canse de reír
Oiré la promesa de mi Orfeo cantar]

Sleepers sleep as we row the boat
Just you the weather and I gave up hope
But all of the hurdles that fell in our laps
Were fuel for the fire and straw for our backs
Still the voices have stories to tell
Of the power struggles in heaven and hell
But we feel secure against such mighty dreams
As Orpheus sings of the promise tomorrow may bring

[Duermen los durmientes mientras remamos
Sólo tú el clima y yo abandonamos la esperanza
Pero todos los obstáculos que cayeron en nuestro regazo
Fueron combustible para el fuego y paja en nuestras espaldas
Las voces aún tienen historias que contar
De las luchas de poder entre el cielo y el infierno
Pero nos sentimos seguros ante sueños tan imponentes
Mientras Orfeo canta sobre la promesa que puede traer el mañana]

Tell me, I’ve still a lot to learn
Understand, these fires never stop
Please believe me, when this joke is tired of laughing
I will hear the promise of my Orpheus sing

[Dime, aún tengo mucho que aprender
Comprende, estos fuegos nunca se extinguen
Créeme por favor, cuando este chiste se canse de reír
Oiré la promesa de mi Orfeo cantar]

yo etc.

Otra bienvenida: al poeta Martín López-Vega, que ha abierto un blog personal llamado Yo, etc. Por lo que llevo visto, tiene mucho de work in progress, con dibujos, poemas (algunos espléndidos) y numerosos vínculos con la poesía y la cultura portuguesa. Me ha encantado ver, entre los enlaces, uno con la página oficial de Franco Battiato. Enhorabuena, Martín.

Por cierto, ya que estamos, el sábado 18 de noviembre, a las 12.30 de la mañana, en La Central del Museo Reina Sofía de Madrid, Luis Muñoz y un servidor presentaremos Extracción de la piedra de la cordura (DVD Ediciones), el nuevo libro de poemas de Martín. Una buena ocasión para vernos y charlar un rato.

viernes, octubre 27, 2006

anotación

Revisando carpetas y papeles sueltos, me encuentro con este breve poema que nunca llegó a aparecer en la versión final de Otras lunas, aunque pertenece a ese ciclo. Es de esa clase de textos a los que uno tiene cariño sin saber muy bien cuál puede ser su valor. Tal vez por eso lo cuelgo aquí; veamos si soporta la mirada del otro.


ANOTACIÓN

Medité esta mañana, al despertarme, que el mejor poema es aquel no escrito, el no contaminado por palabras ni sujeto a la corrupción del tiempo; o, de otro modo, el que un linaje anónimo ha ido componiendo con el tiempo, como un enigma que lo desafiara.

Me gustó la ocurrencia. Tanto, que en pocos días le di forma en unos versos de ceñida métrica que firmé con mi nombre y despaché a una revista amiga. Mi reputación, sin duda, hizo el resto.

lunes, octubre 23, 2006

charles tomlinson. novedades

Paseándome por la página que mi buena amiga Sylvia Paul dedica a Charles Tomlinson, me encuentro con algunas novedades curiosas.

Un enlace directo con el retrato de Charles que obra en poder de la National Portrait Gallery, realizado en 2003 por el fotógrafo Norman McBeath (me encantaría colgar esa foto en esta bitácora, pero es propiedad de la NPG y no quiero problemas). Y otro con la página de The Poetry Archive donde se anuncia un CD del poeta leyendo una antología de sus poemas (muchos de los cuales aparecen en la selección de su obra que preparé el año pasado con el título de En la plenitud del tiempo, DVD). Se puede escuchar la voz de Tomlinson leyendo media docena de textos a modo de muestra (recomiendo «A Given Grace» y «The Door»). De todos modos, la página web de The Poetry Archive bien merece una visita detenida.

En la plenitud del tiempo incluía varios poemas inéditos que han aparecido hace poco en el último libro de Charles Tomlinson, Cracks in the Universe (Carcanet, 2006). Del libro (cuya portada adorna este comentario) ha aparecido una interesante reseña en el periódico The Guardian a cargo de Julian Stannard. Cuelgo ahora otro breve poema de Cracks..., que verá la luz dentro de un conjunto de cuatro en el próximo número de la revista Piedra y Cielo. Con tanta lluvia como ha caído esta semana, su atmósfera invernal resulta hasta reconfortante.


Charles Tomlinson

HELADA

El cielo está vacío con un solo penacho de vapor
Que un invisible atardecer calienta:
La helada se lo lleva lejos a toda prisa
Aunque escuchad: los búhos van ahormando los espacios
Con su mapa de ruidos. Las chispas de los astros
Perforan la negrura allí donde se adensa
Con un filo de luz reconcentrada. Mañana nos despertaremos
Con el chasquido de los primeros pasos moliendo blanco.

De Cracks in the Universe (2006)

Versión de J.D.

dos nuevas bitácoras

Dos buenos amigos y colegas han inaugurado blog recientemente. Y, aunque he añadido sus direcciones en la columna de enlaces, bien está anunciar su aparición y desearles la mejor de las suertes. Uno es el de mi tocayo Jorge Ordaz, geólogo, narrador, coleccionista de impagables curiosidades literarias y traductor de oscuros poetas de habla inglesa; tan oscuros, en ocasiones, que me pregunto si no serán heterónimos suyos. El otro, de título cortazariano, es del poeta asturiano José Carlos Díaz, de quien sólo tenía noticia últimamente por los textos suyos que Gesto ha ido publicando de forma ocasional; me alegra mucho retomar el diálogo, red mediante. Enhorabuena a los dos. La familia virtual va creciendo, y siempre para bien.

viernes, octubre 20, 2006

para el ojo que duerme


Ayer, mientras Rafael-José Díaz nos hablaba con la inteligencia y la sensibilidad que acostumbra sobre su trabajo de traducción de Philippe Jaccottet, se inauguraba en la Galería Luis Burgos la exposición del pintor vasco José Luis Zumeta. Y se presentaba, de paso, Para el ojo que duerme (El Lotófago), el libro que reúne su pintura y los poemas del escritor inglés Peter Redgrove. Del libro y de Redgrove ya hablé en una entrada anterior. Cuelgo ahora la portada y añado un segundo poema a modo de adelanto. El libro ha quedado estupendamente y comenzará a verse la semana que viene en las librerías de Madrid y Barcelona. Todos los que estéis interesados en el libro y no viváis en estas ciudades, podéis haceros con él llamando o escribiendo a la galería (91 7811 855 / luisburgos@art20xx.com).


Peter Redgrove

SEÑORA DEL APRENDIZAJE

Me torcí la muñeca al quitarle la falda; se movía con demasiada rapidez en la dirección contraria.
Capto las difíciles matemáticas de la topología porque conozco las curvas de nivel de su cadera.
Me instruyo en las secciones cónicas mirando la caída de su falda.
Los números trascendentales no son difíciles ya que por dentro es mucho mayor que por fuera.
Y en lo que respecta a la teología, ella siempre da buenas respuestas a mi pequeño dios.


(1973)

Versión de J. D.

domingo, octubre 15, 2006

convocatoria doble

Dos convocatorias, las dos en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

El miércoles día 18 de octubre a las ocho de la tarde, en la Sala Valle-Inclán, dentro del ciclo Poesía española contemporánea, tendrá lugar una lectura de poemas de Antonio Gamoneda (1931) y Jorge Riechmann (1962). Creo que sobran los comentarios. Una espléndida ocasión para arropar y escuchar en público a dos grandes poetas.

*

Y el jueves 19, a la misma hora y en la sala María Zambrano, dentro del ciclo paralelo Poesía en traducción, tenemos prevista una conferencia de Rafael-José Díaz (Santa Cruz de Tenerife, 1971) que versará sobre su trabajo de traducción de la poesía del escritor suizo francófono Philippe Jaccottet (Moudon, 1925), en la foto.

Rafael-José Díaz nos hablará de su acercamiento como poeta y traductor a Philippe Jaccottet y leerá algunas traducciones escogidas.

Como todos conocéis sobradamente la poesía de Antonio Gamoneda y Jorge Riechmann, me tomo la libertad de copiar un breve poema de Philippe Jacottett en la hermosa traducción de Rafael.

Espero veros en ambos actos. Por cierto, si queréis más información sobre uno cualquiera de estos ciclos, podéis pinchar aquí.


¿Tantos años
y realmente un saber tan precario,
corazón claudicante?

¿Ni siquiera un desgastado óbolo con que pagar
al barquero, si se acerca?

—He hecho provisión de hierba y de agua rápida,
me he conservado muy ligero
para que la barca no se sumerja tanto.

De Pensamientos bajo las nubes (1983), en Philippe Jaccottet, Antología esencial, ed. Rafael-José Díaz, Igitur, Montblanc, 2002.

Copyright: Rafael-José Díaz

viernes, octubre 13, 2006

cuatro formas de decir error

De pronto, algo disloca la tapa de la mente como ese martillo que al golpear el último clavo hace saltar todos los anteriores. Lo que venía a cerrar el círculo lo abre sin remedio, convirtiéndolo en espiral echada al fondo. Queremos apresar ese algo, tomarlo en las manos como una piedra preciosa, pero ya estamos lanzados pendiente abajo por el tobogán enroscado de la duda. Que todavía podamos amortiguar la caída no deja de ser un consuelo más bien pobre.

*

Los errores se nos muestran demasiado tarde, cuando ya no hay remedio y el curso de las cosas diverge en exceso de nuestros planes iniciales. Me pregunto, ahora, qué habré equivocado en estas primeras entradas, qué semilla de error planté sin yo saberlo, qué habrá de apartarme de estas páginas en algún momento del año, dejándolas a medias.

*

No aceptamos la evidencia del desastre. El edificio se desmorona pero hallamos consuelo en que las vigas sigan en pie. Qué poco acabamos pidiendo. Si acaso, un techo de paja sobre las ruinas aún humeantes.

*

Días, más raros de lo que uno quisiera, en que calibramos correctamente las dificultades y los impedimentos, el fracaso inevitable de nuestros propósitos, y aun así logramos encararlos con fuerza renovada, con alegre espíritu deportivo.

martes, octubre 10, 2006

seamus heaney, "höfn"

Glaciar de Vatnajökull, Höfn (Islandia)

HÖFN

El glaciar de tres lenguas ha empezado a fundirse.
¿Qué haremos, se preguntan, cuando la leche pétrea
descienda revolcándose sobre el llano del delta

y la gruesa pelliza de nieve se desgaje?
Lo vi desde el avión, curvo y dispuesto en piedra,
piel de tierra viviente y disgregada, cerviz de los eones,

y me dio miedo su frialdad, que aún parecía suficiente
para helar las ventanillas empañadas de aliento,
congelar sedimentos de una labranza inquebrantable

y todas las palabras cálidas y gustosas que van de boca en boca.

Seamus Heaney

De District and Circle (Faber & Faber, 2006)

Versión de J. D.

domingo, octubre 08, 2006

gamoneda en quimera (II)


Cuelgo, por fin, la portada del último número de Quimera, donde aparece el dossier dedicado a Antonio Gamoneda que os anuncié y comenté por extenso en una entrada anterior. Ha quedado espléndido, gracias, entre otros motivos, a las memorables fotografías de Alejandra Debescobi. El concepto gráfico del dossier y del número está muy bien resuelto.

Os recuerdo asimismo (en especial a los que vivís en Madrid y alrededores) que el próximo miércoles 18 de octubre, en la Sala Valle-Inclán del Círculo de Bellas Artes de Madrid, a las ocho de la tarde, y dentro del ciclo «Poesía española contemporánea», tendrá lugar una lectura conjunta de Antonio Gamoneda y Jorge Riechmann. Será una estupenda ocasión para escucharles de nuevo. Y para reencontrarnos de nuevo en esa torre de observación privilegiada que son los pisos superiores del Círculo. Poesía en las alturas, literalmente.

jueves, octubre 05, 2006

reseña de antonio méndez rubio

El poeta y ensayista Antonio Méndez Rubio ha publicado, en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia, una modélica reseña de Poesía hispánica contemporánea, libro de ensayos y poemas que vio la luz hace algo más de un año. Quisiera llamar la atención, en especial, sobre los párrafos que abren y cierran su escrito, donde se dicen cosas muy dignas de reflexión. Cosas, además, que parece forzoso repetir cada cierto tiempo, para desgracia nuestra.





DESAFÍOS POÉTICOS

Andrés Sánchez Robayna y Jordi Doce (eds.), Poesía hispánica contemporánea. Ensayos y poemas, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2005, 364 págs.

Hay pocas cosas tan costosas como romper una inercia. El esfuerzo es aún más meritorio, por no decir utópico, si se trata de contrarrestar o reorientar una inercia que no se reconoce a sí misma como tal: una especie de rutina invisible, que se haya naturalizado como el estado de las cosas, que se haya confundido con la realidad hasta convertirse en un ángulo muerto, en un punto ciego. Obviamente, una inercia de este tipo sólo es posible gracias a un conformismo más o menos asumido, pero notablemente extendido, así como gracias a un recorrido temporal tan largo como para que esa ceguera llegue a compartirse en público como si no fuera tal.

Éste puede estar siendo el caso de la poesía española reciente, cuyo recorrido inercial cuenta ya casi con dos décadas de historia. Decir esto no es decir, claro está, que toda la poesía en castellano escrita y publicada en el Estado español desde 1985 responda a pautas tradicionalistas o esclerotizadas. Se trata, más bien, de pensar con cierta distancia reflexiva la forma del escenario, los límites del terreno de juego o, por decirlo de modo más académico, la naturaleza del canon. Y ése es el reto dialógico y crítico de un libro como Poesía hispánica contemporánea, coordinado por Andrés Sánchez Robayna y Jordi Doce. Ya desde el título, el lector accede a ese espacio de distancia reflexiva en virtud de un inteligente desplazamiento del ámbito de lo español al ámbito de lo hispánico, que permite resituar el debate en torno a la actual poesía en castellano o en lengua española a partir de una perspectiva más abierta y generosa que la heredada por convención.

Poesía hispánica contemporánea se concibe así como un momento del abrir, como punto de encuentro, que apuesta por atender desde el principio al «complejo conjunto de la poesía escrita en español a ambos lados del Atlántico». Así se expresa Sánchez Robayna en Una versión de la poesía hispánica contemporánea, un ensayo que busca un lugar fuera de la autosuficiencia del dogma pero sin perder por ello la valentía de apuntar que «lo que no acepta cierta crítica es la libertad de juicio» o que «las aportaciones más renovadoras al cuerpo de la poesía hispánica de la segunda mitad del siglo XX hayan venido casi siempre de Hispanoamérica». En esa línea, se hace aquí una revisión de las principales visiones panorámicas de un territorio tan rico como tendencialmente desatendido, desde las antologías pioneras preparadas por Menéndez Pelayo, pasando por obras intermedias de progresiva madurez (como serían Laurel –1941– o Antología de la poesía española e hispanoamericana –1962–), hasta llegar a la más reciente y polémica Las ínsulas extrañas (2002). Como refrenda el común espacio editorial –que está por cierto haciendo una labor impagable en un paisaje como el de los últimos años– el libro de Sánchez Robayna y Doce dialoga con Las ínsulas extrañas y, de algún modo, intensifica el gesto de apertura que aquella antología preconizaba como más que necesario, y que buena parte de la recepción crítica del momento amortiguó desviando la atención hacia la discusión particularista sobre inclusiones y exclusiones.

Con razón decía Gramsci que el resultado de un debate se juega en sus premisas. Desde esa convicción, este volumen colectivo confía especialmente en la labor meditativa y exigente del género ensayístico. En este aspecto, es sintomático observar cómo resultan más propositivas las aportaciones de los autores menos condicionados por el inmediato contexto español: A. Ferrari, E. Montejo y S. Yurkievich. En cambio, los ensayos «de este lado del charco» (Siles, Ruiz Casanova, Pont, Talens, Doce) manifiestan a menudo una voluntad más explícitamente polémica y crítica, política en sentido amplio, lo que ya dice bastante sobre la diferencia de espacios y lo arduo que resulta abrir en España un mínimo ámbito de discusión y contraste sin antes remontar la omnipresente corriente de malentendidos, clausuras interpretativas y falsos presupuestos. Así se presenta, en suma, una ocasión excepcional para repensar y denunciar lo que Siles llama «la indigestión de autofagia» característica de una modernidad española marcada por el aislamiento y el rechazo de toda vanguardia y conflicto.

Al mismo tiempo, Poesía hispánica contemporánea aporta material poético y reflexiones de poetas españoles y latinoamericanos cuya producción está ya en tal estadio de avance que no necesita presentación. En este sentido se aportan preciosas muestras de Gonzalo Rojas (Chile), Carlos Germán Belli (Perú), Antonio Gamoneda (España), Guillermo Sucre (Venezuela), Óscar Hahn (Chile), Giovanni Quessep (Colombia), Alberto Blanco (México) y Esperanza Ortega (España). El único nombre que puede ser una apuesta de juventud y descubrimiento es aquí Alejandro Krawietz, cuyos poemas en prosa cierran el libro con un derroche de lucidez sensitiva.

En conjunto, tanto los poemas como los textos de reflexión y ensayo contribuyen a articular la propuesta crítica de un libro que debería ser de lectura obligatoria, algo que, lamentablemente, no puede decirse de la mayor parte de lo que se publica en el terreno de la poesía y la poética. Tras su lectura se recupera la posibilidad del aire, de la respiración en un clima que para muchos ha llegado a hacerse asfixiante, que ha absolutizado un neoclasicismo y un neorrealismo (como mínimo) acomodaticios; un ambiente que podría resumirse parafraseando a E. Said: se insiste tan a menudo en que hay que volver a (una apropiación demasiado reductora de) «la tradición» y «los clásicos» porque no hay la suficiente disposición para afrontar los retos de la poesía contemporánea, cuyas preguntas parecen seguir resultando, por momentos, demasiado turbadoras.

«Cultura/s», La Vanguardia, 224 (4 de octubre de 2006), pp. 12-13.

© Antonio Méndez Rubio

martes, octubre 03, 2006

escritura o sueño

Sucede en ocasiones, en el sueño, que las operaciones más arduas o complejas se resuelven con facilidad inusitada, como si nunca hubieran presentado problema o aquellas dificultades que preveíamos fueran tan sólo imaginaciones nuestras. Pero lo cierto es que, en la realidad, se trata de operaciones complicadas que nuestro ser real (o, por emplear una expresión menos arriesgada, nuestro yo cotidiano) apenas si sabe resolver. A veces, incluso, como en el clásico ejemplo que nos figura volando sin ayuda, se trata de acciones obviamente fantásticas o imposibles de cumplir. Pero en el sueño se tornan muy sencillas, casi triviales: ponemos un pie en el aire (en un invisible escalón del aire) y alzamos el vuelo tranquilamente, mientras nos decimos con alivio indecible: «¡Qué fácil era! ¡Cómo es que no me había dado cuenta antes!» El ejemplo del vuelo es un caso extremo, pero lo mismo puede decirse de otras actividades, fantásticas o no, como saltar vallas o caminar por el agua. Todo encaja con finura, sutilmente, pero a la vez con enorme naturalidad.

No es muy diferente, me parece, el estado en el que ideamos o escribimos un poema. No diré que se trata de un estado alucinatorio o cercano al sueño, aunque sin duda hay flecos de alucinación en el impulso creativo. Pero en él, aquello que en tiempos más romos o menos intensos parece imposible o fuera de nuestro alcance, se revela de pronto, no ya accesible, sino deseable, necesario para nuestro bienestar. Hay un verso de Juarroz que dice algo así como «fuera del poema el poema me parece imposible». Ahora, sin embargo, «dentro del poema», los versos se suceden y engarzan en un diseño plausible o (si tenemos suerte) satisfactorio. No digo que no haya dificultades; sólo un porcentaje irrisorio de poemas se han escrito con rapidez o facilidad. Pero, de repente, ese artefacto hijo de la invención y la convención se nos muestra cerca de la mano; ya no reside en un podio inalcanzable, ya no se mueve en otro plano casi opaco a nuestros ojos. La resistencia que antes nos hacía desistir de antemano se ha desvanecido o forma parte de nuestro metabolismo, desmenuzada en las más o menos pequeñas resistencias con que nos topamos en el acto mismo de escribir.

Escribir significa conectar con cierta longitud de onda que emana de uno mismo. Hay que apartarse un poco del yo y orientar la antena en su dirección. Por eso el que escribe no es yo, sino quien le escucha, y por eso lo escrito no es el relato del yo, sino del otro, de ese tú que lo transcribe, que escribe al dictado en medio del tumulto cotidiano. Y, por si fuera poco, resulta que ese tú no siempre es el mismo, puede cambiar en cada audición. A veces incluso es un pequeño público que compite por un lugar de privilegio frente al estrado.

sábado, septiembre 30, 2006

peter redgrove / el lotófago

Uno de los trabajos de traducción que mencionaba en mi anterior entrada es el nuevo libro de «El Lotófago», la colección de pintura y poesía que edita la galería madrileña Luis Burgos (amigo generoso que sabe y entiende más de poesía que muchos poetas que conozco). Después de los libros de James Schuyler, Olga Novo y Jenaro Talens, le toca al turno a una breve antología del poeta inglés Peter Redgrove (1932-2003), en la foto. Amigo y contemporáneo de Ted Hughes y Sylvia Plath, Redgrove puso color y extravagancia a la poesía británica en un momento en que Larkin y Hughes, cada uno por razones muy distintas (y con resultados igualmente opuestos), dominaban el ambiente con su paleta de grises y claroscuros. En este caso, la poesía de Redgrove viene acompañada de la pintura del artista vasco José Luis Zumeta, algo más joven que Redgrove y por suerte aún en activo. El libro se titula Para el ojo que duerme (si leéis el poema que cierra esta entrada sabréis por qué).

De Redgrove explico en el prólogo a este libro «que es una rara avis dentro del panorama de la poesía inglesa contemporánea. Autor prolífico, su exuberancia y excentricidad (también en el sentido geográfico de la palabra: vivió durante más de treinta y cinco años en Falmouth, Cornualles, en el extremo sudoeste de la isla, donde fue profesor en una escuela de arte) parecen haber impedido una lectura crítica atenta y generosa. [...] Redgrove es un poeta eminentemente sensual, obsesionado por la riqueza y multiplicidad del mundo físico, empeñado en celebrar cada uno de sus detalles y fundirlos de la mano de la exaltación sensorial. Si Charles Tomlinson es un poeta de la mirada, Peter Redgrove lo es del olfato, del gusto, del tacto. Amante de la hipérbole y el humor negro, sus poemas son una celebración del extrañamiento y la sinestesia. A ello no es ajeno un componente onírico que acerca el trabajo de Redgrove al de los surrealistas».

Pienso que estas líneas pueden dar una idea de la naturaleza de esta poesía. Si queréis saber más sobre su autor, hay una sucinta entrada en Wikipedia que ofrece algunos datos suplementarios, en especial de sus primeros años.

Imagino que el libro estará en la calle a mediados de octubre, coincidiendo con la inauguración de la exposición de Zumeta en la galería. Entretanto, ahí os va un pequeño adelanto que ojalá despierte vuestro interés.


Peter Redgrove

EN EL HUERTO

Manzanos como una colonia de coral
tras los cálidos muros de arenisca
que les permiten madurar. Debatimos

en susurros la oscuridad
destilada en los frutos,
la carga temblorosa del ramaje
como pechos palpables bajo una blusa verde.

Igual que duerme el ojo
duerme el fruto en sus párpados exactos,
hasta que muerdo la penumbra y la torno blanca,
proclamando
«Hágase la luz».

Versión de J. D.

jueves, septiembre 28, 2006

antonio gamoneda en quimera


He estado un poco desaparecido últimamente, pero el trabajo constante en dos traducciones que no admiten demora me ha tenido «amarrado al duro banco». Algo diré sobre ellas cuando llegue el momento; ahora baste decir que, pese al esfuerzo, son dos textos extraordinarios y con los que me estoy divirtiendo mucho.

Se acerca octubre y quería tan sólo anunciaros la publicación de un hermoso dossier dedicado a Antonio Gamoneda en el nuevo número de la revista Quimera, que imagino estará en librerías a finales de la semana que viene. El dossier lo hemos coordinado (con mucha ilusión y no poco trabajo, desde luego) Marta Agudo y yo mismo, pero contando siempre con la ayuda de algunos buenos amigos y de la joven redacción de la revista, que se ha encargado de la parte gráfica y la maquetación final. Algo tienen que ver estas páginas, como es lógico, con la entrega del premio Reina Sofía, que, si no me equivoco, tendrá lugar a finales de noviembre, pero nuestra idea era confeccionar un trabajo que pudiera leerse con independencia de apoyos coyunturales. Además de cuatro estupendos ensayos (de Miguel Casado, Eduardo Moga, José Luis Gómez Toré y Juan Andrés García Román), hemos incluido un extenso coloquio con el propio Antonio en el que se dicen cosas muy lúcidas y jugosas. De este coloquio quiero destacar, sobre todo, aparte de las intervenciones de Antonio, los «asedios» de Tomás Sánchez Santiago y José María Castrillón, que, gracias a un trabajo de lectura y relectura realmente notable, lograron abrir nuevas puertas en la conversación. Por imperativos editoriales, la versión final del coloquio es una versión abreviadísima de la trascripción original. Algún día, si hay interés y paciencia, recuperaremos esa primera versión, más dilatada y distendida, más charla que interrogatorio, en la que se palpa el buen ambiente que reinó en nuestro encuentro.

Ah, el dossier se titula «Antonio Gamoneda. Claridad sin descanso». Me tomo la libertad de copiar algunos (pocos) fragmentos del texto de introducción, para daros una idea más completa de estas páginas. Lo dicho: haceros con el número de octubre de Quimera, y no os olvidéis del de septiembre, con un estupendo dossier sobre Sebald:

Uno de los propósitos (si no el principal) que ha guiado la confección de este dossier era [examinar] sus afinidades y semejanzas con escritores en otras lenguas, asunto sobre el que hay escrito bastante menos. [...] Se ha aspirado a mostrar el camino con un largo ensayo de Eduardo Moga en el que se examina, desde la estilística, los puntos de confluencia entre Saint-John Perse y Gamoneda, y otro más breve de Juan Andrés García Román, quien profundiza en sus concomitancias con Paul Celan e Ingeborg Bachmann en su labor de búsqueda de la «verdad», de un lenguaje capaz de expresar la naturaleza radicalmente subjetiva del sufrimiento.

De todo esto y de otros asuntos se habla en el extenso coloquio que abre el dossier, en el que, además de proponer un itinerario de inquietudes e interrogantes, quisimos huir del rígido formato binario de ciertas entrevistas. Contamos para ello con poetas y críticos (José María Castrillón, Tomás Sánchez Santiago, Jaime Priede y J. A. García Román) largamente familiarizados con esta obra [...].

Se ha tratado, por último, no sólo de contar con dos críticos de la solvencia de Eduardo Moga y Miguel Casado (quien es, además, el crítico por excelencia de nuestro poeta) sino también de abrir la puerta a una nueva generación de ensayistas en las personas de José Luis Gómez Toré y Juan Andrés García Román. Sólo nos queda esperar que el resultado final esté a la altura de las expectativas del lector, pero, sobre todo, que sea digno de la intensidad radical y deslumbrante (sólo luz) de esta poesía.

jueves, septiembre 21, 2006

caza nocturna


En Cacería en el bosque, de Paolo Uccello, las figuras se dirigen sin excepción hacia la espesura sombría del bosque, absortas en la persecución de unos ciervos que no logran confundirse con el fondo negro de la tabla. Podría ser de noche pero no es posible asegurarlo. En todo caso, la penumbra del bosque da a la escena un aire de irrealidad reforzado por el carácter icónico de las figuras: los árboles, tal vez pinos, parecen columnas dispuestas en hileras regulares; los cazadores, en su mayoría vestidos de rojo, se hallan a ambos lados del cuadro como si se reflejaran mutuamente; y galgos y ciervos corren entremezclados, formando un patrón de siluetas en forma de rombo. El aparente realismo de la escena no esconde la artificiosidad de la composición: en primer plano, cuatro troncos a modo de pórtico o umbral junto a los que se congregan la mayor parte de las figuras humanas; sobre éstas se extiende una techumbre de copas altas y planas donde el verde de las hojas vira a negro, impidiendo cualquier asomo de luz exterior: tanto es así que la espléndida luminosidad del cuadro proviene exclusivamente del rojo de las ropas y los arreos y del blanco de algunos caballos y perros. Al fondo, las siluetas en escorzo de galgos y ciervos sugieren una carrera enfebrecida hacia un fondo de negrura inescrutable. Todo en el cuadro apunta a esa negrura. Es un imán, una fuente. El exagerado sentido de la perspectiva de Ucello tiene aquí, por una vez, sobrada respuesta: la espesura misteriosa de un bosque prolongado hasta el infinito. La extremada amplitud de la tabla, unida a su poca altura, refuerza el efecto de la perspectiva. Las figuras corren o cabalgan sin atender a testigos, absortas en el placer de una caza que los lleva más allá de sí mismas, hacia un fondo de oscuridad impenetrable. Tres jinetes, en especial, capturan nuestra atención: destacan por ser los únicos que parecen no atreverse a entrar en el bosque. El primero, situado a la derecha de los troncos centrales, ha tascado el freno de su caballo e inclina el cuerpo hacia atrás como si fuera a gritar. A su derecha, un segundo jinete rojo parece ir al trote, como si supervisara los movimientos de sus compañeros. Y tras él, montado en un caballo blanco, uno de los dos del cuadro, sin dar visos de estar moviéndose, aparece un tercer jinete vestido de gris o pardo. El estatismo de estas tres figuras contrasta fuertemente con el galope vivo de los jinetes situados en el lado izquierdo y añade fuerza al enorme poder de sugestión de la oscuridad. Ellos se han detenido, como si temieran la noche del bosque, como si dudaran antes de dar un nuevo paso, como si disfrutaran más atendiendo al ingreso en la penumbra de sus compañeros. Sobre la escena gravita una especie de hechizo: la inminencia de un misterio o de un desastre. La caza, como expresión de una vida puesta en peligro, envuelve a estas figuras en un halo: pese a la torpeza con que Ucello expresa el movimiento, nos parece sentir de manera vívida la excitación de la carrera, el riesgo de una persecución voraz y alegre. El rojo de sus ropas es el rojo de la sangre, que parece iluminar las formas desde dentro, encendiendo los bordes de la oscuridad. En todos los cazadores late (y creemos, tal vez, sentir ese latido por un instante) el hambre de una noche escondida en el punto de fuga. Y, sobre todo esto, el bosque como un templo, como un recinto sagrado donde los cazadores deambulan poseídos por la fiebre de la vida. Pero el templo los recibe con ambivalencia: por un lado, se abre a ellos con ceremonia, sabedora de que cumplen con un rito obligado; por otro, esconde sus entrañas a la luz, como si quisiera recordar en todo momento el precio de una vida llevada al extremo. Su imán nos amenaza, más viejo y más paciente de lo que nunca llegaremos a ser.

De Hormigas Blancas, Bartleby, Madrid, 2005, pp. 68-70.

domingo, septiembre 17, 2006

el poeta en su obra

No pensaba escribir nada sobre el artículo que hoy dedica El País a Ted Hughes, pero la generosa entrada de Álvaro Valverde en su blog me anima a ello (gracias, Álvaro). Que a un poeta no se le recuerde por su obra sino por los hechos más o menos pintorescos de su vida ya es cosa normal (véase, entre nosotros, el caso reciente y desdichado de Jaime Gil de Biedma). Que se aproveche su fama para escribir la biografía de sus allegados, y que esa biografía, a su vez, se emplee para arremeter contra el poeta mismo, es un ejemplo de circularidad perversa que descalifica de inmediato a quienes incurren en ella. Sobre este asunto (y, en concreto, sobre todos los quicios y zonas de sombra de esta mal llamada industria «biográfica» que ha crecido en torno a Hughes, Sylvia Plath y Assia Gutman) recomiendo un espléndido libro de Janet Malcolm, La mujer silenciosa, editado hace unos años entre nosotros por Gedisa. Para hablar de la vida de dos grandes poetas como fueron Hughes y Plath hace falta algo más que estrategias narrativas y perfiles psicológicos propios de una vulgar telenovela. ¿O es que nadie se ha dado cuenta aún, por poner un ejemplo, de que tanto Plath como Hughes (en Ariel y en Cartas de cumpleaños, libros bien conocidos) sólo dialogaron públicamente en el idioma de la poesía? Todo lo que se dijeron, todo lo que nosotros hemos escuchado como intrusos o espías que han pinchado una línea telefónica, existe únicamente en forma de poema por la sencilla razón de que para ellos la poesía era el género más alto, el dominio de la palabra en plenitud. Es también el espacio de una palabra ambigua y reticente que no se deja manipular por los demás y capaz, por tanto, de engendrar (y guardar celosamente) algún indicio de verdad.

Así que, en honor a esa palabra y a esa poesía, cuelgo aquí un viejo poema de Hughes, «Widdop», que publiqué en un viejo libro mío con el título de «Principio del páramo». Aquí está el mundo genésico y brutal de Hughes, que es también el paisaje donde creció y en el que, por cierto, está enterrada (bajo una lápida que ha sido profanada demasiadas veces) la propia Sylvia Plath:


Ted Hughes

PRINCIPIO DEL PÁRAMO

Donde no había nada
alguien dispuso un lago amedrentado

Donde no había nada
hombros de piedra
se abrieron para sostenerlo

De las estrellas vino un viento
descendió al agua olió el temblor

Con los ojos cerrados, con manos enlazadas
los árboles se ofrecieron al mundo

El brezo se encogió, asustado

Nada no hay nada
hasta que una gaviota

Rompe
escapa

De la nada a la nada:
un rasguño en la tela

Versión de J. D.

jueves, septiembre 14, 2006

breve desfile de hormigas blancas

Estarían menos satisfechos de sí mismos si, además de firmar pilas de libros, tuvieran que sostenerlas para que no cayeran.

*

Políticos como antorchas humanas. Se inflaman y arden sin aviso. Quedan reducidos a un puñado de tinta.

*

Ese, el que nunca sonríe. Ese, el de los dientes enmohecidos.

*

La noche. Aunque fuera tan sólo para inventar los ojos del gato.

*

Echar raíces, dicen. Pero son los lugares donde hemos vivido los que arraigan en nosotros, los que buscan tierra nutricia en nuestro hacer y nuestro recuerdo.

*

Poemas como maniquíes. Tienen una interpretación nueva para cada pase.

*

Lo que entra fácilmente en el oído suele pasarse de frenada. La oreja contraria como despeñadero.

*

Un libro es lo que queda después de haber pasado infinitas veces por el mismo sitio. No una construcción: un surco, una herida en la tierra, la huella reiterada de unos pies afanosos.

*

Pensar, no con contradicciones, sino en el espacio abierto por las contradicciones.

*

El roce con la multitud, que nos afila y nos desgasta, que nos hace casi inexistentes.

*

El que llega a los libros como ante el mostrador de unos grandes almacenes. Lo peor es que siempre hay escritores con vocación de dependientes.

*

En aquel país, los días sólo existen en la medida en que sepan alimentar los sueños.

*

Pasear, para que la cháchara incesante de la conciencia se convierta en ruido de fondo.

domingo, septiembre 10, 2006

poesía en el círculo de bellas artes

A los que vivís en Madrid y alrededores, os recuerdo que el próximo miércoles 13 de septiembre, a las ocho de la tarde, y en la sala Valle-Inclán del Círculo de Bellas Artes, tendrá lugar una nueva lectura del ciclo Poesía española contemporánea, que inauguramos el pasado mes de febrero.

Esta vez los poetas invitados serán Agustín Delgado (1941) y Guadalupe Grande (1965; en la foto), de cuya obra doy una breve muestra ilustrativa. Será una ocasión estupenda para vernos y escuchar buena poesía. (Por cierto, si queréis más información sobre el ciclo y las lecturas que lo componen, podéis consultar esta página dentro de la web del Círculo de Bellas Artes.)

Os esperamos.


Agustín Delgado (León, 1941) fue cofundador y responsable de la revista de poesía Claraboya (León,1963-68). Ha sido colaborador de la revista Leer desde 1998 hasta la actualidad.
Es autor de seis poemarios recogidos en De la diversidad. Poesía 1965-80, (Hiperión, 1983). Posteriormente ha publicado Sansirolés (Endymion, 1989; 2ª edición, 1993), Mol (Premio Eugenio de Nora; Endimión, 1998), Zas (con dibujos de Eugenio Chicano; Trama editorial, 1999), Espíritu áspero (Junta de Castilla y León, 2001) y Discanto (prólogo de Luis Mateo Díez; Visor, 2005).

De Discanto

La sangre te riega menos la cabeza.
La luz sigue penosamente germinando.

El día queda alto.
El mar calla celoso.

La sangre va ahora espesa.
Tu silencio bate más fuerte.

Este poema se escribe con tu sangre.


Guadalupe Grande (Madrid, 1965) es licenciada en Antropología Social (UCM). Ha publicado los libros de poesía El libro de Lilit («Premio Rafael Alberti 1995», Renacimiento, 1996) y La llave de niebla (Calambur, 2003). Su relato «Fábula del murciélago» fue accésit del Premio Barcarola 1996.

De «Ocho y media» (La llave de niebla)

Es pronto:
no sé a dónde,
pero hemos llegado pronto.
Por lo demás, todo sigue.
Aunque yo no entienda lo que dice la palabra prisa
aunque no sepa lo que nombra la palabra ruido,
aunque no comprenda lo que calla la palabra calla,
los zapatos silenciosos,
en su obstinada decisión de no perderse,
lo entienden todo por mí.

jueves, septiembre 07, 2006

ínsula y la traducción de poesía

Si visitáis esta bitácora, hay muchas probabilidades de que os interese todo lo relativo a la traducción literaria y, en concreto, la traducción de poesía. De eso más o menos, del estado de la traducción poética en España, trata el último número (monográfico) de la revista Ínsula, coordinado por uno de nuestros mejores poetas e hispanistas, nada menos que José María Micó. En él se dan cita trabajos de poetas y críticos tan prestigiosos como Andrés Sánchez Robayna, Pilar González Bedate, Aurora Luque, José Francisco Ruiz Casanova, Luis Martínez de Merlo, Miguel Gallego Roca o el propio Micó, entre otros. La nómina es intachable y asegura un alto nivel crítico. Según el índice, parece que hay una saludable alianza de reflexiones teóricas con análisis más concretos y detallados. En fin, si queréis averiguar más cosas sobre este último número de Ínsula, os invito a pinchar aquí,

donde, además, encontraréis información sobre cómo adquirirlo. Y es que comprar determinadas revistas culturales se está haciendo cada vez más difícil: ya son muchas las librerías literarias que han comenzado a abdicar de su responsabilidad y no «trabajan», como se dice en el gremio, estas revistas. Ocupan mucho espacio y se venden mal, al parecer. La razón es demasiado simple y habrá que entenderla en relación con otras. ¿Cómo se explica, si no, que El Ciervo sólo se pueda adquirir en Madrid en Paradox o en alguna librería paulina? ¿O que en la mayoría de los quioscos de esta ciudad preguntar por una revista cultural despierte una mirada de franca indiferencia en el dependiente? Pero el tema es demasiado vasto y nos llevaría por vericuetos muy complejos. Otro día, quizá.

miércoles, septiembre 06, 2006

una respuesta

¿Cuándo harás todo lo que piensas?, pregunta el prolífico. Bendita inconsciencia. Como si él pensara todo lo que hace.

martes, septiembre 05, 2006

un poema de ashbery

Y, después de la teoría, algo de práctica. Este poema de Ashbery apareció originalmente en The New Yorker con el título de «The Love Interest», y es un buen ejemplo de esa voz irónica y elusiva de que hablaba en mi reseña. Me atrajo, sobre todo, la última estrofa, con su tono entre indiferente y resignado, el modo en que asordina el pálpito emocional. (El título, por cierto, hace referencia a la necesidad de que en todo guión comercial haya un «love interest», es decir, un argumento de corte amoroso que interese a los posibles espectadores: de ahí mi decisión, sin duda discutible, de traducirlo simplemente como «La historia de amor».) Buena lectura.


John Ashbery


LA HISTORIA DE AMOR

La vimos venir desde siempre,
luego ya estaba aquí, en línea
con el paseo de aquel día. Para entonces, éramos nosotros
los que habíamos desaparecido, en el túnel de un libro.

Despertando en la madrugada, nos unimos al flujo
de las noticias de mañana. ¿Por qué no? A diferencia
de algunos otros, no tenemos nada que pedir
o que tomar prestado. No somos sino piezas de sólida geometría:

cilindros o romboides. Cierta satisfacción
nos ha sido otorgada. Sí, claro, siempre volvemos
a por más… Es parte del aspecto «humano»
del desfile. Y existen regiones más oscuras

perfiladas, que habría que explorar alguna vez.
Por ahora nos basta con que el día se haya acabado.
Trajo su carga de frescura, la dejó caer
y se marchó. En cuanto a nosotros, seguimos aquí, ¿no es cierto?

Versión de J. D.

sábado, septiembre 02, 2006

autorretrato en espejo convexo, de john ashbery

Esta reseña de Autorretrato en espejo convexo (DVD, 2006) vio la luz en el número de verano de Quimera. Cumplido su ciclo natural en la revista, la cuelgo aquí, convencido de que la publicación de este libro es un acontecimiento editorial, de lo mejor que ha aparecido en lo que llevamos de año. Si no lo habéis hecho aún, leedlo; no os arrepentiréis.


DESVÍOS Y DIVERSIONES

[John Ashbery, Autorretrato en espejo convexo, traducción, prólogo y notas de Julián Jiménez Heffernan, DVD Ediciones, Barcelona, 2006, 252 páginas.]

Escribía Auden en uno de sus mejores ensayos fragmentarios, «Leer», que «cualquier crítico concienzudo que se ha visto en la obligación de reseñar un nuevo libro de poemas en un espacio limitado sabe que el único proceder honesto sería ofrecer una serie de citas sin comentario, pero que, si lo hiciera, su editor le acusaría de no estar ganándose el pan» (La mano del teñidor, 1948). En el caso que nos ocupa, este proceder debería modificarse ligeramente para acoger, no uno, sino dos libros complementarios, pues Julián Jiménez Heffernan, el responsable literario de este Autorretrato, ha escrito un largo y enjundioso estudio que acota a la perfección y viene a replicar, en el plano de la crítica, el carácter desprendido (derrochador) de la poesía de Ashbery, su jouissance imagística y verbal. Ya lo hizo, con igual fortuna, en su edición de Tres poemas, también editada con esmero por DVD Ediciones hace dos años, y que nos acercaba uno de los momentos más altos de esta obra, un punto de inflexión y crisis textual que sigue estando en el horizonte de todo lo que Ashbery ha escrito luego.

Así pues, si quisiera ser honesto con mi percepción de estos dos libros, haría de este comentario un calidoscopio de citas intercaladas que se alumbraran mutuamente, algo que el propio Jiménez Heffernan ensaya en algunos momentos de su estudio (pp. 21 y 25). Y es que, pese a su carácter elusivo y la torsión escurridiza con que su escritura parece sortear las expectativas ajenas, la obra de Ashbery, como toda hija obediente de la modernidad, no escapa a la tentación de explicitar sus propias claves. De tal forma que si «El nuevo sistema», el primero de los Tres poemas en prosa publicados en 1972, se abría con una exuberante declaración de intenciones: «Pensé que, si podía ponerlo todo por escrito, ésa sería una forma. Y luego se me ocurrió que dejarlo todo fuera sería otra forma, aún más verdadera», los poemas de este Autorretrato en espejo convexo, publicado tres años más tarde, abundan en insinuaciones metapoéticas que actúan a modo de cotas o pointers, permitiendo que el lector reconozca vagamente su entorno: «Lo intenté todo, sólo que algunas cosas eran inmortales y eternas», «una balada / que incluye al mundo entero, ahora, pero levemente, / levemente aún, aunque con amplia autoridad y tacto» («Como uno al que meten borracho en un paquebote»), «Todas las cosas parecen menciones de sí mismas / y los nombres que brotan de ellas se ramifican en otros referentes» («Grand Galop»). Estas citas, y otras muchas que podrían aducirse, dan cuenta de la dimensión, digamos, más intelectual o reflexiva de esta poesía, algo particularmente visible en el largo poema epónimo que cierra este libro y que fue, gracias a los buenos oficios de Javier Marías, lo primero que pudo leerse de Ashbery en nuestro país (Poesía, Invierno 1985-86). (Aunque es tema que daría para un largo ensayo, no quiero dejar de apuntar que la temprana publicación de «Autorretrato en espejo convexo», poema de inhabitual coherencia sintáctica y meditativa dentro del corpus ashberiano, pudo introducir una percepción errada del alcance y virtudes de su escritura. Se agradece por tanto que Jiménez Heffernan haya antepuesto a sus traducciones dos largos ensayos explicativos que, además de sintetizar las conclusiones de la crítica anglosajona, ofrecen su lectura personal.)

Con todo, este elemento meditativo, salvo en el ya mencionado «Autorretrato» y alguna otra pieza aislada, es más gestual que otra cosa. Su inserción en el verso es producto de la fascinación lúdica (casi infantil) de Ashbery por las múltiples modalidades discursivas que le rodean. Lo meditativo convive en términos de igualdad con apuntes del natural dignos del mejor romanticismo, la morosidad impresionista y la pintura de interiores que Ashbery descubrió en Proust y Henry James, la erudición atrabiliaria a lo Thomas de Quincey, pero también con las jergas periodísticas y de la cultura demótica (la televisión, el Reader’s Digest), el lirismo gaseoso y degradado de los seriales y la música popular, la sensualidad atmosférica y el gusto por la frase enigmática y rotunda del cine negro. En Ashbery se dan la mano con extraña naturalidad la tradición de la vanguardia y el ejemplo de cierta modernidad bizarra (de Thomas Lowell Beddoes a Raymond Roussel, del propio De Quincey a Gertrude Stein) con las diversas expresiones de la cultura de masas norteamericana, por la que el poeta siente una fascinación que podríamos tildar de aristocrática, en la medida en que celebra su distancia fatal de la misma, su condición de ser culturizado en una sociedad donde la posesión de cultura es un estigma inocultable. Así, en «Sentimientos encontrados», el hablante convoca una imagen en sepia («cosecha aproximada de 1942») en la que conviven sin esfuerzo el ácido de la ironía y la sonrisa tolerante: «Un olor agradable a salchichas fritas / golpea los sentidos, junto con una antigua fotografía, / casi borrada, de lo que parecen chicas holgazaneando / alrededor de un bombardero (...) / Eh, chicas, ¿qué hacéis en vuestro tiempo libre? Caramba, / podría exclamar una de ellas, no soporto a este tipo. / (...) No me ofende que estas criaturas (ésa es la palabra) / de mi imaginación me tengan en tan poca estima, me presten tan poca atención. (...) / Me gusta el aspecto / que tienen, cómo actúan y sienten. Me pregunto / qué las llevó a ser así, pero no voy a perder / ni un minuto más pensando en ellas».

Lo singular en Ashbery, como en el primer Auden o los mejores poemas de Gil de Biedma, estriba en el tono. Por tono entiendo un clima sonoro, un fraseo que no depende de la música y los ritmos tradicionales, con su tallado obsesivo de cada frase y cada verso, su noción del golpe acentual como cifra de la analogía trascendente. La música de Ashbery es laid-back, inclusiva, sensualista y rococó a la manera de Wallace Stevens pero también, cuando quiere, prosaica y fingidamente desmañada, síntoma de su gusto por la sonoridad del lenguaje coloquial, ese vernacular al que todos los poetas norteamericanos (llámense Whitman o Emily Dickinson) se han adherido alguna vez. Eso sí, sin transgredir nunca, al menos en este libro, los límites de cierto decoro, de una mesura o sentido del equilibrio que pone en armonía los distintos elementos de este collage discursivo. Es un tono peculiar al que no es ajeno, como bien ha señalado Thomas Disch, la omnipresencia de la partícula «it», ese pronombre neutro que tantos quebraderos de cabeza ha dado a los traductores y que encarna a la perfección el natural indefinido de esta poesía, su carencia de contornos exactos y apresables.

El resultado, como lo define el propio poeta en «Autorretrato», es un «carrusel [que] arranca lentamente / y acelera y acelera: mesa, papeles, libros, / fotografías de amigos, la ventana y los árboles / fundiéndose en un solo anillo neutro que me rodea / por todas partes, mire donde mire. / Y no puedo explicar el mecanismo de nivelación, / la razón de que todo haya de reducirse a una sola /sustancia uniforme, un magma de interiores». Esta inquietud por no poder explicar la estrategia de «nivelación» de su propia poesía resulta bastante excepcional en nuestro autor, poco adepto a la duda angustiosa o la melancolía de quien descubre sus límites, pero es lo que singulariza el largo poema final y otorga, en retrospectiva, una pátina otoñal y elegíaca al conjunto. Con todo, este barniz no logra borrar la impresión primera, la de estar escuchando, como afirma Helen Vendler en frase que cita Jiménez Heffernan, una voz «flotante, alusiva, maliciosa, desganada, suave, genial, pusilánime, complaciente, soñadora, confiada, oscilante, diplomática, auto-reprobatoria, cómica, coloquial, desesperada, ingeniosa, educada, nostálgica, evasiva, divertida». Demasiadas alternativas, demasiados saltos y sobresaltos, demasiados desvíos. Pero si recordamos que la traducción inglesa de «desvío» es diversion, pariente etimológico de nuestra «diversión», comprenderemos que leer a Ashbery supone deponer la seriedad alerta que asociamos al género y que tanto ha envarado nuestra poesía. Ashbery nos obliga a replantearnos nuestras estrategias lectoras y a entrar en la página con una suerte de soñolencia activa que replica la suya propia: un ámbito en el que todo puede no ocurrir, y de hecho no ocurre. Haber convertido esta no-ocurrencia en un discurso de inagotable riqueza es tal vez el logro mayor de Ashbery y la prueba más pertinente de su grandeza.

miércoles, agosto 30, 2006

el cuervo de carver

Si hay un animal que ha comparecido habitualmente en mis poemas, sobre todo en los que escribí en Inglaterra, ese es el cuervo. Supongo que el hecho de haber traducido Cuervo, de Ted Hughes, y de estar en contacto permanente (durante cinco años, al menos) con el paisaje donde Hughes había nacido, me hicieron particularmente sensible a su presencia: una especie de correlato animal del áspero y negro paisaje de los páramos del norte, un manojo de plumas desabridas cuyos chillidos crecían con la oscuridad de la tarde. Así que me ha hecho gracia encontrarme con este poema de Carver en el que, además de fijar un instante con la sutileza de un poeta japonés, rinde homenaje a sus predecesores con una sencillez admirable. Lo dejo aquí, confundido con la tinta negra de esta página.


Raymond Carver

MI CUERVO

Un cuervo se posó en el árbol que hay frente a mi ventana.
No era el cuervo de Ted Hughes, ni el cuervo de Galway.
Ni el de Frost, ni el de Pasternak, ni el cuervo de Lorca.
Tampoco era uno de los cuervos de Homero, impregnados
de sangre coagulada tras la batalla. Era sólo un cuervo.
Que jamás encajó en parte alguna
ni hizo nada digno de mención.
Se quedó ahí en esa rama durante unos minutos.
Luego alzó el vuelo maravillosamente
y salió de mi vida.

Versión de Jaime Priede

lunes, agosto 28, 2006

todos nosotros, de raymond carver

Entre las novedades literarias que nos reserva septiembre, quiero destacar sobre todo una amplía antología de la obra poética de Raymond Carver, traducida y prologada por mi buen amigo Jaime Priede para Bartleby Editores. El volumen se titula Todos nosotros, traducción literal del original inglés, All of Us. Jaime ha hecho un trabajo espléndido desde aquellas lejanas (en el tiempo) versiones de Carver que publicó en los cuadernos de Nómadas con el título de Donde hayan vivido. Ya entonces estaba claro que las ediciones de Visor eran muy poco fiables: faltaban poemas, o versos y pasajes de esos mismos poemas, como también ocurre, por otro lado, en Páginas de la herida, de John Berger: mi edición inglesa tiene poquito que ver con la editada por Visor. Hace escasos días Jaime volvió a reiterarme su sorpresa al descubrir todas las "manipulaciones" de que había sido objeto la poesía de Carver en su viaje a España: darían para un buen ensayo ilustrativo. No es cuestión de unos pocos errores, o de diferencias (legítimas) de lectura e interpretación, sino de verdaderos atentados a la integridad del texto original.

Así que la edición de Jaime es, con mucho, la más amplia realizada hasta ahora de la poesía de Carver; y también, lo repito, la más fiable, tanto en lo que hace a los poemas incluidos como a su traducción española. Los lectores de Carver estamos de enhorabuena, pues. Con el permiso de Jaime y de la editorial, cuelgo aquí la portada del libro y uno de los poemas que abre el libro, el espléndido "Tu perro se muere". Creo que da una idea muy acertada del tono de la poesía de Carver, de esa aparente sencillez en la que siempre se cuela una ráfaga de amenaza, de turbiedad inquietante.


Raymond Carver

TU PERRO SE MUERE

lo atropella una furgoneta.
lo encuentras a la orilla de la carretera
y lo entierras.
te sientes mal.
te sientes mal por ti mismo,
pero te sientes peor por tu hija
porque era su mascota
y lo quería mucho.
solía canturrearle
y lo dejaba dormir en su cama.
escribes un poema sobre ello.
lo titulas un poema para tu hija
y trata del perro al que atropella una furgoneta,
de cómo te ocupaste de él,
lo llevaste al bosque
y lo enterraste hondo, muy hondo,
y el poema sale tan bien
que casi te alegras de que hayan atropellado
al pobre perro, si no, no habrías escrito
nunca ese poema.
entonces te sientas a escribir
un poema sobre la escritura de un poema
que trata de la muerte de ese perro,
pero mientras escribes oyes
a una mujer gritar
tu nombre, tu nombre de pila,
ambas sílabas,
y tu corazón se para.
dejas pasar un rato y vuelves a escribir.
ella grita de nuevo.
te preguntas hasta dónde puede llegar.

Versión de Jaime Priede

sábado, agosto 26, 2006

unas líneas de ángel crespo

Releyendo estos días Las cenizas del fuego, un hermoso compendio de artículos y ensayos de Ángel Crespo publicado en 1987 (hermoso precisamente por su carácter heterogéneo y la brevedad impresionista y punzante de algunos escritos), me encuentro con unas líneas que, por su mezcla de precisión y apertura al mundo, me parecen idóneas para iniciar cualquier meditación sobre poesía. Crespo consigue dar en la diana sin caer en el dogmatismo ni sentar la ley, iluminándonos y a la vez iluminando el camino que nos permite comprender mejor el sentido y naturaleza de la actividad poética.

"Si se me pregunta en qué consiste la poesía, diré, sin pretender agotar la definición, que en ir cargando a las cosas de significados de los que aparentemente carecen y que, no obstante, se encuentran desde siempre en ellas, en espera de que alguien los descubra y nos ayude, al hacerlo, a comprender al mundo y a comprendernos a nosotros mismos. Estos significados pueden ser puramente estéticos -lo que los justifica enteramente- o pueden tener un carácter más profundamente poético y revelador."

Ángel Crespo, "Las nueces, la poesía y la cábala", en Las cenizas del fuego, Júcar, Gijón, 1987, p. 31.

lunes, agosto 21, 2006

un poema de thomas mcgrath


Años después de su primera publicación en Letras Libres, cuelgo aquí mi versión de un poema del escritor norteamericano Thomas McGrath (1916-1990). McGrath es uno de los grandes desconocidos de la poesía norteamericana, por la sencilla razón de que sus ideas izquierdistas y su pasado de activismo sindical en los años treinta y cuarenta le cerraron demasiadas puertas. Pero es un enorme poeta, como creo que demuestran estos versos. A la espera de trabajar con más tiempo en su obra, le dedico este breve espacio, no sin agradecer a mi buen amigo el poeta Reginald Gibbons (gran traductor de Cernuda, por cierto) que me lo descubriera gracias a un viejo número monográfico de la revista TriQuarterly.

Quien tenga más curiosidad, puede encontrar aquí una estupenda página dedicada a McGrath en "Modern American Poetry".


Thomas McGrath

El fin del mundo

El fin del mundo: me fue otorgado verlo.
Vino en la oscuridad, un saliente en el cielo sin estrellas,
Un temblor en el centro de la noche, un espasmo de la carne
enmarañada de la tierra
Y un aullido bestial, ingobernable, en las entrañas de la calle.

Vino y lo reconocí: el fin del mundo.
Y esperé la avalancha opaca, la cólera que escinde rocas.
Y esperé: hojas que se besaban, murmullos de la noche ancestral y
homicida.
Luego, un tintinear de música, risas en el edificio vecino.

Pero seguí esperando: por el terrible fuego proverbial,
Oyendo el trueno mudo, el largo colapso del cielo:
Se abate eternamente. Mas nadie se dio cuenta. El fin del mundo
provocó
En la negrura un solo suspiro melancólico

De mi vecino, que bebía cerveza en la oscuridad, sentado en el porche.
No: yo no era el profeta de Dios. El Apocalipsis era nunca
Y era siempre: esta noche en una pobre calle donde una risa alegre,
irreverente,
Pospone el fin del mundo: donde vivimos siempre.


Versión de J. D.