Estos
gorriones que picotean entre arbustos son los mismos que el año pasado. También
los perros, que se renuevan cada curso sin dejar de ser idénticos. Pinos y
cedros y arces y abedules son los de siempre, no se han movido de su sitio. Y
así la hierba, el agua del estanque, los colores de la rosaleda… Sólo nosotros
–testigos inquietos, insatisfechos, reos de una impaciencia que patina sobre la
superficie de las cosas– crecemos y cambiamos, nos salimos del quicio, no
coincidimos con nosotros mismos.
Cuentos del hada jubilada (octogésimo quinto)
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Nada hay que deje un poso tan agridulce como la jornada de hoy. Una no se
acostumbra a que llegue como un día sin más, por sorpresa. Aunque parezca
abult...
Hace 43 minutos
2 comentarios:
Quicio o el modo en que una bella palabra puede atormentar.
Abrazo
Manifiesta identidad, diría alguien con ganas de polémica. Lo más seguro es que, si ellos, pájaros y árboles, nos miran, podrán decir lo mismo de nosotros.
Es sólo producto de la conciencia. O ¿habría que decir mala conciencia?
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