Regreso a casa al ritmo del «Down the River» de Neil Young. Uno de sus típicos tiempos medios con aire de blues y estribillo hímnico. Hay un momento, hacia el minuto dos de la canción, en que la guitarra sucia de Young comienza a improvisar un solo, por llamarlo de alguna manera. Técnicamente, es uno de los fraseos más pobres que recuerdo, hasta el punto de arrancar con una sola nota tocada con insistencia, percutida más bien sobre las cuerdas medias, que basa todo su efecto en el aire autista y como alucinado con que llena el intervalo entre los golpes de caja. Oído con auriculares, el solo está lleno de torpezas, howlers y notas confusas. Pero funciona; y muy bien, a condición de que lo escuchemos de fondo, sin demasiada atención, como un ruido cotidiano capaz de ir y venir a su antojo.
Lo mismo hizo Young años después, en el arranque violento de «My, my, hey, hey», una auténtica máquina de escupir grasa y alquitrán sonoros. Que este sea el mismo hombre que ha compuesto joyas ingrávidas como «Old Man» o «Harvest Moon» siempre me ha conmovido, pero hay algo más: pienso que Young siempre ha entendido como muy pocos que la belleza del rocanrol estaba más en la convicción del gesto, la intensidad rabiosa con que se acopla a los latidos de la sangre –algo, por lo demás, muy afín al espíritu norteamericano y su mar de fondo individualista–, que en la precisión o la claridad del movimiento. Lo entiende en un plano visceral, de ahí su fuerza. Le basta con rasguear la guitarra acústica o empezar a cantar con esa voz que siempre vacila al borde de la rotura o el falsete desafinado. Por carácter o por educación soy incapaz de estos extremos –en el fondo particularmente sofisticados– de rudeza. Nunca me resignaré a una nota mal tocada si se puede mejorar, y nunca he creído –al menos en mi caso– que la pureza del gesto, precisamente por ser mío, me redima de una ejecución torpe. En última instancia, admiro más al virtuoso capaz de contenerse y tocar dentro de la disciplina de un grupo, pero soy sensible, como en Young o cierto Dylan, al imán de una gestualidad que lo fía todo al tanteo y el calor del momento, que busca una vibración corporal en el golpeo de las cuerdas y no teme mancharse con sus propios errores. Es otra forma de virtuosismo, supongo, tan excepcional como la de quien posee una enorme destreza técnica. Algo propio únicamente de elegidos. A los demás, si queremos ser honestos, sólo nos queda expiar nuestro pegajoso término medio con la cortesía de la elegancia.
Lo mismo hizo Young años después, en el arranque violento de «My, my, hey, hey», una auténtica máquina de escupir grasa y alquitrán sonoros. Que este sea el mismo hombre que ha compuesto joyas ingrávidas como «Old Man» o «Harvest Moon» siempre me ha conmovido, pero hay algo más: pienso que Young siempre ha entendido como muy pocos que la belleza del rocanrol estaba más en la convicción del gesto, la intensidad rabiosa con que se acopla a los latidos de la sangre –algo, por lo demás, muy afín al espíritu norteamericano y su mar de fondo individualista–, que en la precisión o la claridad del movimiento. Lo entiende en un plano visceral, de ahí su fuerza. Le basta con rasguear la guitarra acústica o empezar a cantar con esa voz que siempre vacila al borde de la rotura o el falsete desafinado. Por carácter o por educación soy incapaz de estos extremos –en el fondo particularmente sofisticados– de rudeza. Nunca me resignaré a una nota mal tocada si se puede mejorar, y nunca he creído –al menos en mi caso– que la pureza del gesto, precisamente por ser mío, me redima de una ejecución torpe. En última instancia, admiro más al virtuoso capaz de contenerse y tocar dentro de la disciplina de un grupo, pero soy sensible, como en Young o cierto Dylan, al imán de una gestualidad que lo fía todo al tanteo y el calor del momento, que busca una vibración corporal en el golpeo de las cuerdas y no teme mancharse con sus propios errores. Es otra forma de virtuosismo, supongo, tan excepcional como la de quien posee una enorme destreza técnica. Algo propio únicamente de elegidos. A los demás, si queremos ser honestos, sólo nos queda expiar nuestro pegajoso término medio con la cortesía de la elegancia.
3 comentarios:
Hola Jordi, qué tremenda capacidad figurativa y metafórica la tuya, saludos desde Costa Rica. Por favor, quiero leer textos actuales de creadores importantes, pero digitales, carezco de dinero para comprar libros, alguien puede saber algunos links? Escribo desde Costa Rica.
Hola, busco links digitales de autores actuales o hipertextos
Un placer leerte en este nuevo año. Un abrazo
Publicar un comentario