Como no todo en este mundo va a ser poesía anglo, recupero un breve texto sobre Vicente Aleixandre que escribí hace poco menos de un año para un dossier de la revista Letra Internacional dedicado al poeta (creo que aún es posible encontrarlo en los kioscos). El encargo era comentar uno de los libros de su extensa bibliografía y a mí me tocó el primero, Ámbito, que recuerdo haber leído con admiración y asombro hace más de veinte años, en el comienzo mismo de mi aprendizaje literario. Tenía curiosidad por comprobar si aquella primera impresión sobreviviría a la relectura, y así fue: el libro se sostiene como el primer día, a pesar de que muchas de sus estrategias expresivas se mueven muy lejos de mis preferencias o inclinaciones actuales. En general, toda la parte primera de la obra de Aleixandre, hasta Sombra del paraíso, sigue teniendo una fuerza extraña, anómala y fascinante, que no ha tenido continuadores (de altura, al menos) en nuestra poesía. Una excepción, como todo lo que merece la pena.
Ámbito. Cimiento y conflicto
Hay primeros libros que surgen armados de los pies a la cabeza, como Palas Atenea, y marcan de una vez por todas el territorio privativo de una obra, el espacio de lenguaje y obsesiones que le es propio. A esa clase pertenecen Don de la ebriedad, A modo de esperanza, la primera edición de Cántico o incluso Marinero en tierra, por mucho que la obra posterior de Alberti escape en gran medida a sus inicios neopopularistas. Otros, en cambio, como los primeros libros de García Lorca o Juan Ramón Jiménez, apenas si permiten adivinar la potencia y hondura de realizaciones posteriores: son libros de aprendizaje, tanteos y tentativas que el azar o la prisa han hecho públicos. Esto, en realidad, sólo nos sirve para comprender algo mejor la naturaleza del poeta, los resortes y desvelos peculiares de su sensibilidad. A todo creador le corresponde un ritmo de maduración distinto, y son muchos los que han encontrado su mejor voz con el paso de los años, o que necesitan de una buena antología que rescate o redima sus poemas centrales, sumidos en una ganga de aproximaciones y páginas a medio hacer.
Ámbito pertenece a una clase intermedia, la de los primeros libros que, sin expresar plenamente el mundo y el lenguaje de su autor, delimitan con claridad su perímetro. Son libros fundacionales pues ahí, en germen, y a veces con carácter memorable, se plasma una visión concreta que el tiempo irá confirmando, haciendo más perfecta y también más compleja, más llena de matices y desarrollos dialécticos. En realidad, Ámbito debe leerse en diálogo con Pasión de la tierra, que es un poco su respuesta o su reverso, el complementario que pone su peso en el otro plato de la balanza y hace posible, como reacción o salida del impasse, la escritura de Espadas como labios (1932) y La destrucción o el amor (1935). Se trata de un vínculo paradójico, de libros que se oponen y a la vez se suman, de presencias antagónicas que vienen finalmente a completarse. Si Ámbito es un libro de formas cerradas, desde las cuartetas que beben directamente del ejemplo de Guillén a los tersos endecasílabos blancos de «Viaje» o «Alba», Pasión de la tierra es el reino del poema en prosa, la escritura liberada de corsés métricos o estróficos, el avance irrestricto por la página en blanco. Y si Ámbito es el libro del mar y de la noche, de fuerzas primigenias que luchan con perfecta indiferencia hacia el hombre, Pasión de la tierra, como su propio título indica, remite al dominio terrestre de las pasiones humanas, la fuerza del deseo y la imaginación y su reverso de angustia y violencia; un eros sin freno que revela de inmediato el límite opresor de la estructura social y también las costuras, la condición falible, de nuestro ser mortal. Lo paradójico está inscrito, pues, en la naturaleza misma de ambos libros, en el modo en que su propuesta formal parece contradecir su materia semántica o al menos el impulso que los genera. Y en Ámbito, en concreto, este conflicto se hace aparente desde el poema inicial, «Cerrada», cuyo célebre arranque traza sin titubeos la clave del conjunto: «Campo desnudo. Sola / la noche inerme. El viento / insinúa latidos / sordos contra sus lienzos». Ese campo desnudo, ilimitado, se opone así a la opresión de la noche, la materia nocturna que cae y cierra y toma el mundo en su puño imperioso. Es un campo-mar, una tierra que preludia la irrupción violenta y demoníaca del mar, la otra gran presencia de este libro. Y es aquí, en los dos poemas de la sección «Mar», y especialmente en «Mar y noche», donde el libro alcanza su centro expresivo y ensaya, acaso sin saberlo, el decir posterior de su autor. Esa lucha de gigantes entre dos fuerzas que se desean y se destruyen mutuamente establece los términos simbólicos de toda la obra de Aleixandre, al menos en su primera etapa, aunque con una ausencia significativa: el autor de Ámbito apenas hace sitio para el ser humano salvo como yo testigo, contemplador de potencias que le ocupan y le exceden. Es una ausencia que se acentúa en los poemas extensos, como si esa misma extensión fuera privativa de una naturaleza entendida como no-yo, aquello que se opone al ser sin dejar de atravesarlo y darle forma.
No cabe menospreciar la influencia del primer Jorge Guillén en este libro. Una influencia visible no sólo en la elección de metros y estrofas, ese gusto casi artesanal por las formas cerradas que comparte, al menos inicialmente, con muchos de sus contemporáneos, sino también en la estructura interna de los versos, resueltos por aposición o yuxtaposición de periodos sintácticos, en ocasiones simples sintagmas nominales o palabras aisladas que funcionan doblemente como bisagras («pulidos goznes») y altos en el camino. Aquí las frases, como en Cántico, se juntan y fusionan abruptamente, sin solución de continuidad, estableciendo un ritmo de stacatto que se agrava mediante hipérbatos, encabalgamientos y una puntación característica: «Bajo cielos altísimos y negros / muge −clamor− la honda / boca, y pide noche. / Boca −mar− toda ella, pide noche; / noche extensa, bien prieta y grande, / para sus fauces hórridas, y enseña / todos sus blancos dientes de espuma». Sin embargo, todo el libro es una refutación tácita o sobrentendida del universo de Guillén, una versión llena de ruido y furia de aquel mundo bien hecho del primer Cántico. Aquí hasta los poemas de plenitud («Íntegra», «Viaje») son violentos, dinámicos, llenos de un ímpetu que complica la sintaxis y retrasa fatalmente su resolución. Aleixandre no sabe o no puede refrenar su pasión discursiva y el resultado, pese a los rígidos bloques estróficos de tantos poemas, es una escritura en ebullición, tensa de inminencias y amenazas, signada por un anhelo trágico de totalidad que no tarda en dominar su escritura posterior. Así, comienzo paradójico, cimiento y conflicto, se me aparece Ámbito en el conjunto de la obra de Aleixandre. De pocos primeros libros, al menos entre los poetas de nuestra lengua, se puede afirmar tanto.
‘Acts of Submission’
-
Dear Hon. David Huitema (David), Congratulations on being confirmed to
serve as director of the Office of Government Ethics (OGE). Thank you for
accepting ...
Hace 5 horas
3 comentarios:
Magnífico, Jordi. Creo que Aleixandre sigue siendo hoy asignatura pendiente.
Abrazo siberiano.
Es un libro difícil de entrar, y creo que has dado con la llave para estimular a releerlo. Aleixandre, como dice Juan Manuel, es una asignatura pendiente porque hay mucho que se puede aprender de él, y pocos dispuestos a hacerlo. Mi favorito es "Diálogos del conocimiento", de hecho diría que es mi libro favorito de toda la generación del 27.
Un saludo
Gracias, Rubén, Juan Manuel... Nunca estoy seguro de mi trabajo crítico, sobre todo en el caso de poetas que he leído de forma intermitente. En cualquier caso, no sé bien por qué, "Ámbito" me pilla más cerca que otros libros de VA. Un abrazo, J12
Publicar un comentario