Aún quedan en Oviedo algunos lugares que no parecen de este
tiempo. Pensaba en esto mientras iba caminando hacia el lugar de mi reunión y
descubría en los alrededores del campus de humanidades de la Universidad una
insensata mezcla de nuevo y antiguo, de construido y arruinado a partes
iguales. Tal vez porque se trata de una ciudad escasamente maleada por la
industria, hay rincones que no han cambiado, como si formaran parte de un
escaparate invisible o los protegiera desde hace cien años un nombre mágico. Ese
día, por ejemplo, la placita que se abre de espaldas a la Facultad de
Letras se me apareció como una ilustración de cuento de Clarín o de Palacio
Valdés, con sus galerías y sus vigas de madera combada y sus fachadas de
colores pardos y crema. Daba igual que la autopista pasara a veinte metros o
que los motores pautaran el aire con un zumbido voraz y estropajoso. Vi a unos
niños jugando al fútbol y dando vueltas en bicicleta, y de pronto me entraron
unas ganas enormes de pasar la tarde sentado en alguno de los bancos que
rodeaban los parterres, observando a la anciana vestida de negro que me
observaba y al tendero que se fumaba un cigarrillo a la puerta de un bar
mientras controlaba el paso a su local, una covacha oscura que imaginé con olor
a fritanga y las paredes cegadas por carteles y anuncios de clases o ventas a
particulares. A esas horas, con la humedad demorando la sobremesa y las
digestiones frente al televisor, me sentí un poco fuera de lugar, más que nada
por la cartera y la prisa con que caminaba a una cita que no sabía aún si era
de trabajo o de amistad. Luego, a la hora de fijarla en este cuaderno, la plaza
se me ha resistido, como si esa visión fugaz no bastara para entregarme
todos sus detalles. Quedaba en el aire una música, una atmósfera, pero como
arena esos colores y formas apenas entrevistas se me escurrieron sin remedio
entre los dedos.
Bad Readers
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Richard Powers’s new novel, Playground, features an artificial intelligence
resembling the new generation of “large language models,” like ChatGPT and
Gemi...
Hace 3 horas
2 comentarios:
Estuve en Oviedo el verano pasado. A los no habituales nos parece una ciudad con la elegancia de lo antiguo bien llevado. Algún asturiano de pro me ha enseñado a valorar esa sobriedad ejerciendo de cicerone minucioso. Aquí en verano la tarde se convierte en noche y ni te das cuenta, me decía. Tardé un tiempo en entender lo que eso significaba realmente.
Un saludo.
Hay lugares que se sostienen y que sostienen. Quedan pocos pero algunos quedan. Es necesario pasear por ellos y dejar que nos impregnen aunque creamos que ya no les pertenecemos. Ellos saben mucho más de lo que nosotros sabemos.
Abrazo enorme, querido amigo.
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