miércoles, mayo 12, 2010

verde

De los tres olores que Jean Cocteau calificaba de principales: olor a lápiz, olor a puerto y olor a circo, sólo este último ha perdido su fuerza o su capacidad de sugerencia para mí. Quizá porque nunca estuvo muy presente en mi vida. Lo sustituiría, sospecho, por el olor a tierra húmeda, o más bien, para quienes entiendan que la tierra está demasiado cerca del lápiz, por el olor a hierba segada. Breve es el respirar / de las briznas cortadas, decía Philip Larkin, pero no tan breve como para no conmoverme mientras cruzaba esta mañana el parque y veía el temblor de oruga de las cortadoras eléctricas, el puño blanco de sus morros siguiendo el perímetro de los setos. Un aire verde, aún más denso bajo la densidad de las nubes como de tormenta que se agolpaban arriba. Así todo es más fácil, pensé, o me obligué a pensar. El día, claro, no tardó en desmentirme, pero por un instante estuve en paz con sus apariencias.

2 comentarios:

Cassioppeaboreal dijo...

¿Cuáles eran las palabras de Gabriela Mistral, Jordi?
"...como cuando camino por la hierba segada, busco el rostro de Di-s y palpo su mejilla..."
Estupenda tu reflexión.
Como siempre.
Gracias!
Gaby.

Julio Mas Alcaraz dijo...

Aunque tu olor a tierra mojada lo sustituya por el de tierra seca, casi quemada en su aridez, tierra que es casi arena/

me sienta con el olor a lápiz, en especial cortado por el sacapuntas. O por un cuchillo. Involuntariamente lo traen nuestros hijos sin saber que en esas virutas/

Y del olor a puerto y mar. Vuestros puertos de olas grandes. Los nuestros de olas pequeñas e insistentes.

La oruga se retuerce como en el poema de Louise Glück.