miércoles, abril 15, 2020

cuaderno del encierro / 24

miércoles, 15 de abril

Más citas. Estos versos, por ejemplo, de un breve poema de Yeats («Versos escritos con abatimiento») que traduje hace casi veinte años, allá por el 2003, y que acabo de encontrar en una vieja libreta: «Salvo este sol amargo nada tengo; / desterrada y ausente la heroica madre luna, / ahora que he cumplido los cincuenta / he de sobrellevar este sol apocado». ¿Premonición?


Hace días que no veo a los gatos en el patio interior. Supongo que la mezcla de lluvia y frío los tiene confinados, también a ellos, en la trasera del hotel, con sus mil grietas y recovecos. Aunque la tarde del domingo hubo sol en abundancia y tampoco así comparecieron… Los tímidos intervalos de luz que complican el cielo y ponen una gota de color en las fachadas no son suficientes para que salgan de su escondite. Solo uno, esta mañana –un gato negro, canijo, que se movía con lentitud de sueño–, se aventuró para explorar el tejado de uralita del garaje, o más bien su perímetro, como si temiera que tanta lluvia fuera a disolver su territorio de caza. Iba por el borde como un equilibrista en el alambre. Un poco como el día, que no acaba de decidirse: sol, lluvia, nubes de tormenta o bien todo lo contrario.


Releo con admiración la última entrega de Los cuadernos pálidos de Tomás Sánchez Santiago. Siempre me conmueve la manera en que sus estampas, sus vislumbres, combinan el asombro y la minucia. Una escritura tranquila, natural, que pasa el dedo por las texturas del mundo y ensaya la ironía o la justa indignación casi en defensa propia. Todo sin aspavientos, sin alardes. Como si solo la observación piadosa del mundo pudiera conjugar los verbos de la imaginación…


Como vivimos en una gráfica, cada día nos despertamos con una nueva cifra oficial de muertos. Y los titulares se afanan en mirar el dato con buenos ojos, subrayando que la cifra se reduce lenta pero tenazmente, que incluso en los casos de repunte ocasional la «tendencia» es favorable. Pero siguen siendo entre 500 y 600 muertos diarios –hoy, en concreto, 523–, todos con su vida, sus recuerdos, sus trabajos, su tripulación de amigos y de familia, todos de pronto desaparecidos, metidos en bolsas negras en una morgue improvisada, sin nadie que los despida. Solo las esquelas y obituarios de algunos fallecidos ilustres –esas lápidas de tinta que llenan varias páginas de los periódicos– dan una idea fiel o concreta de la pérdida. Cuesta escapar de la red de seguridad de los números. Por más que desciendan, siguen siendo cifras tan grandes que anestesian la pena. Me recuerdan aquel viejo poema de Zbigniew Herbert, «Don Cogito lee el periódico» (lo leí por primera vez en la edición de Hiperión de 1993), donde el poeta polaco comparaba «la noticia de la matanza de 120 soldados / en primera página» con la «información justo al lado / de un crimen espectacular / con retrato del asesino incluido». Don Cogito, que podría ser uno cualquiera de nosotros, se ve tomando el periódico y buscando con avidez la noticia del crimen, recreándose en los detalles –muchos de ellos morbosos–, poniéndose en el lugar del criminal o de sus víctimas. En cambio, la información sobre la guerra solo le causa indiferencia. En la traducción de Xaverio Ballester:

a los 120 caídos
es inútil buscar en un mapa
la excesiva lejanía
los oculta como si fuera una jungla

no estimulan la imaginación
son demasiados
la cifra cero al final
los transforma en una abstracción

un tema para meditar:
la aritmética de la compasión.

            Don Cogito está inmunizado contra el dolor. Es posible que también nosotros lo estemos, en mayor o menor medida. Todo en nuestra forma de pasar los días conspira para que pasemos de puntillas por los espacios-tiempos del sufrimiento: la aritmética de la compasión nos tiene cariño y quiere saldar a nuestro favor. Pero el sufrimiento, como el agua, siempre termina por filtrarse: en los sueños, en los instantes de vacío o de aburrimiento, en esa «hora violeta» de la que habló Eliot y que ahora combatimos con aplausos y música barata (las horas, lo sabemos, tienen sus trampillas secretas por las que podemos caer sin aviso). Es un rumor de fondo que no deja de sonar, aunque a veces no lo oigamos, como el tráfico. No lo hacemos por precaución, porque no queremos sentirnos abrumados por el dolor ajeno, pero está. Quinientos veintitrés. Son 63 más que todas las palabras de esta entrada.


Segunda tormenta de la semana, más copiosa aún que la de ayer. Y a la misma hora –media tarde–, que es la hora en que reviso estas notas. Un telón de agua prieta que inunda los desagües y desbrava las hojas primerizas. La primavera toca a rebato.

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