miércoles, marzo 25, 2020

cuaderno del encierro / 9

miércoles, 25 de marzo

La pequeña familia de gatos que vive al otro lado del patio ha empezado a tomar el sol y desperezarse en el tejado de uralita del garaje. Los llamo «familia», pero son más bien una banda callejera, todos distintos y sin mucha relación entre sí. Por lo que puedo ver desde el estudio, conviven sin tocarse ni establecer alianzas. Asumo que tienen comida de sobra o que al menos la consiguen sin esfuerzo. El tejado, a dos aguas, es grande y con una pendiente muy suave, ideal para recostarse y mirar el vuelo de los pájaros. Supongo que será una contemplación puramente estética, porque esos pájaros –urracas, palomas, ya no hay gorriones– están demasiado lejos de su alcance. Creo que fue Sánchez Rosillo quien escribió una vez que «mirar es poseer». Es muy posible. Pero a condición, como saben bien estos gatos callejeros (un saludo, Thomas O’Malley del Arrabal), de tener las necesidades cubiertas.


Llevo unos días leyendo Cuando editar era una fiesta, la «correspondencia privada» de Jaime Salinas que acaba de editar Tusquets. El volumen es un rompecabezas, un collage de textos de diversa procedencia en el que destacan las cartas que escribió durante medio siglo a su pareja, el escritor islandés Gudbergur Bergsson, a quien conoció en Barcelona en la década de 1950. La labor de montaje corre a cargo de Enric Bou, que ha resuelto con nota un empeño difícil: contar las diversas vetas o hilos temporales de la vida de Salinas desde su llegada a España y su ingreso en la editorial Seix-Barral. Contarlas, digo, con claridad, deslindando intereses y frentes de acción sin desvirtuar la riqueza de una vida que parece haberse volcado sobre todo en los demás, en lo de fuera: su trabajo editorial, las relaciones con escritores amigos de Madrid y Barcelona, el deber de la gestión política… Al poco de empezar la lectura, subrayé una frase de Salinas a la que sigo dando vueltas: «Pienso con frecuencia que eso del tiempo, del tiempo que le pasa a uno, es algo así como lo que sentía durante la guerra, cuando estaba en el frente y había más o menos peligro; entonces tenía una especie de seguridad infundada, casi fanática de que no me pasaría nada. Para sentir el verdadero peligro, casi tenía que hacer un esfuerzo de imaginación, de cálculos complejos». Me doy cuenta de que la cita, con su referencia a la guerra, puede llamar a engaño (la metáfora bélica de la «lucha contra el virus» solo me parece justificable en el caso de los hospitales, las urgencias sobresaturadas, la morgue en el Palacio de Hielo, los controles policiales, etc., no en el de nuestro encierro, el de los ciudadanos de a pie, tan pasivo como mundano, tan rápidamente normalizado), pero creo que lo que me llamó la atención de la frase fue esa conciencia de Salinas de que la vida, para ser real, para que nos parezca real, tiene que estar filtrada o reelaborada por la imaginación. No basta con vivir; hay que hacerse cargo de este vivir nuestro con un esfuerzo imaginativo, esos «cálculos complejos» de los que habla Salinas, lo que implica también un ejercicio de empatía con el vivir –el hacer y el padecer– de los otros. Esto es fácil decirlo, claro. Las recetas conceptuales tienen ese problema. En mi caso, no basta con mirar, debo llevar esa mirada hacia dentro, entrañarla; y no basta con pensar, debo llevar ese pensamiento hacia fuera, extrañarlo y hacer que se roce –se manche– con el pensar de los demás. Me gustaría pensar que ese movimiento contrapuesto, como de ruedas que se engranan, abre un espacio en el que no hay cabida para el narcisismo, la necedad del postureo, las expectativas falsas o exageradas. Pero quién sabe. Siempre queda el miedo de estar haciendo un «papelón», como diría Mafalda. De momento, y hasta nueva orden, mi quitamiedos más efectivo es seguir leyendo.


Siguen las sorpresas. Ahora resulta que los gamberros que se dedicaron a patrullar las calles de Tacoronte, en Tenerife, insultando a los vecinos con un altavoz y echándose unas risas a costa de su encierro, eran «jóvenes de 22 a 37 años». Atención, reporteros de La Sexta: parece que alguien en las islas ha dado con el elixir de la eterna juventud.

1 comentario:

ÍndigoHorizonte dijo...

Entrañamiento y extrañamiento: el yo y los otros. Es hermoso leer como nuestras querencias y obsesiones se encarnan en cada cosa que hacemos. Emoción siempre al leer y sentir los vericuetos que trazamos en nuestros laberintos, o que estos últimos trazan en ellos.

Abrazo fuerte, Jordi, y mucha fuerza. Sigamos leyendo.