jueves, marzo 26, 2020

cuaderno del encierro / 10

jueves, 26 de marzo

La luz de buena mañana en las copas de los pinos. Estos cielos azules y la taza de café en la mano, su calor seguro. Luego los titulares en el móvil, los gráficos, los análisis de última hora. No es solo la impotencia o la sensación creciente de alarma. Es la contradicción entre mundos que comparten costuras, que no paran de tocarse. El disfraz precario pero forzoso de la normalidad. La pura irrealidad de lo real.


Me dice un amigo que ayer me puse estupendo al hablar del libro de Salinas. Puede ser. También (para compensar, supongo) que le gustan estas notas, pero que las ve demasiado cercanas a mis poemas, donde no suele aparecer mucha gente y la vida cotidiana queda reducida a los paseos más o menos melancólicos de un flâneur: «Ahora la atmósfera de la calle se parece a la de tus libros». No sé si en todo esto hay un reproche escondido. Me remuerde no estar hablando de lo que pasa en urgencias o en esa morgue terrible que han improvisado en el Palacio de Hielo, pero no soy periodista y no creo poder añadir nada a lo que nos dice a todas horas la televisión. Prefiero hablar de este rincón del mundo, que no será muy distinto del de quienes me leen. Lo cierto es que las jornadas se encadenan sin solución de continuidad, hasta el punto de que Marta acaba de preguntarme qué día es hoy. Y entonces recuerdo (brisa triste por los olivos) estos viejos versos de Gonzalo Rojas: «¿Y a eso llaman constelación / de vivir?, ¿a esa ciencia / del desperdicio?, ¿a ese escurrimiento / de un viernes a las 3 a otro viernes?».


En relación con esa piedra de la que hablaba hace dos días, estas palabras de Rafael Behr, columnista político de The Guardian: «La democracia ha sido puesta en confinamiento, algo necesario para prevenir la transmisión del virus. Sabemos que el encierro puede salvar vidas. No sabemos aún qué músculos de la sociedad civil se atrofiarán por falta de ejercicio». Son palabras que deben ponerse en el contexto de la política británica, cuyas garantías constitucionales son más vagas o difusas que las nuestras; más dependientes, en cualquier caso, del temple de sus gobernantes. Pero es esa «atrofia de la sociedad civil» lo que me preocupa y me hace dudar (insisto) de las bondades solidarias de nuestro encierro. Veremos.


Así está el patio, literalmente. Esta mañana lo único reseñable es un vecino –rollizo, calvo, en la treintena– que ha salido al balcón mientras se lavaba los dientes. Por lo demás, ropa tendida y un silencio espeso, municipal. Andamos todos tan enfrascados en nuestro mundo que hasta las palomas se han ido con la música a otra parte.


Siguen llegando notificaciones de Idealista. Persiste mi perplejidad. Y empiezo a pensar si estos anuncios no serán una ficción destinada a tranquilizarnos. ¿Quién podría comprobarlo? Todo sigue igual, como en la canción. Cuando esto pase, no te olvides de nosotros. Cuando esto pase, busca otras cuatro paredes donde perderte. Cuando todo pase.

3 comentarios:

Abilio Díez dijo...

Es normal que una situación anómala y prolongada acabe provocando estados de ánimo variables.
Imposible no ceder al pesimismo cuando afloran puntuales flecos de ruindad, no sólo en los políticos arribistas, también en ciudadanos que ponen por delante su logro personal, unas sucias ganancias, cuando todo parece a punto de quebrar.
Tu visión de las cosas ayuda a sobrellevar lo rutina lineal del confinamiento. Cada cual con su color para superar los grises dominantes.
Un abrazo.

Unknown dijo...

Gracias por tu lectura y tu cercanía constante, querido Abilio. Sí, el espectáculo humano no siempre resulta edificante. Me temo que esos "flecos de ruindad" hacen mucho ruido. Vamos a ver en qué para y todo. Hay que seguir alerta. Mirando y pensando (y haciendo, cuando toca). Un abrazo, j12

ÍndigoHorizonte dijo...

Te leí ayer y hoy vuelvo a leerte. La primera vez, me detuve en la crítica de ese amigo tuyo que te reprocha el "haberte puesto estupendo". "No te pongas estupendo, Max". Y, sin embargo, ¿por qué no hacerlo? Cada uno con sus "caunás", dicen por las tierras manchegas en las que vivo.

Son tiempos difíciles, en los que volvemos a notar la poca altura de miras de muchos: miedo me daban antes esos que siempre tiran de la crítica fácil y no recuerdan que desmantelaron ellos lo que ahora tanto echamos en falta. Miedo me da la actitud poco pensadora y serena de tantos.

Por eso, porque pensamos, porque reflexionamos, porque ya íbamos antes más allá del mero circo y seguimos haciéndolo, venimos aquí a leerte y te agradecemos que sigas poniéndote estupendo.

Abrazo, Jordi. Ánimo y fuerza.