martes, abril 24, 2012

un poema de james tate





enseñando al simio a escribir poemas

No les fue difícil
enseñar al simio a escribir poemas:
primero le sujetaron con correas a la silla
y luego en la mano le ataron un lápiz
(la hoja ya estaba clavada en la mesa).
El doctor Agujazul se inclinó sobre su hombro
y le susurró al oído:
«Pareces un dios, aquí sentado.
¿Por qué no intentas escribir algo?»



Escuché a James Tate (1943) hace cosa de catorce años, en una lectura conjunta con John Ashbery que sirvió de clausura a un congreso sobre las relaciones entre la poesía británica y la estadounidense organizado por el University College de Londres. Una ocasión que siempre recordaré con perplejidad; entre las decenas e incluso cientos de asistentes anglos sólo había cuatro «extranjeros»: dos estudiantes polacas con sonrisa de manifiesta desesperación (que iba aumentado conforme pasaba el tiempo), mi buena amiga Cristina Fumagalli (autora, por cierto, de un libro fundamental sobre Walcott y Heaney, The Flight of the Vernacular) y un servidor. Fuimos ignorados de manera rotunda y reiterada durante dos días y medio, como plebeyos que se hubieran colado en un baile de sociedad de una novela de Jane Austen. Todo el mundo, hasta algún viejo profesor nuestro, tenía demasiada prisa para conversar o intercambiar impresiones con aquellos intrusos. Cosa terrible es que el inglés medio decida hacerte el vacío; si son multitud, hasta la autoestima más acrisolada empieza a derrumbarse. Por suerte, Cristina y yo establecimos un frente latino de maledicencia y desdén preventivos que nos ayudó a salir del trance con la dignidad más o menos intacta.

Recuerdo a James Tate como telonero y asistente de un Ashbery algo bebido y como autor de un puñado de poemas chistosos y vagamente surrealistas, con algo del Alberti de Yo era un tonto… Me encuentro de nuevo con él leyendo un artículo reciente de Charles Simic (en realidad, una entrada de su blog en The New York Review of Books) en el que el autor de Una mosca en la sopa revela que su lugar favorito para escribir es la cama; es donde la conciencia, explica, parece relajarse y flotar con ágil sonambulismo entre imágenes y palabras, y es también un lugar que no convoca, como sí hace el escritorio, el fantasma de la impostura: «Sentado a una mesa no puedo evitar sentir que interpreto a un papel». Cita en su apoyo este breve poema de Tate, «Enseñando al simio a escribir poemas», en el que «soy a la vez el mono y el científico loco que experimenta con él», y que es una crítica nada sutil (muy digna de Parra, por cierto) a esa visión del poeta como demiurgo o pequeño dios parapetado en su mesa. Releyendo este y otros poemas de Tate, me doy cuenta de que quizá fui algo injusto con él; también es verdad que su lectura, más propia de un humorista en El club de la comedia, me despistó por completo.

El original, aquí.

2 comentarios:

Andrés Catalán dijo...

No está mal Tate. Recuerdo precisamente una entrevista que le hizo Simic para la Paris Review que no estaba nada mal. Dejo el link aquí: http://www.theparisreview.org/interviews/5636/the-art-of-poetry-no-92-james-tate

Teresa J. dijo...

A mi la lectura humoristica me agrada mucho ,no habia escuchado hablar de Tate hasta ahora,serà el caso que comience a leerlo.Un abrazo.Teresa J.