domingo, marzo 22, 2020

cuaderno del encierro / 7

domingo, 22 de marzo

Cosas que veo desde el balcón:
Los trabajos en el bloque de apartamentos de lujo han cesado, al menos por este fin de semana. No hay ruidos, nada se mueve. A media altura, anclada en un ángulo de cuarenta y cinco grados, ondea ociosamente una bandera española.
Hay dos maneras de salvar la altura entre la base del parque y la calle: o por una escalera de piedra bastante empinada que desemboca directamente en el paso de cebra, o tomando una pendiente más suave en la dirección contraria que obliga a dar un pequeño rodeo. Cada veinte minutos o media hora llega alguien con el carro de la compra bien cargado y empieza a bajar laboriosamente los peldaños. Con paradas frecuentes, porque el carro es incómodo y suele pesar demasiado. A nadie se le ocurre tomar el rodeo; todos enfilan la escalera, la línea recta, aun a riesgo de descalabrarse. Ayer una señora entrada en años llegó a reprenderme porque le di una voz señalando la opción de la pendiente. Con estos mimbres, como para seguir confiando en la inteligencia de la especie.
Una urraca cruza con toda la tranquilidad del mundo el paso de cebra de la calle Irún. Así, con esa chulería abstraída, quisiera yo vadear estas semanas.
Más pájaros (por cierto, un leitmotiv en los mensajes de los amigos): He observado que las palomas están crecidas. Ya ni se inmutan cuando los perros –o sus dueños– se les acercan. Buscan la seguridad en la masa y bullen y gorgotean con ostentación, como si la cosa no fuera con ellas. Y así es, en efecto.
La vigilancia sube un grado: una patrulla de la policía nacional está rodeando el parque en contradirección.


Cuando hace justamente una semana empecé a escribir estas páginas, lo hice por la necesidad de ordenar la cabeza, de sosegarla, pero también con una voluntad de ligereza, casi de ingravidez, como queriendo quitarle su aguijón a lo real. Pero noto que el tono se ha ido oscureciendo y hasta amargando con los días. Supongo que es inevitable, pero me resisto. No quiero convertir estas notas en un cuaderno contable de agravios y lamentos. Tampoco de ironías a costa de este o aquel, aunque me tiente (ayer fue el Día Internacional de la Poesía y es de admirar la cantidad de boberías exhibicionistas que llenaron la red en su nombre; qué culpa tendrá la pobre…). Cada cual pasa este encierro como puede, que no es poco. Lo demás está de más, como dice la canción. Pero si estas notas trajeran un poco de serenidad a los amigos, un poco de paciencia y buen humor, me daría por satisfecho.


Mi hermano comparte en el grupo familiar de WhatsApp un vídeo que al parecer se ha hecho viral. En él se ve a dos policías que reducen a una mujer, una joven, que no para de soltar aullidos y de gritar «¡Ayuda, ayuda!». Me sorprende –me asusta, la verdad– la voz de la persona que está grabando la escena, o de su amiga, increpando a la muchacha con rencor vengativo: «¡Cómo baje yo entras de una vez!». Todo muy innecesario. Bastante tiene la policía con cumplir con su deber para que los fariseos de turno se quieran colgar medallas. Ni siquiera hay que pensar, como han hecho algunos, que quizá la joven tenía algún trastorno mental. Basta con un grano de empatía (o de algo tan sencillo como la presunción de inocencia). Mi hermano, por lo visto, lo encuentra divertido. No le envidio el gusto.

2 comentarios:

ÍndigoHorizonte dijo...

Es cierto que con el paso de los días, hay un poco más de pesadumbre en lo que escribes. Un poco más de acidez crítica. La situación es difícil y acaba minando. Pero también, como bien, dices, los pájaros siguen... como si nada pasara: urracas, gorriones, mirlos van y vienen a sus cosas. Mientras ellos cantan, tú escribes. Es un cuaderno de encierro, un hilo mental que te protege y nos hace leer lo que los demás no hemos escrito, pero que muchas veces sentimos: por ejemplo, las cosas que pueden llegar a ponerse en los grupos de whats... Tú vives y dejas constancia de estos días. Nosotros lo vivimos y te leemos.

Abrazo y fuerza, Jordi.

Abilio Díez dijo...

Vivo en una zona próxima a un parque y muy cerca del domicilio de Caballero Bonald. Hace ya tiempo que no le veo. A su edad y con algunos problemas añadidos, es preocupante esta situación.
Como no tengo perro no puedo salir de casa nada más que a hacer alguna compra. Y lo del parque es una verdadera tentación.
Cada día nos asomaremos a esa ventana que nos abres.
Un abrazo.