Poesía, desde siempre, es lo que hacían otros (lo
propio no tenía interés ni misterio, no desprendía el aura que aprendí a
vincular, muy pronto, con los libros ajenos). Y eso que ellos hacían me pedía,
me reclamaba incluso, que diera un paso al frente: entrar en ellos, habitarlos,
o bien traducirlos si se daba el caso. El poema era eso, lo que accedía a ser
habitado, y no tanto –no siempre– ese «coser y descoser en vano» (la expresión
es de Yeats) que implicaba escribir y que me sumergía en un mar de dudas y
recelos, de tanteos sin rumbo. Después de todo, una cosa es creer en la arquitectura
del idioma y otra muy diferente dejarse intimidar por los andamios.
Un día lo entendí: la solución pasaba por convertirse en otro,
es decir, inventarse el poeta a quien uno pudiera traducir sin vergüenza, o con
las mismas ganas que los demás poetas, los de verdad, seguían
despertando cada vez que volvía a ellos. Decir «los de verdad» implica, desde
luego, que la verdad se inventa –la verdad literaria, claro está, torciendo un
poco para mis fines la idea de Machado–, pero también que nadie es del todo
real hasta que no decide ser alguien, otro, el mismo y distinto, conforme las
palabras asoman a la página.
Dicho de otra manera: igual que hacíamos en la escuela,
escribimos al dictado, transcribimos, pero antes debemos inventarnos al
escritor que lleve nuestro nombre, crear la figura que recorre el pasillo y
dice las palabras que nosotros recogemos en la libreta. Algo así. Solo entonces
se empieza a entender lo que decía Eliot: «la poesía […] no es la expresión de
la personalidad, sino una huida de la personalidad». Una liberación.
5 comentarios:
Sí, es eso. Aunque no siempre es fácil ser consciente de ello. El zumbido del yo resulta tan atronador a veces, que no deja lugar para imaginar otra cosa. Y luego está el «mito de la personalidad», desprovisto del verdadero sentido de «máscara» o sucesión de personajes sopladores de voces que su etimología (ciencia exacta) tan claramente enuncia.
En ese espejo nunca se refleja el vampiro que juega con la sangre de los otros, hasta que él mismo termina hiriéndose e identificando el sabor de su propia sangre con el del plasma universal que palpita en todo ser humano.
Al leer, varias veces ya, este "yo es otro", no dejo de pensar en esta antigua entrada que tal vez te hable: https://indigohorizonte.blogspot.com/2013/04/un-dia-vendra-hassan-wahbi.html
Abrazo a ti y a los otros que hay en ti y que te conforman.
El ser humano plagado de máscaras que lo habitan desde su triste nacer, se lanza al espacio (poesía) para liberarse de ellas o recociliarse con las mismas.
Saludos.
Qué linda te quedó esta entrada, Jordi. Enseguida pensé en Pessoa, que inventó a varios poetas y luego escribió sus obras. Y la frase magnífica de Elliot te sirve estupendamente para terminar y redondear el artículo.
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