No tener miedo nunca es de necios. Tenerlo siempre es de locos. Así pues, mi relación conmigo mismo oscila fatalmente entre la necedad y la locura.
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Una enseñanza insospechada. Comienzo a saber disfrutar de la satisfacción del deber no cumplido.
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Como el deudo a quien el exceso sentimental de las plañideras le impone serenidad, el estrépito del mundo me petrifica en el silencio.
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2 comentarios:
Tres reflexiones muy lúcidas, me uno a ellas, si tal cosa puede hacerse.
Se puede, se puede... Gracias, Carlos. Un saludo, J12
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