domingo, julio 05, 2009

álbum

Este curioso sesgo de la memoria, o de la imaginación, que reduce un inquieto fin de semana en Mallorca a tres o cuatro imágenes sueltas, casi siempre fugaces o pobremente iluminadas: el gato blanquinegro asomado a la ventana en una de las callejas del casco viejo de Palma, justo detrás de la Catedral, lanzándonos tímidos zarpazos con desgana funcionarial; una vieja casa rural abandonada a unos metros del cinturón de ronda, entre pinos andrajosos y hoteles no menos andrajosos de los años setenta; el mohín de orgullosa complacencia con que una chica mona de Sóller, escudada tras unas enormes gafas de sol y un arsenal de pulseras, nos hablaba en el tren de las bondades de su pueblo; el grito serio con el que la guía de turismo le aclaró a un colega que iba de paso: «¡yo no hago patios!», y cómo retomó el hilo de su exposición con exacta compostura, sin alardes.

¿Por qué estas imágenes? No lo sé, quizá por su capacidad para no imponerse o incurrir en fáciles moralejas mientras definen un instante, una visión del lugar. Sin ellas el viaje habría sido el mismo, pero son como puntos de fuga que permiten verlo de otra manera. Todo lo demás sigue ahí, por supuesto, en la retina o el recuerdo, pero en un extraño segundo plano, como si tuviera un significado más vulgar o evidente, de tarjeta postal. Ahora toca guardar estas imágenes bien adentro, para que fermenten o segreguen su propia resina oculta, el sentido que guardan sin saberlo.

2 comentarios:

Pablo Rodríguez Burón dijo...

y la mejor manera de guardarlas es escribiéndolas. Un abrazo!

Jordi Doce dijo...

Un abrazo también a ti, Leo, y gracias. J12