jueves, marzo 28, 2019

salvaje esperanza


El Periódico de Poesía de la UNAM (que ahora dirige el poeta mexicano Hernán Bravo Varela) ha tenido la gentileza de publicar este adelanto de La puerta verde, «Salvaje esperanza», que fue en su día el prólogo de La mano azul. La generación Beat en la India, de Deborah Baker. El libro, que leí exactamente hace diez años, al poco de publicarse, me gustó tanto que años más tarde no dudé en recomendar su publicación a Javier Jiménez, Gran Maestre de Fórcola Ediciones. Y en Fórcola se publicó en el otoño de 2014, en la cuidada traducción de David Paradela López y con un diseño luminoso que incluía la foto de cubierta de la edición original: Ginsberg jugando con un mono en la azotea de uno de sus hospedajes en la India.

Escribí en su día sobre el libro en esta bitácora, pero no compartí el prólogo, donde hablaba con cierta liberalidad y mucho afecto de Ginsberg, Snyder & cia. Lo hago ahora, no sin antes reiterar mi recomendación. Es un libro delicioso, creo yo, incluso para quienes no estén particularmente interesados en los Beat.



domingo, marzo 24, 2019

novedad / la puerta verde





La hospitalidad generosa de los poetas Antón García y Martín López-Vega está detrás de este nuevo libro, La puerta verde, en el que he tenido la oportunidad de reunir gran parte de mis trabajos sobre la poesía en lengua inglesa de los últimos sesenta años, de Charles Tomlinson a John Burnside y de John Ashbery a Charles Simic, pasando por Ted Hughes, Sylvia Plath, Seamus Heaney o Allen Gisnberg. Lo publica la asturiana Ediciones Saltadera en su colección de ensayo, Arenas movedizas, y es un trabajo modélico en cuanto a diseño, producción, cuidado textual… No puedo estar más contento con el resultado final, la verdad. Me siento afortunado por haber podido publicar mis dos últimos libros con sellos asturianos: tiene algo de regreso a casa, de celebración familiar.

Veo este volumen como el reverso crítico de Libro de los otros (Trea, 2018), pero también como la prolongación natural de La ciudad consciente (Vaso Roto), el libro que allá por 2010 dediqué a T.S. Eliot y W.H. Auden. En fin, otra pieza más del puzle que uno va armando un poco sin querer a lo largo del tiempo (no en vano, el escrito más antiguo de esta compilación data de 1996; el más reciente es del año pasado).

El libro entra en librerías la próxima semana y se presentará en Madrid el viernes 5 de abril; iré dando detalles. Copio seguidamente la ficha técnica y el texto de contracubierta (la foto de cubierta, espléndida y sugerente, es de la tinerfeña Mercedes Pintado Brage, a quien agradezco su permiso para reproducirla).


La puerta verde. Lecturas de poesía angloamericana contemporánea
Colección Arenas movedizas
Ediciones Saltadera, Oviedo, marzo de 2019
288 págs. / 21 €
ISBN: 978-84-949793-0-9
Distribuye: Distriforma

La puerta verde es un panorama didáctico y una guía informativa de la poesía angloamericana reciente. Su autor, Jordi Doce, reúne dieciséis aproximaciones críticas a figuras y obras decisivas de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI. El libro se divide en dos secciones, según el poeta analizado proceda de un lado u otro del Atlántico; desde la orilla anglo-irlandesa: Charles Tomlinson, Ted Hughes, Sylvia Plath (americana asentada en Inglaterra), Geoffrey Hill, Seamus Heaney y John Burnside; desde la orilla norteamericana: John Ashbery, Allen Ginsberg, Kenneth Koch, Charles Simic, Joseph Brodsky (poeta ruso reconocido como un igual por sus colegas estadounidenses), Paul Auster, Sharon Olds, Anne Michaels y Jeffrey Yang.

Sin renunciar a las herramientas de la crítica y el pensamiento contemporáneos, estos ensayos tratan de poner en contexto las obras de estos poetas para luego interrogarlas y entender de qué manera, a su vez, nos interrogan. El resultado, que incluye una amplia antología poética gracias a las cuidadas versiones que acompañan cada ensayo, ofrece una imagen coherente y abarcadora de la poesía actual en lengua inglesa.

miércoles, marzo 20, 2019

esa ambición


Creo que por regla general las grandes obras son el resultado de intenciones modestas. La ambición no debe estar al principio, antes de la obra; ha de crecer con la obra, que quiere ser ella misma más grande de lo que el artista agradablemente sorprendido pretendía, ha de estar unida a ella y no al yo del artista. No hay nada más errado que la ambición abstracta y sin objeto, la ambición en sí, independiente de la obra, la lívida ambición del yo. Esa ambición tiene cara de águila enferma.

Thomas Mann, «Viaje por mar con Don Quijote» (1934)
 

sábado, marzo 16, 2019

anales de marte


 


En el imaginario del escritor norteamericano, Marte no tiene gran cosa que ver con sus presuntos habitantes, los marcianos o aliens que encarnan la amenaza del Otro, del extraño que por serlo es enemigo. Los marcianos de opereta de Tim Burton no vienen necesariamente del planeta rojo, sino que resumen en su chata deformidad el historial de figuraciones con que Occidente ha resuelto su compulsiva necesidad de enemigos. Marte es otra cosa. Lejos del escapismo temprano de Rice Burroughs, los escritores americanos proyectaron en el planeta el mito de la frontera que había gobernado su literatura desde Daniel Boone: Marte convertido en outback, en tierra de colonos, que es como decir la tierra prometida, la California de los sueños de opulencia y su reverso de pesadilla.

Las Crónicas marcianas (1950) de Ray Bradbury son menos un ensayo de futurismo que una crítica de la posguerra y un canto elegíaco de la América rural de los años veinte: la sensualidad de esta escritura, su paisajismo misántropo y su elogio de la vida sencilla ofrecen un contrapunto al presente militarista de la era Truman, marcado por la amenaza nuclear y el comienzo de la guerra fría. El don telepático de sus marcianos, por turnos amables y amenazadores, y a los que no en vano se acaba aniquilando, parece evocar el chamanismo de los indios nativos, en un avance sutil de la «distopía» del gran Philip K. Dick. Así, Tiempo de Marte (traducción más bien plana del original, Martian Time-Slip), que se publicó en 1964, justo al comienzo de sus ensayos con el LSD, nos muestra el negativo corrupto y alienador del sueño americano: Marte es el basurero mental de la Tierra, el destino final de esquizofrénicos y paranoicos a los que se da una segunda oportunidad. La trama desvela el corazón negro de la luz californiana al apoyarse en a los intentos de los personajes por hacer uso del poder visionario de un niño autista, Manfred, cuyos sugerentes ecos byronianos fijan un mundo de egotismo impiadoso que hace ilusoria cualquier pretensión de convivencia.

El nihilismo de Dick, incapaz de creer en la polis, se contrapone ferozmente al mundo amable y pastoril de Arthur Clarke, quien, en Las arenas de Marte (1951), idea la conversión de Marte en una nueva Arcadia, una imagen de fertilidad semejante a la Comarca con que Tolkien mitificó la vieja campiña inglesa. Y es que Clarke, como buen británico, no puede avanzar sin mirar al pasado: ignora que esa Eurídice también se esfumará tan pronto vuelva los ojos, llevándose la poca realidad que aún hay en ella.


[A veces me gusta recuperar textos antiguos y que han quedado, por así decirlo, huérfanos. Este tiene muchos años: se publicó allá por 2002 en el suplemento cultural del diario ABC; una brevería que formaba parte de un amplio dossier sobre el planeta Marte y en el que puse en contigüidad cuatro hitos de la literatura «marciana». Encontré el suelto hace unos días, por azar. Y ahora pienso que debería releer la novela de Clarke, que recuerdo con cariño de mis catorce o quince años.]

martes, marzo 12, 2019

tal como éramos



 
© Luis Palmero, 2002



También nosotros querríamos volver al paraíso, escribir el edén. Luces bien asentadas, días que no vacilan y pupilas que miran de frente y de continuo la clara pertinencia del ahora. Sobre la mesa, el sol y un vaso de agua. Sobre la mesa, un sol de agua, el aire quieto del vaso. Allí estabas, hablando a espaldas de las horas, como si el tiempo fuera un invitado incómodo, una mancha capaz de borrar las palabras que decían el mundo. Allí estabas, bajo el toldo batido por el viento, y el agua lamía el malecón y se colaba entre las rocas con sus dedos prensiles, poniendo un suelo incierto donde plantar las voces, los silencios, la astucia misma del encuentro. También nosotros querríamos borrar la sombra, el reverso maléfico que seduce y arrastra. También nosotros, con nuestra piel viajera y la lengua labrada por el ansia. Limos bien asentados, mezclas desatendidas, manos que sólo manchan lo que codician. La sangre, que se lastima donde encalla. Pero ya no es posible. Todo se ha corrompido antes de madurar. Todo es mancha y turbión. O cayó en el desagüe donde una lluvia huraña lo arrastra y descompone sin piedad. Las palabras que hablabas se salieron de quicio, no saben su lugar, no saben estar quietas. Las palabras que oíamos se nos han ido de la mano y todo es ya otra cosa, distinta de sí misma, irreparable. No podemos volver sobre lo andado. No es posible desanudar el tiempo. Tan lejos de aquel día, el perfume difícil del presente, su impuro aprendizaje, tan lejos del edén.


viernes, marzo 08, 2019

circe maia / el cultural


Y entonces, un día, Álvaro Valverde reseña Múltiples paseos a un lugar desconocido. Antología poética 1958-2014 de Circe Maia en las páginas de El Cultural. Una lectura cercana. Una lectura necesaria.

También aquí.




lunes, marzo 04, 2019

fauna lírica



 © Miguel Ángel Barba



Cultiva pocos entusiasmos. No quiere flancos débiles.




Creció tanto, era tan grande, que dejamos de verlo.




Dios salió por la puerta, y en ese instante todos empezaron a hablar y a gritar a la vez.




El que recuerda se da cuerda. La divisa del elegíaco.




En aquel país, el adiestramiento de un artista incluye largos paseos nocturnos. Quien no educa la mirada, al menos aprende resignación.




Conformarse: deformarse.




Buscó la libertad en las palabras. Fue libre en sus silencios, sin saberlo.