viernes, abril 05, 2019

paréntesis


Aún quedan en Oviedo algunos lugares que no parecen de este tiempo. Pensaba en esto mientras iba caminando hacia el lugar de mi reunión y descubría en los alrededores del campus de humanidades de la Universidad una insensata mezcla de nuevo y antiguo, de construido y arruinado a partes iguales. Tal vez porque se trata de una ciudad escasamente maleada por la industria, hay rincones que no han cambiado, como si formaran parte de un escaparate invisible o los protegiera desde hace cien años un nombre mágico. Ese día, por ejemplo, la placita que se abre de espaldas a la Facultad de Letras se me apareció como una ilustración de cuento de Clarín o de Palacio Valdés, con sus galerías y sus vigas de madera combada y sus fachadas de colores pardos y crema. Daba igual que la autopista pasara a veinte metros o que los motores pautaran el aire con un zumbido voraz y estropajoso. Vi a unos niños jugando al fútbol y dando vueltas en bicicleta, y de pronto me entraron unas ganas enormes de pasar la tarde sentado en alguno de los bancos que rodeaban los parterres, observando a la anciana vestida de negro que me observaba y al tendero que se fumaba un cigarrillo a la puerta de un bar mientras controlaba el paso a su local, una covacha oscura que imaginé con olor a fritanga y las paredes cegadas por carteles y anuncios de clases o ventas a particulares. A esas horas, con la humedad demorando la sobremesa y las digestiones frente al televisor, me sentí un poco fuera de lugar, más que nada por la cartera y la prisa con que caminaba a una cita que no sabía aún si era de trabajo o de amistad. Luego, a la hora de fijarla en este cuaderno, la plaza se me ha resistido, como si esa visión fugaz no bastara para entregarme todos sus detalles. Quedaba en el aire una música, una atmósfera, pero como arena esos colores y formas apenas entrevistas se me escurrieron sin remedio entre los dedos.

2 comentarios:

Abilio Díez dijo...

Estuve en Oviedo el verano pasado. A los no habituales nos parece una ciudad con la elegancia de lo antiguo bien llevado. Algún asturiano de pro me ha enseñado a valorar esa sobriedad ejerciendo de cicerone minucioso. Aquí en verano la tarde se convierte en noche y ni te das cuenta, me decía. Tardé un tiempo en entender lo que eso significaba realmente.
Un saludo.

ÍndigoHorizonte dijo...

Hay lugares que se sostienen y que sostienen. Quedan pocos pero algunos quedan. Es necesario pasear por ellos y dejar que nos impregnen aunque creamos que ya no les pertenecemos. Ellos saben mucho más de lo que nosotros sabemos.

Abrazo enorme, querido amigo.