lunes, abril 12, 2010

el argumento de la obra

Mientras leo El argumento de la obra, el volumen de la correspondencia de Jaime Gil de Biedma, me pregunto si su temprano abandono de la poesía –a partir de los cuarenta los pocos poemas que escribe no dejan de ser ráfagas, escolios, piedras arrancadas a la cantera del silencio– no tiene que ver, en rigor, con el hecho de que está menos interesado en la poesía que en la figura de poeta, en verse a sí mismo representando ese papel. Como ciertos adolescentes, está enamorado de su propio enamoramiento, y así parece confesárselo a Jorge Guillén en una carta de mayo de 1954, cuando no ha cumplido los veinticinco, en la que reconoce que «toda la organización de mi vida presente y futura, en lo moral y lo práctico, descansa sobre la base de que yo soy, y aspiro a seguir siendo, poeta». En el instante en que el espejismo se disipa y él mismo descubre el monto real de la apuesta, la poesía se le aparece como un peligroso canto de sirena, un escollo donde su nave podría embarrancar. De hecho, se pregunta si no ha embarrancado ya.

Por ahí podría entenderse, tal vez, la boutade (sólo en apariencia contradictoria) de que en el fondo siempre había querido «ser poema», no poeta: convertirse en la ilustración ideal del oficio al que aspiraba, pasar de mano en mano como un ejemplo a imitar. O la tardía confidencia a María Zambrano de que la vida de Alfonso Costafreda, «tan frustrada y patética», le había revelado «que ser poeta es todavía […] un destino serio y terrible». Una confesión particularmente punzante cuando se recuerda la hostilidad que él mismo, movido por los celos o el rencor, prodigó desde muy pronto a Costafreda.

Hojeando las Máximas de La Rochefoucauld, encuentro un razonamiento que viene a apuntalar esta sospecha y que explica, asimismo, el sesgo excepcionalmente crítico de la relación de Gil de Biedma con la poesía: «Cuando se está enamorado, a menudo se duda de aquello en que se cree más». Comienzo a entender, por esta vía, que sus ensayos sobre Cernuda, poeta de quien tomó en esencia una actitud, una forma de relacionarse con la tradición nativa, apenas citen algún verso y prefieran detenerse en sus poéticas o en «Historial de un libro», que no en vano destaca (al menos en el ámbito hispanohablante) por establecer una identidad entre vida y obra, biografía y vocación, la historia de cómo Cernuda logró transformarse en el poeta que deseaba mientras intentaba abandonar o dejar atrás los poemas (Donde habite el olvido, Los placeres prohibidos) que habían hecho de él lo que era.

4 comentarios:

José Antonio Fernández dijo...

Muy interesante punto de vista, devorados por nuestra propia imagen.
Un saludo.

A. dijo...

Confusión del objeto con el sujeto. Ocurre con frecuencia en los poetas, me parece.
Muy buena pincelada.

Mario Jurado dijo...

Lo que dices de Cernuda me parece muy acertado. Lo que dices de Gil de Biedma: ¿puede ser la poesía un oficio? ¿Puede ser 'oficial' - y ser poesía? (Y el poeta sería, entonces, 'oficial de 1ª', o de 2ª, quizá.)

Jordi Doce dijo...

Rotundamente no, Membrana. La poesía o es una vocación, una forma de estar en la vida, o no es. Y nunca puede ser un oficio u oficial, aunque sí se puede "tener" más o menos oficio, ¿no crees? Gracias por tu lectura. Saludos, J12