La salida del sol
Viejo necio afanoso, ingobernable sol,
¿por qué de este manera,
a través de ventanas y visillos, nos llamas?
¿Acaso han de seguir tu paso los amantes?
Ve, lumbrera insolente, y reprende más bien
a tardos colegiales y huraños aprendices,
anuncia al cortesano que el rey saldrá de caza,
ordena a las hormigas que guarden la cosecha;
Amor, que nunca cambia, no sabe de estaciones,
de horas, días o meses, los harapos del tiempo.
¿Por qué tus rayos juzgas
tan fuertes y esplendentes?
Yo podría eclipsarlos de un solo parpadeo,
que más no puedo estarme sin mirarla.
Si sus ojos aún no te han cegado,
fíjate bien y dime, mañana a tu regreso,
si las Indias del oro y las especias
prosiguen en su sitio, o aquí conmigo yacen.
Pregunta por los reyes a los que ayer veías
y sabrás que aquí yacen Todos, en este lecho.
Ella es todos los reinos y yo, todos los príncipes,
y fuera de nosotros nada existe;
nos imitan los príncipes. Comparado con esto,
todo honor es remedo, toda riqueza, alquimia.
Tú eres, sol, la mitad de feliz que nosotros,
luego que a tal extremo se ha contraído el mundo.
Tu edad pide reposo, y pues que tu deber
es calentar el mundo, con calentarnos baste.
Brilla para nosotros, que en todo habrás de estar,
este lecho tu centro, tu órbita estas paredes.No es casual que la primera gran lectura fuerte de
John Donne (1572-1631), dejando de lado la antagonista de Samuel Johnson en
Vidas de los poetas, se diera en la segunda década del siglo pasado, en pleno estallido vanguardista. La aparición de su poesía completa en 1912 en la edición de Herbert Grierson coincidió en el tiempo con el cambio de aires y de paradigma propiciado por la vanguardia, y en especial T. S. Eliot, quien dedicó varios de sus primeros ensayos (y todo un ciclo de conferencias en la Universidad de Cambridge) a Donne y el concepto de poesía metafísica en el que se suele englobar su obra y la de otros escritores del diecisiete, herederos suyos, como Crashaw, Herbert y Marvell. La vanguardia no deja de ser un momento «barroco» de la literatura, una etapa que subraya la dimensión material y autosuficiente del lenguaje, y, del mismo modo que nuestros poetas del 27 redescubren el álgebra de imágenes y la sintaxis gimnástica de Góngora, Eliot y sus seguidores reivindican la densidad verbal de Donne, su concentración alusiva, la vigorosa y retorcida musculatura de sus versos, capaces de integrar los elementos más disímiles, los registros más dispares. Como recuerda Eliot en una frase muy citada: «Un pensamiento, para Donne, era una experiencia; modificaba su sensibilidad». Lo que Eliot viene a decir, me parece, es que Donne, poeta omnívoro, concibe el poema como un proceso reflexivo que se vale de cualquier estímulo o referencia que tenga a mano en su afán de desplegarse; el poema no se preocupa de glosar ideas preestablecidas o extraer corolarios morales y sentimentales, sino que amalgama en un todo inextricable los impulsos de la percepción, el pensamiento y la imaginación. No es extraño, pues, que Coleridge le tuviera muy presente a la hora de desarrollar su concepto de «forma orgánica», su creencia en el poema como un cuerpo latiente cuyas partes se entrelazan con intrincada sutileza, avivándose mutuamente. El poeta barroco dinamita las leyes externas del decoro y la regularidad formal, subvirtiendo el legado petrarquista, pero su aparente desorden esconde un equilibrio secreto, un juego de contrastes léxicos y sintácticos que siempre halla resolución.
Traduje este poema en el otoño de 2005, en un momento de esterilidad intelectual y creativa que sin embargo remitió casi de inmediato, como si ante la gran poesía la barrera del escepticismo tuviera por fuerza que levantarse, reconocer la superioridad ajena. Lo publiqué en
Letras Libres, en homenaje a los viejos tiempos.
2 comentarios:
Hola Jordi.
Mi nombre es Mario Domínguez Parra, soy poeta y traductor, de inglés y griego moderno. Me dirijo a ti porque hoy he visto en Cuadernos Hispanoamericanos, nº571, tu traducción del texto de Pound sobre Quevedo. Leí tu introducción en busca de una referencia bibliográfica, porque me interesaría leer también el texto original, pero tras salir en Hermes no volvió a ser publicado, si no recuerdo mal. Me gustaría saber si es posible encontrar el original en algún lado.
Buscaba una entrada de tu blog afín al tema y ésta es la más cercana, puesto que como dices en tu introducción, Donne leyó a Quevedo.
Muchas gracias
Hola, Mario, gracias por tu mensaje. Escríbeme, si te parece bien, a mi dirección personal: docegonzalez@telefonica.net, y lo hablamos con más detenimiento. Yo tengo copia del original, creo recordar, aunque ahora mismo no sé dónde. Desde luego, en inglés no sé dónde se puede encontrar. Hablamos. Un saludo, J12
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