lunes, marzo 30, 2020

cuaderno del encierro / 13

lunes, 30 de marzo

Cambio de hora. Ayer fue la primera sesión de aplausos a cara descubierta, sin la penumbra que oscurecía ventanas y balcones. La luz de las lámparas no creaba claroscuros ni distorsiones. Estuvo bien eso de vernos los unos a los otros, aunque fuera en la distancia. Sin controles ni revistas militares. Solo la alegría de aplaudir y saludarnos mutuamente. Y esta vez, por suerte, sin música radiada.


La vigilancia sube un grado: ahora la policía que patrulla el parque va de incógnito. Me lo dijo Marta esta mañana, en el desayuno, y confieso que no la creí: «Ya está la gente con sus rumores –dije–. Ni que fuéramos delincuentes…». Qué ingenuidad la mía. Media hora más tarde estaba en el parque con Layla, abrigado hasta el cuello y haciendo mi ronda habitual (un circuito de veinte minutos a paso vivo), cuando un coche oscuro, de alta gama, se paró a mi altura. Pensé que era un conductor de Cabify que estaba perdido, así que yo también me detuve. Pero no era ningún taxista, sino un policía de paisano que en rápida sucesión me preguntó que adónde iba, dónde vivía y qué hacía en aquella parte del parque… a cien metros de mi casa. Casi no tuve tiempo de pedirle que se identificara. Sacó la placa de mala gana, me amenazó con la multa de rigor y me mandó de vuelta a mi cubil. Todo en medio minuto y sin contemplaciones (es lo que tiene la práctica). Quise pensar que era un joven con ínfulas que aprovechaba el camino a la comisaría para predicar su evangelio, pero no: era demasiado coche para él, y esa calle en particular no coge de paso ni lleva a ningún sitio. Así que van a ser ciertos los rumores. Policías de paisano. Qué honor. Ni siquiera los muchachos que se han pasado el invierno trapicheando delante de nuestra ventana han despertado tanto interés.


«Paralizada toda la actividad no esencial», decía ayer el titular de El País con una foto velada de la Gran Vía que parecía un cuadro de Antonio López. Presuntamente, la que quedó paralizada con la declaración del estado de alarma hace dos semanas era todavía menos esencial, como la capa de espuma que decora el café. Y pienso, no por primera vez, en la naturaleza de mi trabajo, del trabajo que desempeñan muchos de mis colegas que siguen editando, ilustrando, maquetando, traduciendo… Aquí no se ha parado nada: sigo con mi traducción de Plath, con la entrevista a Ana Blandiana que me encargó Turia, con la revisión textual de los libros de Vallejo y Saint-John Perse para Galaxia Gutenberg (que a saber cuándo saldrán). Por no hablar de estas notas, que nadie me ha pedido, pero que han ido cobrando vida propia y tienen ya su espacio-tiempo particular en mi rutina. Nuestra labor, lo sabemos muy bien, no es esencial: no cuida al enfermo ni repone los supermercados ni surte de electricidad los hogares. Está fuera de los circuitos de la necesidad inmediata y el gran mundo puede pasarse muy bien sin ella, al menos por un tiempo. Pero tampoco, por lo visto, es no esencial, o no al modo que estipula el BOE. Así vivimos, sustraídos al control de las máquinas de fichar y los horarios programados. Es todo lateral y furtivo, como si este cristal que me separa del frío fuera la ventanilla de un tren que se desplaza a su ritmo, en su propio vial, y que está exento de respetar (durante la travesía, al menos) las señales y semáforos de las demás vías. Así pagamos –se dice– tener una vocación, hacer lo que nos gusta. Veremos qué pasa al llegar a destino. De momento, ni esenciales ni no esenciales sino todo lo contrario. En otro lugar, siempre.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hombre, señor Jordi, 20 minutos diarios es más que generoso... Mi marido sintiéndose mal porque va un día a la semana a la compra y la hace en dos sitios diferentes y resulta que hay gente que se marca un "circuito de 20 minutos". Si todos hiciéramos lo mismo, las calles estarían repletas...

ÍndigoHorizonte dijo...

Querido Jordi: la inutilidad de lo inútil no siempre se aprecia y, sin embargo, algunos sabemos qué apreciable es. Y sobre las salidas con los perros: tanto vuestra Layla como mi Lula y Alpie volverán a darse los paseos que necesitan. Regresaremos. Abracísimo, querido amigo. Sigamos resistiendo.

Mónica. dijo...

¿Sylvia Plath? ¡Qué ilusión! Para mí la labor editorial sí que es esencial. Aunque sea un pareado.