martes, junio 26, 2007

posible ecuación

La poesía, entre otras cosas, es dialogar con la palabra en libertad. Pero nunca como en un poema se percibe que las cosas se parecen a sus nombres. De ahí podría deducirse, tal vez, que en libertad las palabras tienden a caminar hacia aquello que nombran.

domingo, junio 24, 2007

nueva norma

De todas las (viejas) entradas que añadí a esta bitácora el pasado otoño, tal vez la que más interés despertó fue la dedicada a la poeta canadiense Anne Carson. Colgué entonces el poema “Audabon”, de su libro Men in the Off Hours, y me encontré con numerosas personas preguntándome por la autora, el libro, y si estaba traduciendo de manera sistemática su trabajo. La respuesta era, y es, afirmativa. El próximo otoño, si nada lo impide, verá la luz en la editorial Pre-Textos mi traducción del libro con el título de Hombres en sus horas libres. Acaba de aparecer un adelanto en el último número, de junio, de Revista de Occidente: un poema titulado “Ensayo sobre aquello en lo que más pienso”, que colgaré aquí una vez haya caducado el número, es decir, tan pronto salga el de julio-agosto. Sí copio ahora el poema que Amalia Iglesias tuvo la gentileza de publicar hace un par de meses en la sección de poesía del ABCD las artes y las letras. Muestra otro tono de la autora, más elíptico y personal, lejos de la música de reportero de “Audabon” y “Ensayo...”. Ojalá os guste.


NUEVA NORMA

Una mañana blanca de Año Nuevo, hielo duro y reciente.
Arriba, entre el ramaje helado, vi una ardilla saltar y deslizarse.
¿Da miedo? Parecía decir, ojeándome

desde lo alto, sosteniendo una rama que se agitaba
con rígido retroceso—¿o es sólo que hoy todo suena equivocado?
Las ramas

tintinearon.
Se limpió sus pequeños y fríos labios con una mano.
¿Temes las mismas cosas que

yo temo? repliqué, levantando los ojos.
Su imperio de ramas resbaló contra el aire.
¿La noche de los garfios?

¿La hoja del operario abierta en la escalera?
No tiene efecto suficiente, dijo mi verdadero amor
cuando me dejó al quinto año.

La ardilla dio otro salto a una rama más baja
y atrapó un colgador de lágrimas.
El modo de aguantar es

dicho esto
tan
claro.

jueves, junio 21, 2007

los nuevos revolucionarios

[...] Existen dos clases de política, política de partidos y política revolucionaria. En la política de partidos, todos los partidos están de acuerdo en la naturaleza y la justicia del objetivo social a alcanzar, pero difieren en la forma de lograrlo. La existencia de diferentes partidos se justifica, en primer lugar, porque ningún partido puede ofrecer una prueba irrefutable de que su política es la única que puede alcanzar el objetivo común que todos desean y, en segundo lugar, porque ningún objetivo social puede alcanzarse sin sacrificar parcialmente los intereses del individuo o del grupo, y es natural que cada individuo y grupo social promueva una política que limite dicha cuota de sacrificio al mínimo y afirme que, si deben hacerse sacrificios, sería más justo que otros los hicieran. En una política de partidos, cada partido trata de convencer a los miembros de su sociedad apelando principalmente a su razón; reúne datos y argumentos para convencer a los demás de que su política tiene más posibilidades que la de sus oponentes de alcanzar el objetivo deseado. En un sistema de partidos es esencial que las pasiones no suban de temperatura: la oratoria, por supuesto, requiere apelar a las emociones del auditorio para ser eficaz, pero en una política de partidos los oradores deberían mostrar la pasión teatral de fiscales y abogados defensores y no perder los estribos. Fuera del Congreso, a los diputados se les invitaría a cenar en casa de sus rivales; en la política de partidos no hay sitio para los fanáticos.

En una política revolucionaria, distintos grupos dentro de la sociedad tienen opiniones distintas sobre lo que es justo. Cuando así sucede, los conceptos de argumento y compromiso ni se plantean; cada grupo tiende a considerar al otro malvado o demente o las dos cosas a la vez. Toda política revolucionaria es un casus belli en potencia. En una política revolucionaria, un orador no puede convencer a sus oyentes apelando a su razón; puede convertir a algunos despertando y apelando a su conciencia, pero su función principal, ya represente a un grupo revolucionario o contrarrevolucionario, es despertar su pasión hasta el punto de que toda su energía se vuelque en la obtención de la victoria total para su propio bando y la derrota total para sus oponentes. En una política revolucionaria, los fanáticos son esenciales.


Regreso al blog después de no sé cuántos meses con una cita de W.H. Auden, dos párrafos tomados de su ensayo "El poeta y la ciudad". Y lo hago porque pocos comentarios me parecen más ajustados a la estrategia de tierra quemada que nuestra querida derecha política lleva poniendo en práctica desde hace tres años. El PP se ha convertido en un partido revolucionario, una perfecta facción antisistema que busca la obtención del poder a toda costa, sin importar el perjuicio que su actitud pueda causar a los demás. Este comentario puede parecer intempestivo, toda vez que desde hace semanas las aguas parecen haberse serenado un poco. Quizás sea eso lo más peligroso. Han vuelto a ponerse la piel de cordero, pero sabemos (y no deberíamos olvidar) de lo que son capaces cuando las cosas no toman el rumbo que ellos esperan y desean. Recuerdo bien que leí (y traduje) esas líneas de Auden el pasado otoño, cuando las hostilidades estaban en su peor momento, y las aplaudí secretamente por su clarividencia. Muchas veces pensé en colgarlas aquí. Lo hago ahora, cuando parece que mi navegador ha vuelto a recobrar la cordura y a no colgarse, él, en los momentos más inoportunos.

Casi medio año sin escribir en esta bitácora, que ha sufrido las mismas intermitencias que los muchos diarios que he comenzado y abandonado al poco tiempo. De nada sirvieron promesas, seguridades, disculpas tan volátiles como mi ánimo. Los amigos se extrañaban, me lanzaban cordiales reproches, iban perdiendo fe en mi constancia. Esta vez las promesas están de más... Lo prometo.