No deja de resultar curiosa la insistencia con que algunos se jactan de que no deben nada a nadie, de que nadie les debe nada, de que son libres, sin yugos ni compromisos ni claudicaciones de ninguna clase. Ayer mismo, en una entrevista en El País (10-5-2009), la cantante mexicana Chavela Vargas hablaba de sí misma en segunda persona para insistir en lo mismo: «Me dice la Chavela: vas bien por ahí. Quisiste ser libre y yo te he mantenido libre. Sigue así, sigue adelante. Termina tu jornada, que el final ya va a ser pronto y muy hermoso. Y yo le doy las gracias. Ya voy teniendo ganas de descansar para siempre. Yo no le debo nada a la vida ni la vida me debe ya nada a mí […]» (cursiva mía). Resulta evidente que, en su origen, esta declaración de libertad es de naturaleza económica: me voy sin dejar deudas a mi paso, mis cuentas están claras y ordenadas, he sido persona cabal y de fiar y nadie habrá de responder por mí cuando haya muerto. Pero con el tiempo ha venido a abarcar el conjunto de los actos y actitudes de una persona, lo que no deja de ser una forma bastante roma o torpe de reducir el conjunto de una vida a términos económicos, a un quid pro quo de índole monetaria por el cual uno, pagadas sus deudas (deudas cuyo monto, por si acaso, evalúa uno mismo, no sea que los demás nos reclamen un pago excesivo), se siente eximido de responsabilidad o cuidado o atención hacia los otros.
Es el caso, no obstante, que hay deudas que no terminan nunca de pagarse, que son permanentes y duran lo que nuestra vida. Y no terminan de pagarse porque no se pueden medir cuantitativamente, que es como decir que son infinitas. Pero esta infinitud no es una carga, no pesa sobre nuestros hombros hasta derrotarnos, sino que forma parte de los flujos e intercambios de la vida en sociedad, va y viene y se transforma como cualquier otra clase de energía. Toda relación familiar, de amistad y de afecto implica deudas por ambas partes que no se equiparan ni se cancelan mutuamente, que se mantienen activas a lo largo del tiempo y que son, en gran medida, el alimento que nutre y activa esa relación. Gracias a ellas adquirimos humildad y una estimación correcta de nuestro lugar entre los otros, entre quienes nos rodean y nos estiman (para empezar, debemos nuestra vida, el estar aquí, a otras personas, lo que no quiere decir que debamos pagar por ello ni expiar ningún pecado original heredado). Lo contrario, como afirma Massimo Cacciari en un ensayo que acabo de leer («Dante profeta»), sería pecar de hubris, de soberbia: «Soberbio es Farinata (Infierno, X, 32); soberbio es Ulises (Infierno, XXVI, 56). Ésos son los soberbios, es decir, los que no deben nada, los que no tienen deudas, débitos: de-habére. Ulises, que parte de viaje y descuida el “débito amor que a Penélope debía” (Infierno, XXVI, 93-96). El débito. Los soberbios son aquellos que consideran que lo tienen todo y que no deben nada a los demás. Son los Farinata, los Ulises». Y luego añade: «Los otros, en cambio, están en el Paraíso. Todos los espíritus del Paraíso deben los unos a los otros».
No se puede decir más claramente. Otra cosa es que queramos insistir en el mito -digno de película de vaqueros- de los espíritus libres y los solitarios que cabalgan una y otra vez hacia poniente, huyendo de cualquier forma de contrato social. Con lo que va a resultar que la Vargas, con todo su prestigio entre los izquierdistas de boquilla, no hace sino reiterar de forma inconsciente una de las hebras centrales de la mitología estadounidense. Tampoco es que sea una novedad. Toda esta apología soterrada del individualismo hace pensar un poco en otra señora, más o menos de la misma edad, pero de vida y horizonte vital diametralmente opuestos a la gran cantante mexicana, que afirmaba que «eso que llaman sociedad no existe».
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8 comentarios:
Pero, tal vez, esa deuda podría hacernos vulnerables, convertirnos en aquello que los demás quieren que seamos. Y es a toda la sociedad a quien le debemos el lugar exacto en el que estamos. Para bien o para mal.
Un saludo.
D.
Yo, por ejemplo, le debo a Jordi Doce que -con este texto brillante y modesto- me haya hecho reflexionar sobre un tema que es bueno no perder de vista. Gracias y saludos.
Gracias por vuestra compañía en el diálogo. Saludos, J12
Estimado Jordi: profunda, certera y aguda tu reflexión.
Inmediatamente recordé aquello que suelen decir algunos, repletos de orgullo: "yo no me arrepiento de nada". Siempre me pareció, justamente, de una soberbia inexplicable, y de una falta de conciencia y reflexión absoluta.
Como se dice aquí en Argentina, comparto que no vale de nada "llorar sobre la leche derramada", pero sí es claro que resulta muestra de lucidez y sensibilidad arrepentirse de aquello que lo merece por inadecuado, por vano, por haber ocasionado, a propios o extraños, dolor.
El repaso que estoy haciendo hoy, 14 de mayo, por tu blog, luego de un tiempo de no visitarlo, es simplemente imperdible.
Gracias por tu Poesía, tus ideas, tu generosidad al compartirlas.
Gabriela.
Bienvenida una vez más, Gabriela, y mis gracias por tus palabras. Totalmente de acuerdo contigo, una cosa es saber que no hay vuelta atrás, que de nada sirve el lamento a destiempo, y otra muy distinta seguir como si nada hubiera ocurrido: de alguna forma el presente es condicionado y modificado por lo que se vivió y se espera vivir. Me alegra saberte ahí de nuevo. Abrazo, j12
Preferiría decir, cuando llegue el momento: Yo, que debo tanto a tantos...
Es un buen ensayo de despedida... Pero todavía es pronto para despedirme. Me alegra verte por estos lares, querido Jorge. Un abrazo, J12
En ese sentido, deber algo a alguien es un lujo, porque significa que alguien hizo algo por ti. Y de ser bien nacidos es ser agradecidos... pero también hay gente que consigue que la palabra gracias nos acabe amargando la boca. Es un tema complejo. De todas formas, quien no debe nada a nadie es, seguramente, un desgraciado. Y quien no se arrepiente de nada, también. Supongo que la libertad no implica no tener lazo alguno (para mí el compromiso con otros es la mayor muestra de libertad individual), aunque sí significa no tener ni uno de más y ser capaz de romper los necesarios. Difícil.
Pero qué gran texto.
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