jueves, febrero 18, 2016

dylan thomas / inédito


 
  André Kertész, Washington Square, Winter
Copyright courtesy of Estate of André Kertész © 2015



Un sueño invernal

A menudo en las noches de invierno la luz de media luna
       ve por un ventanal
De frondas y pestañas a los hombres rascando deslizando en la tumba
Una infancia con lengua de lechuza donde hay aves y árboles fríos,

O ahogados agua abajo en las iglesias de los durmientes visitadas por peces
Observando el gritar de los mares mientras la nieve vuela
       y cabalga entre chispas,
El hielo centellea y los granos de arena patinan en las hayas.

Y a menudo por las ventanas de medianoche ve a los hombres
       con ojos invernales,
La noche conjurada de la lluvia del norte en un diluvio
       de fuegos de artificio,
La Osa Mayor levantando las nieves de su voz para quemar los cielos.

Y así los hombres duermen un camino lechoso por entre el frío,
       inmovilizan las olas
O pisan trueno y aire en un bosque sin pájaros, helado,
Sobre el párpado del norte donde sólo el silencio se mueve,

O dormidos acechan entre relámpagos y oyen hablar a las estatuas,
La lengua oculta en el jardín fundido cantar igual que un tordo
Y la blanda nevada extraer un repique del pómulo de mármol,

Ahogados que ya duermen agua y sonido abajo raspan la calle, espectros
Sumergidos en lagos donde la pesadilla de mejillas rosadas
       se mueve como un pez,
Sobre los adoquines va el Arca a la deriva, la oscuridad navega en una flota

O, quedándose quieta, trepa por la colina volada por la nieve
Cuyas cavernas guardan la astilla de marfil del toro de la nieve,
Vértebra fósil de la foca de esqueleto marino, huella helada
       del pterodáctilo.

Pájaros, árboles, osa y pez, estatuas que cantan, diluvios y focas
Se escabullen del durmiente despierto que espera en la mañana
De invierno, a solas en su mundo, viendo pasar el tráfico de Londres.
 
1942



Nota sobre el poema

Este poema vio la luz en el número de la revista Lilliput correspondiente a enero de 1942; cada una de las ocho estrofas iba acompañada de una fotografía de tema invernal. Las imágenes, por este orden, eran las siguientes: una medialuna sobre una colina arbolada con jirones de bruma (de «Brandt»); la silueta de un hombre sobre un lago helado sosteniendo un hacha (a punto de hacer trizas el hielo) (de «Fox»); un oso polar exhalando vapor sobre un risco adornado con carámbanos en el foso de un zoo (de «Darchan»); tres hombres descendiendo de noche por una ladera envuelta por la niebla (de «Land»); una estatua neoclásica de una figura femenina en un parque, desnuda hasta la cintura y recubierta de hielo (de «Land»); un canal entre edificios industriales con el reflejo de una luz lejana (de «Fox»); tres alpinistas con picos y crampones ascendiendo por un glaciar (de «Brassai»); un hombre provisto de paraguas junto a una calle bulliciosa de Londres, sobre la nieve medio derretida (de «Glass»).

El artículo va precedido de un breve párrafo introductorio que aparece bajo la primera fotografía: «De entre miles de imágenes invernales hemos escogido estas ocho porque nos parecía que tenían una curiosa cualidad onírica. Se las mostramos al joven poeta Dylan Thomas y le propusimos escribir algunos versos de acompañamiento. Aquí están las imágenes y aquí está su poema». El propio Thomas hizo referencia al trabajo en una carta a John Sommerfield (6 de enero de 1942): «Me alegra que te gustaran mis versos invernales, hechos a toda prisa con mi dócil máquina Swinburne» (Collected Letters, p. 557). Hasta donde se me alcanza, este poema no ha sido recogido en libro, aunque Ferris explica la referencia en una nota a pie de página.

Como en tantas otras ocasiones, Thomas pecaba de un exceso de modestia. Aunque no es un poema tan densamente elaborado como otros de la misma época, dado su carácter de texto de encargo, «Un sueño invernal» juega imaginativamente con los motivos fotográficos de los que parte sin dejar de ser una obra autónoma con su propia lógica verbal, que anticipa un estilo posterior basado en la repetición.

John Goodby
 

Trad. J.D. / El original, aquí.


Uno de los grandes ausentes de esta bitácora es el poeta galés Dylan Thomas (1914-1953). Aunque a lo largo de estos años no han faltado excusas o motivos para publicar alguna traducción de su poesía (quizá el más importante: el centenario de su nacimiento en 2014), por alguna razón no terminaba de hacer caso a las sugerencias del momento. Es la suya una poesía compleja, desde luego, muy elaborada verbal y formalmente, y eso no ayuda. Y lo he cultivado menos y lo conozco –por tanto– peor que otros poetas de estatura comparable, como Yeats, Eliot o Ted Hughes.

Aun así, podría haber intentado traducir algunos de los poemas suyos que más me gustan, como «Fern Hill» o «The Force That through the Green Fuse Drives the Flower», por ejemplo. Y no descarto hacerlo en el futuro. De momento, me he atrevido con este poema que Thomas escribió por encargo para la revista Lilliput en enero de 1942 y que nunca recogió en libro, ni siquiera en sus canónicos Collected Poems. No es, en rigor, un poema inédito, pero poco le falta. El crítico John Goodby lo recuperó hace poco en el número 226 (noviembre-diciembre de 2015) de la revista Poetry Nation Review, con una nota –que también comparto aquí– en la que detallaba las circunstancias tanto del encargo como de la publicación final. Traduje el poema durante las navidades y la revista Letras Libres ha tenido la gentileza de incluir mi versión en su número de febrero.

No es una de sus mejores piezas, sin duda, y él parece haberlo sabido mejor que nadie. Pero sí exhibe algunas de sus marcas de estilo más distintivas (densidad verbal y metafórica, veladuras surrealistas, anáforas y aliteraciones, y una tendencia a crear patrones complejos que va retorciendo a su gusto) y demuestra que Thomas, lejos de ser el buen salvaje inspirado que ha querido mostrar cierta leyenda, trabajaba sus poemas sin descanso, con astucia y rigor de artesano.

No he podido encontrar las fotos que están en la raíz de estos versos y que ilustraron originalmente su publicación en la revista Lilliput, pero sí una vieja imagen del gran André Kertész que hace justicia, o eso me parece, a la exaltación que hacen de los emblemas del invierno. Ya decía Coleridge aquello de «La escarcha ejerce su secreto oficio…». Thomas parte del mismo sitio para crear un emblema verbal, un tapiz de palabras, que retenga al menos un brillo de esas sombras polares que año tras año (verdad que cada vez con menos fuerza) nos invitan a recogernos en casa y cultivar el sueño de la hibernación.

1 comentario:

ÍndigoHorizonte dijo...

Recuerdo el invierno en Washington, la nieve, la casa blanca aún más blanca. Recuerdo el invierno. A ratos, aún sueño.