En la primavera de 1983 Barack Obama era un joven estudiante de
22 años a punto de licenciarse en Ciencias Políticas por la Universidad de
Columbia en Nueva York. Como cuenta David Maraniss en su biografía del futuro
presidente de Estados Unidos, seguía escribiéndose con Alexandra McNear, su
novia en la pequeña Universidad Occidental de Los Ángeles, donde había
comenzado sus estudios. Cuando ella le comentó que debía hacer un trabajo sobre
La tierra baldía de Eliot, Obama
escribió lo siguiente:
Hace un año que no leo La
tierra baldía, y nunca me molesté en consultar todas las notas. Pero me
arriesgaré a hacer algunas afirmaciones: Eliot alberga la misma visión extática
que fluye de Münzer a Yeats. Sin embargo, nunca deja de hacer pie en el orden o
la realidad social de su tiempo. Enfrentado a lo que percibe como una elección
entre caos extático y orden mecánico y sin vida, accede a mantener separada la
pureza asexual de la cruel y salvaje realidad sexual. Y se enfrenta a ello con
estoicismo. Lee su ensayo sobre «La tradición y el talento individual», así
como Cuatro Cuartetos, donde se
muestra menos preocupado por describir la agonía de Europa, para captar el
sentido de lo que digo. Recuerda lo que te comenté de que existe cierta clase
de conservadurismo que respeto más que el liberalismo burgués: Eliot pertenece
a ese grupo. Por supuesto, la dicotomía que mantiene es reaccionaria, pero ello
se debe a su hondo fatalismo, no a la ignorancia. (Contrástalo con Yeats o
Pound, quienes, surgidos en el mismo entorno, optaron por apoyar a Hitler y
Mussolini). Y este fatalismo nace de la relación
entre fertilidad y muerte, que mencioné de pasada en mi última carta: la vida
se alimenta de sí misma. Un fatalismo que a veces comparto con la tradición
occidental. Pareces sorprendida por la ambivalencia irreconciliable de Eliot;
¿no compartes tú misma esa ambivalencia, Alex?
No está nada mal para un estudiante con problemas de identidad
racial y ansioso por encontrar su lugar en el mundo. (Ya habría querido yo
hablar así de Eliot a esa edad, con la misma finura, elogiando incluso su
modalidad de pensamiento reaccionario marcado por un fatalismo que advierte el
vínculo indestructible entre fertilidad y muerte, limitado también por una
peculiar honestidad –un «estoicismo»– que le impide aceptar respuestas fáciles
a preguntas complejas; aunque Obama, me parece, se equivoca al propinar ese
codazo reduccionista a Pound y sobre todo a Yeats). Edward Mendelson, el gran
biógrafo y crítico de Auden, cita este fragmento en un breve artículo publicado
en The New York Review of Books y lo
pone como ejemplo de lo que puede hacer la crítica literaria, o mejor dicho, de
lo que debe hacer si quiere seguir
siendo necesaria o pertinente:
Obama le pregunta a su amiga: «Pareces
sorprendida por la ambivalencia irreconciliable de Eliot; ¿no compartes tú
misma esa ambivalencia, Alex?». En vez de aislar a Eliot en una categoría social, étnica
o sexual, en vez de oír en él la voz del error político o ideológico, Obama
encuentra una honda ambivalencia que puede ser percibida por otros […]. Y en
vez de afirmar que su amiga comparte esa ambivalencia, Obama le hace una
pregunta retórica, porque nadie puede hablar con certeza de la vida interior de
otra persona, aunque la empatía permita jugar a suponerlo. Después de situar a
Eliot en su contexto histórico y literario, después de señalar lo que lo hace
único, Obama concluye mostrando cómo puede hablarle a cualquier lector individual
que esté dispuesto a escuchar. Esto es lo que la buena crítica literaria ha
hecho siempre.
A Mendelson le inquieta que un futuro
político comparta «con la tradición occidental» esa
visión fatalista de la existencia. A mí me parece más bien saludable, aunque es
posible que el joven Obama forzara un poco la nota existencialista para
impresionar a su amiga; o que siguiera bajo la sombra de sus angustias
adolescentes. Pero estoy con Mendelson en que lo importante de esa carta es lo
que nos permite vislumbrar de la calidad de una mente en un momento temprano de
su formación. Hasta cuando improvisa, el razonamiento crítico del estudiante de
políticas procede por astucia y con una conciencia exacta del valor –privativo,
irreducible– que tiene la gran poesía. Lejos de acercarse a La tierra baldía con apriorismos
estéticos o ideológicos, el joven Obama llega al extremo de reconocer su
aprecio por una clase de «conservadurismo» que mira de frente la cruz de la existencia, su reverso oscuro.
Ese joven seguramente se definiría como «progresista», pero es capaz de comprender a quienes no creen en las promesas
del optimismo humanista, esa idea de progreso infinito que no es otra cosa que
la traducción a términos laicos o profanos de la parusía cristiana.
En realidad, es algo más –y más
fundamental– que un ejercicio de comprensión. La lectura nos permite identificarnos con lo que leemos sin
dejar de ser quiénes somos; es un desdoblamiento, un diálogo con ese reflejo de
nosotros mismos que aparece al leer. Por eso decimos que la página es un
espejo; pero ese espejo no borra ni cancela nuestro ser de carne y hueso, sino
que convive con él, lo completa (de la misma manera que un espejo real nos
permite no sólo acicalarnos, sino tener una idea mucho más precisa de nuestra
apariencia física –que no siempre coincide, para bien o para mal, con la idea
que tenemos de ella cuando no podemos ver nuestra imagen).
No sé si el exhibicionismo ególatra que preside
nuestro tiempo ha podido influir en la conducta o las convicciones del actual
presidente norteamericano, pero su joven avatar sabía que uno lee no tanto para
conocerse a uno mismo –eso va de suyo, pero dicho así es como no decir nada–
cuanto para conocer a los otros, incluidos esos otros que están en uno mismo. Incluidos adversarios y antagonistas. Incluidos contrarios y extremos (la
fuerza del reconocimiento puede ser mayor en un entorno de desacuerdo). No es forzoso
que uno se haga siempre la pregunta con que Obama cerró su carta: ¿no compartes
tú lo mismo? Pero tengo la sensación, no del todo injustificada, de que podríamos
recurrir a ella un poco más.
2 comentarios:
Realmente, muy interesante. Totalmente de acuerdo, Jordi. Lucidez.
Gracias, Esther. Abrazo, J12
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