Los veo al subir con Layla el falso llano del Paseo del Rey: tres o cuatro figuras sentadas o encorvadas en un saliente de la fachada del Centro de Acogida, fumando y tomando el fresco; a veces se les suma un hombre en una silla de ruedas al que le falta un brazo y las dos piernas; se da un aire eslavo, como de marino del Báltico, y lleva en la mano una lata de cerveza, siempre la misma, de la que no recuerdo haberle visto beber. Los demás tienen las facciones cóncavas, arrasadas, y la voz estropajosa como quiere el tópico, pero él es robusto, con una barba rubia a juego, y no habla. Eso sí, todos, todos sin excepción, nos miran pasar con una mezcla de recelo y descaro, y sin responder al saludo que aventuro tibiamente; acostumbrado a los gitanos y los yonquis de mi niñez, temo que lo interpreten como una provocación. Toda la hosquedad que despierta su dueño se convierte en ternura cuando ven a la perra: no hay vez que no la saluden con besos o silbidos cariñosos, que ella recibe con alarma, acelerando el paso. Curiosamente, sus admiradores son siempre hombres. Las pocas mujeres que salen del edificio a echar la mañana –puros esqueletos vivientes, comidas más por la droga que por el alcohol– la miran con frialdad, como a una intrusa; y quizá lo sea… El arnés rosa palo es casi una exhibición de feminidad tradicional en medio de esta calle de aceras amplias y despobladas, donde hasta los árboles parecen molestos por el sol. Con el tiempo me he ido atreviendo a dejarla suelta, sobre todo cuando el grupo es pequeño y veo al eslavo con su gorra de visera y la cerveza en la mano. Por alguna razón, me tranquiliza, aunque nunca se mueva ni responda al saludo.
Hoy tenían la radio puesta y sonaba la voz imperial de Rocío Jurado. Me ha parecido una dosis muy fuerte para las nueve de la mañana, pero uno de ellos, el que sostenía la radio, tenía los ojos achinados y se dejaba acunar apaciblemente por la música. Su compañero no se ha olvidado de chistarle a Layla, pero sin convicción; también él estaba abrazado a la música. Y la ola de la Jurado nos ha perseguido calle arriba hasta convertirse en una lengua de agua en la que hemos ido chapoteando un buen rato: mi playa insospechada de este final de agosto.
Hoy tenían la radio puesta y sonaba la voz imperial de Rocío Jurado. Me ha parecido una dosis muy fuerte para las nueve de la mañana, pero uno de ellos, el que sostenía la radio, tenía los ojos achinados y se dejaba acunar apaciblemente por la música. Su compañero no se ha olvidado de chistarle a Layla, pero sin convicción; también él estaba abrazado a la música. Y la ola de la Jurado nos ha perseguido calle arriba hasta convertirse en una lengua de agua en la que hemos ido chapoteando un buen rato: mi playa insospechada de este final de agosto.
2 comentarios:
Jordi: ¡qué alegrón me has dado!!!! No tengo tiempo de leerte ahora porque estamos de celebración familiar, pero a la noche te leeré con calma. Ahora me repito: una alegría que vuelvas a perros en la playa. Abracísimo.
Ahora sí. Te he leído. Y pienso en Layla. Será por la semejanza con Lula. Será porque me gustan las perras. Será porque hay playas que están hechas para ellas.
Abrazo enorme, Jordi.
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