lunes, octubre 19, 2009

james wrigth / mineros

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Si hay un poeta norteamericano que recibió a conciencia el influjo de nuestra vanguardia, de los poemas surrealistas de García Lorca, Alberti, Aleixandre o del Neruda de Residencia en tierra, ése es sin duda James Wright (1927-1980). Director junto con Donald Hall de la influyente revista The Fifties, en la que publicó numerosas traducciones de poesía alemana y española, ganador del premio Pulitzer en 1971 con sus Collected Poems, Wright fue un poeta de vida difícil y algo desafortunada. Nacido en el cinturón industrial de Ohio, hijo de un trabajador siderúrgico, Wright siempre se consideró un outsider, separado de sus colegas por una fortísima conciencia de clase que reaparece una y otra vez en su trabajo. Tuvo problemas de alcoholismo (como Berryman), fue sometido a electroshock (como Plath) y acabó harto de las obligaciones docentes (como otros muchos de su generación). Justo cuando parecía haber encontrado la serenidad con su segunda mujer, Edith Anne Runk, dedicado casi en exclusiva a escribir y viajar por Europa gracias a una beca providencial, le diagnosticaron un cáncer de lengua. Murió en marzo de 1980 después de una rápida agonía.

Encontré la traducción de este poema, «Mineros», en una carpeta donde guardo borradores y trabajos inconclusos (la mayoría escritos a mano) de mis primeros años en Inglaterra, allá por el 92-95. No la recordaba, pero la hoja tenía hasta el número de página del libro original, Contemporary American Poetry, la antología de Donald Hall en Penguin que ya he mencionado en otras entradas. Releyendo los poemas que incluye Hall, y otros que he ido encontrando un poco por azar, me pregunto por qué entonces no me fijé más en su trabajo. Este poema es un buen ejemplo de su destreza para combinar un asunto de corte, digamos, social con la pulsión imaginativa y metafórica de la vanguardia. El resultado es un modelo de sequedad y sugerencia, de emoción contenida y fuerza simbólica que nos deja, también a nosotros, oyendo extraños ruidos en la noche.


Mineros

La policía está rastreando los cuerpos
de los mineros en las aguas negras
de las afueras.

Unos pocos se arrastran
buscando más abajo, hasta que aferran
los dedos del mar.

En algún sitio, al otro lado
del chapaleo y las marmotas soñolientas,
un hombre fuerte, a solas,
aporrea la puerta de una tumba, gritando
Dejadme entrar.

Muchas mujeres
se adentran en los pozos por largas escaleras
y aparecen en los palacios tambaleantes
de cisternas abandonadas.

En medio de la noche
oigo vagones moviéndose sobre rieles de acero,
[chocando
bajo tierra.


Trad. J. D.

6 comentarios:

Bruno Mesa dijo...

Excelente el retrato, inolvidable el poema.

Al leerlo he sentido que todos llamamos a la puerta de una tumba cada día.

Saludos

camaradeniebla dijo...

sigo por aquí aunque no firme...
¡Muchas gracias, Jordi¡

Jordi Doce dijo...

Gracias, amigos. ¡Qué bien saberos ahí! Saludos, J12

Isabel dijo...

No entiendo de poesía, pero me ha impresionado este poema por lo que transmite.

A pesar de no ser fiel a lo que viví (nací en un pueblo minero y, cuando pude, baje a la mina para ver cómo eran las condiciones de trabajo), se me ha colado la atmósfera en el final sonoro de los vagones bajo tierra.

Te pido permiso para pasar otra vez y copiarlo.

Saludos

Jordi Doce dijo...

Gracias, Isabel, me alegra que te haya conmovido, también a ti, ese hermoso final. Por supuesto que tienes todo mi permiso para copiarlo. Saludos, j12

Anónimo dijo...

Gracias por este poema y este poeta, no lo conocía. Buscaré, buscaré sus poemas.

Mario