Recuerdo
que un día
un año después
de la caída del
imperio soviético
compartí un camarote
en el ferry
de Hoek
van Holland con
un camionero
de Wolverhampton.
Él & otros
veinte debían
llevar camiones
obsoletos
a Rusia pero
aparte de eso
no tenía ni idea
de adónde se
dirigían. El capataz
estaba al mando &
en cualquier caso era
una aventura
dinero fácil & ya sabes
dijo el conductor
fumándose un Golden
Holborn en la litera
de arriba antes
de dormirse.
Aún puedo oírle
roncando mansamente
toda la noche,
verle por la mañana
bajar la
escalerilla: grandes
calzones negros,
enfundarse la
sudadera, la gorra
de béisbol, ponerse
los vaqueros & las deportivas,
cerrar la cremallera
de su bolsa de plástico,
restregarse la cara
sin afeitar con ambas
manos, listo
para el viaje.
Me daré una
ducha en Rusia
me dijo. Yo
le deseé
buena suerte. Él
respondió un gusto
conocerte Max.
Ola
de calor en octubre
Desde el paso elevado
que conduce
al túnel Holland
vi
el disco rojo
del sol
levantándose sobre
la ciudad prometida.
Poco después
del mediodía
el termómetro
marcaba ochenta y
cinco & una neblina
azul metálica
colgaba sobre
las torres relucientes
al tiempo que en la conferencia
sobre el cambio climático
de la Casa Blanca el
presidente escuchaba
hablar a los expertos
sobre la conversión
del alga verde
en biocarburante & yo
yacía en la penumbra
de mi cuarto de hotel
muy cerca de Gramercy
soñando a través
del fragor de Manhattan
con un gran río
que corría hacia
una catarata.
Por la noche
en una recepción
me quedé todo el rato
junto a un gran ventanal abierto
& sentí lástima
del árbol tullido
que crecía en un tiesto
en el patio.
Prácticamente des-
hojado era
de una especie
incierta, su tronco
& sus ramas
envueltos por
cables con pequeñas
bombillas eléctricas.
Una joven
se me acercó
& me dijo que aunque
estaba de vacaciones
se había pasado
el día entero en
la oficina
que a diferencia
de su piso tenía
aire acondicionado &
era fría como la
morgue. Allí,
me dijo, soy
feliz como una ostra
abierta
sobre un lecho de hielo.
6 de octubre
1997
Trad. J. D.
En Across
the Land and the Water: Selected Poems 1964-2001 (Penguin, 2012), amplia
selección de los poemas de W. G. Sebald (1944-2001) que ha editado y traducido
con buen criterio el escritor escocés Iain Galbraith, se incluye un pequeño
apéndice con dos poemas que Sebald escribió originalmente en inglés a mediados
de los años noventa: «I Remember» y «October Heat Wave». Comparece en ellos una
respiración y una estructura versal análogas a las de su poesía en alemán, pero
aligeradas por una relación algo más distante o mediada con la palabra. Se
mantiene su ironía compasiva, la tensión con que lee en el paisaje los signos
de la historia y el presente, pero pierde fuerza su ardor etimológico, ese afán
por crear nudos de ambigüedad y alusión que distingue a los poemas que escribió
en su lengua materna. Más directos, más puramente sugestivos, estos dos poemas «ingleses»
de Sebald tienen mucho de entrada de diario o de cuaderno de viaje y ofrecen
otra versión de la perspectiva de observador, de testigo en segundo plano, que
suele adoptar en su prosa: nacidos de la perplejidad, del extrañamiento, nos
ofrecen, curiosamente, la veta quizá más doméstica y cercana de su obra.
3 comentarios:
Estupendo, Jordi. Ves, no hay mal que... Gracias a tu pata quebrada podemos disfrutar de nuevas traducciones en tu blog. Un abrazo y salud.
Gracias, Álvaro! Abrazo, J12
No sabía que Sebald escribiese poesía y me ha sorprendido bastante, aunque sus narraciones siempre tienen algo de misterioso y poético. Gracias por la información y por tus traducciones. Un saludo.
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