sábado, enero 19, 2019

... gastadas tibiamente





Con los años mi punto de vista sobre la publicación parece haber cambiado de manera casi copernicana. Recuerdo que publicar –un libro, un artículo, poemas en una revista– empezó siendo una necesidad, el deseo pueril y si se quiere irracional de ver mi trabajo en letra impresa, como si aquello validara no tanto el trabajo mismo cuanto la fe que había puesto en él. Había que romper el hielo, la inercia del silencio. La vocación no es menos genuina por necesitar rúbricas o confirmaciones ajenas, pensaba (y sigo pensando), pero sé que en algún momento el equilibrio se rompió y me confundí de objetivo. Los libros no pueden ser los andamios de su autor.

Luego vino el momento de mirar atrás y revisar lo hecho –lo editado– con decepción y hasta con disgusto. De ahí al miedo a publicar había un paso, que di sin miedo (valga la paradoja). La publicación llegó a parecerme un síntoma de debilidad, un gesto exhibicionista que convenía dosificar y hasta coartar sin piedad. El hecho de que tuviera que trabajar como editor de otros complicó las cosas, aunque no siempre para mal: veía de cerca la egolatría de algunos autores, su vanidad, su afán incansable de reconocimiento, y lo que al principio me produjo rechazo terminó divirtiéndome. Si fue un purgatorio, al menos no me aburrí.

Ahora publico como quien hace informes por rutina o rinde cuentas periódicas a unos accionistas indiferentes. Tengo la impresión de actuar como si el verdadero síntoma de debilidad fuera la escritura. No una debilidad vergonzante, desde luego. Al fin y al cabo, mucha gente escribe o quiere dar la impresión de que lo hace (es incluso una actividad que lleva aparejada, no sé si por hábito, una cierta consideración social). Se trata más bien de que no parece haber forma de evitarlo. Es algo involuntario, que sucede un poco a mi pesar, como una segunda naturaleza. Pasa el tiempo y me encuentro con un montón de palabras que necesito ir ordenando y clasificando para que no se desmanden o parezcan más de lo que son. En realidad, es una forma de higiene. Doy forma y estructura a unos materiales que surgen al calor del tiempo, de mis pasos por el tiempo. Y el libro final tiene algo de caja o carpeta archivadora que va a parar al almacén, donde será olvidada como todo lo demás.

En última instancia, no ser un profesional de la literatura conlleva, en mi caso, una relación de fundamental extrañeza con el hecho de publicar, que parece haberse desplazado desde hace un tiempo al acto de escribir. Nunca me preocupó demasiado la pregunta de para quién escribía, y sigue sin hacerlo. Es algo tan connatural a mi naturaleza que resulta casi mecánico. Pero tiene consecuencias de orden personal que no puedo ignorar si quiero mantener cierto equilibrio en el día a día. Así que lo más sensato, lo saludable, es tomar las cosas como vienen y procurar al menos dejar el taller despejado y libre de cargas adicionales. Me doy cuenta de que estoy comparando la publicación con una especie de chequeo o revisión médica, una obligación tranquilizadora, pero no es mala estrategia, al menos de momento. Todo pasa factura, pero conozco demasiado bien –de primera y segunda mano– la parte de impudor que hay en la publicación para entregarme sin más a ella.

3 comentarios:

Víctor Valadés dijo...

Hola Jordi. Para mí se convirtió en una obsesión salir de Extremadura, pero cada vez valoro más el trato exquisito de Antonieta, mi editora en La colección Alcazaba de Poesía. Mis dos libros son una de las mejores experiencias que he tenido en la vida. Para ti lo serán los tuyos. Espero que no dejes de escribir. Los que nos enfrentamos al mundo de esta manera, deberemos tener una serie de delicadeza, tal vez. Un abrazo.

ÍndigoHorizonte dijo...

Todo cambia, pero lo esencial queda. Al leerte, siempre se siente la generosidad, la asturianidad, la esencia. Dirás que eso es porque mi abuela era asturiana y me invento "tu" asturianidad. Dirás que soy una loca de lo local, y de las fronteras. Diré que sí, pero más allá de todo eso, las tripas no engañan. La prueba del algodón, que decía la publicidad. No te cuento lo que decía mi abuela porque en Cudillero son algo "brutos". Eso sí, siempre van directos al hueso.

Abrazo, querido amigo certero.

Alfredo J Ramos dijo...

Una reflexión valiente, puede que necesaria. Los tratos con la escritura y la publicación encierran tantas banalidades y trampas que lo verdaderamente asombroso es que aún se sigan publicando libros que casi nadie lee. Y que se siga leyendo con pasión lo que muchos autores no escribieron para nadie ajeno. Un misterio. Entre las feria de las vanidades, la inercia, la necesidad y la vana edad. ¿Pero quién, pudiendo jugar, se privará de hacerlo? Hay mucho que comentar ahí.