Era un disco lejano del comandante Cohen, nueva piel para la vieja ceremonia, quién por el fuego, quién junto al agua, con ángeles volando que hacían el amor bajo un ala improbable, pintada torpemente por la vieja censura. Era el disco del hotel Chelsea, era esto lo que querías, hay una guerra –como si hubiera olido, muerte de un mujeriego, su futura pendencia con el guerrero Spector–, y la voz condensada, arrastrándose sobre un fondo espartano de guitarras y banjos socarrones. Crecíamos extraños y la voz ayudaba, daba claves. Decía: no sabréis más que ahora, no hay descanso, tomad esta intemperie y haced algo con ella, lo que podáis. Sigue diciéndolo. ¿Y quién diré que llama?
(El Cuaderno, La Voz de Asturias, 16/10/2011)
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