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Wyncote, Pensilvania: Glosa
Un sinsonte, posado en una rama
tras la ventana donde escribo,
engulle un fresco brote carmesí,
se sacude unas pocas gotas
lustrosas de su ala, y sale
al encuentro del cielo anubarrado.
Otra tormenta que se acerca.
Bajo esa luz de cobre
mis papeles parecen luminosos.
Y yo debo ponerlos desde ahora
bajo un cuidado aún más atento.
El original, aquí.
Descubrí este breve poema de Thomas Kinsella (Dublín, 1928) en la imprescindible antología con que su colega y contemporáneo Michael Longley resumió cien años de poesía irlandesa (20th-Century Irish Poetry, Faber & Faber, 2002): un compendio más de poemas que de poetas –aunque no falta ni sobra nadie–, de piezas de antología, justamente, dignas de ser memorizadas y convocadas a discreción. De Kinsella se incluye su más célebre «Hen Woman» y esta breve epifanía, un ejemplo decantado de esa poesía de la naturaleza que los autores de lengua inglesa dominan como nadie (en realidad la inventaron, como el fútbol, aunque en este caso no han dejado que otros se hicieran con el juego). El título puede parecer enigmático, pero es un homenaje implícito a Ezra Pound, cuyos padres vivieron durante años en el pueblo de Wyncote, ahora convertido en un barrio del norte de Filadelfia: Kinsella se instaló en Estados Unidos a mediados de los años sesenta y fue cayendo gradualmente bajo el influjo de la vanguardia norteamericana, aunque sin renegar de su estilo primero. La «glosa», pues, tiene algo de irónico: Kinsella, un irlandés instalado en Estados Unidos, evoca un momento de iluminación en el mismo lugar del que Pound huyó para no volver nunca. Como escribe el crítico Robert Faggen, «la prisión provinciana de uno es la inspiración del otro».
De paso, aclaro que el mocking-bird del arranque no es la calandria europea sino el sinsonte de América del Norte; y sí, existe un arbusto llamado crimson berry, pero se da en Australia y Nueva Zelanda, muy lejos de la Pensilvania donde Kinsella sitúa su poema, así que he optado por algo más neutral (pero también, curiosamente, más expresivo). Los dos versos finales me dieron muchos problemas. ¿Por qué será que las rimas asoman una y otra vez cuando menos se las quiere o necesita? La traducción exacta o literal del adjetivo painstaking es minucioso. Ah, pero tenemos luminosos dos versos más arriba. A partir de ahí, cualquier cambio parecía provocar toda una cascada de extrañas consonancias que arruinaban el conjunto. Hasta que di con la expresión «poner bajo el cuidado de algo o de alguien». Me gusta el modo en que la proposición «bajo» se repite en las dos frases finales de la versión española («bajo esa luz», «bajo un cuidado»): una concesión eficaz a la simetría.
En fin, quizá estas cosas de taller deberían quedarse en el taller. Si el poema dice algo, lo hará sin apoyarse en tanta explicación no pedida. Pero sé que algunos espíritus curiosos lo agradecen. Y es un modo, otro más, de recordarme que la gracia está en los detalles, algo a lo que no siempre –dichosa impaciencia– he estado atento cuando tocaba.
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Un artículo viajero sobre el hotel Pulitzer de Barcelona
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Se ha publicado hoy, en la sección de Viajes de *La Razón*, mi artículo
viajero "El premio de hospedarse en el Hotel Pulitzer de Barcelona",...
Hace 13 horas
5 comentarios:
No creo que sean cosas de taller ni que deban quedarse ni mucho menos allí... ni tampoco creo que cause ningún perjuicio a la lectura tener estos detalles a mano. A mí me ayudan mucho a leer, por lo que aportan como parte de la lectura del traductor, a mi propia lectura tanto del original como de la traducción.
Muchísimas gracias por el bellísimo texto y por su traducción. Agradecimiento también y en el mismo grado por la pequeña "glosa" traductológica (y nunca mejor dicho) al poema.
M.
Estoy de acuerdo con M.
De acuerdo también.
Yo agradezco muchísimo la explicación del artesano. La palabra luce más. Es un verdadero gusto poder demorarse en el detalle de la traducción.
Enhorabuena por el resultado, por cierto.
Gracias, amigos! Abrazo, J12
Qué explosión de belleza en tan poco espacio. Un abrazo
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