lunes, septiembre 05, 2022

el canto de los ríos esta mañana

 

 

 

Raúl Zurita, Mi dios no ve, edición de Héctor Hernández Montesinos, Madrid, Vaso Roto, 2022, 300 páginas.

 

 

Una idea se reitera a lo largo de este libro de Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950), y es que la existencia de un solo desaparecido, uno solo, nos condena a todos a ser supervivientes. Esa «sobrevivencia» puede tener dos acepciones, una –inmediata– como perduración y resto doliente de una catástrofe anterior, y la segunda como ese «exceso» de vida que, según se explica en los fragmentos de entrevistas que integran Un mar de piedras (2018), toma la forma del amor y el arte: «La poesía siempre está sobrepasada en su intento descomunal por preservar a los humanos de toda esa violencia, de todo ese daño, pero persiste en la apuesta por la fraternidad». Esa es la apuesta que ha guiado –no sin torsiones ni violencias explícitas– la obra del escritor chileno desde Purgatorio (1979), donde arrancan con pasmosa rotundidad las líneas maestras de un decir que es un personaje que es un paisaje: Chile, los Andes («lejos, en esas perdidas cordilleras de Chile»), el océano, el desierto de Atacama…

 

El 11 de septiembre de 1973 es un parteaguas en la vida de Zurita, como lo fue para tantos. Los años de aprendizaje coinciden con los años de la represión y el genocidio, los más feroces de la dictadura, y esto le lleva a un estado de tensión casi histérica que se plasma en las acciones que realiza sobre su cuerpo (la quemadura en la mejilla cuya cicatriz protagoniza la cubierta de Purgatorio, el intento por suerte fallido de cegarse con amoníaco). Es como si la desaparición de los cuerpos de los represaliados hubiera despertado en el poeta la necesidad compensatoria de volver sobre su propio cuerpo y escribir sobre él, vulnerarlo. Pero el cuerpo no basta: poco después tiene lugar su célebre intervención sobre el cielo de Queens, en Nueva York, en la que cinco aviones trazan con humo blanco las quince frases de «Escrito en el cielo». Un impulso que madura en la frase («ni pena ni miedo») tallada en 1993 en el Desierto de Atacama: mezcla emocionante de memorial y nuevas líneas de Nazca.

 

Detrás de todos estos proyectos está el deseo manifiesto de Zurita de restituir la vida a la poesía, esto es, de crear «una obra que desde la literatura se cumpla en la vida y no en la literatura, o no allí solamente». Frente a la imagen mallarmeana de la página del libro como «anverso del cielo estrellado», lo que hace nuestro poeta es literalmente «escribir en el cielo» bajo «la maravillosa exaltación de las estrellas de luz, de las estrellas verdaderas». Su linaje es el de los grandes épicos, de Whitman, Neruda o Saint-John Perse para atrás, hasta la semilla fecunda de la Ilíada y ciertos libros de la Biblia (Job, Ezequiel, los Evangelios). El tono puede ser burlón o teñirse de oralidad, pero todo sucede contra un fondo mítico, un paisaje de cordilleras y desiertos y cielos que se rajan y mares que se elevan. No hay cortes entre la dicción impetuosa de sus grandes libros (La vida nueva, Zurita) y el sabio minimalismo de sus intervenciones: todo forma parte de un mismo aliento, el deseo de cantar con el diafragma, desde el centro mismo del cuerpo, sin fingimientos ni peajes retóricos.

 

Entre los materiales que articulan esta selección destacan por derecho propio sus versiones de tres monólogos de Hamlet (incluyendo el célebre «To be or not to be»…) y del canto V del Infierno, que culmina con la trágica historia de Paolo y Francesca: un nuevo homenaje a Dante que se remonta a la niñez («no sé si aprendí a hablar primero el italiano o el español») y a los cuentos germinales de la abuela.

 

Mi dios no ve es lo que los editores anglosajones suelen llamar «a reader», una antología que nos invita a bucear cronológicamente en la totalidad de la obra: prosa, verso, ensayo, entrevistas… Su editor, Héctor Hernández Montesinos, ha tenido el acierto de incluir textos autobiográficos y ensayos como «Que renazca la muerta poesía» y «Walt Whitman, camarada nuestro» –lección magistral sobre el acto de leer y el malentendido trágico que entraña–, así como imágenes ilustrativas que lo convierten en un volumen de obligada consulta. Lástima que entre las «Referencias» no aparezcan las ediciones que contribuyeron, hace más de una década, a recuperar al poeta en nuestro país, como Cuadernos de guerra (Amargord) o el colosal Zurita publicado por Delirio. Pero el libro es todo él un regalo para los lectores: foto de gran angular de una obra que sigue abierta porque sigue mirando hacia el futuro.

 

 

Publicado en La Lectura de El Mundo, 2 de septiembre de 2022.

 

 

 


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