Ha puesto un espejo junto al escritorio. Comienza a escribir, pero lo que anota lo va borrando su doble con la misma mano.
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Se transformaba sin cesar en otro. Así decía siempre lo mismo por primera vez.
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Siempre quería tener la última palabra. Se volvió inmortal.
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Tiene la delicadeza de omitir las conclusiones.
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No pasa un día sin que pise el charco de sí mismo.
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