viernes, julio 01, 2016

obama, lector de eliot



 © David Levine


En la primavera de 1983 Barack Obama era un joven estudiante de 22 años a punto de licenciarse en Ciencias Políticas por la Universidad de Columbia en Nueva York. Como cuenta David Maraniss en su biografía del futuro presidente de Estados Unidos, seguía escribiéndose con Alexandra McNear, su novia en la pequeña Universidad Occidental de Los Ángeles, donde había comenzado sus estudios. Cuando ella le comentó que debía hacer un trabajo sobre La tierra baldía de Eliot, Obama escribió lo siguiente:


Hace un año que no leo La tierra baldía, y nunca me molesté en consultar todas las notas. Pero me arriesgaré a hacer algunas afirmaciones: Eliot alberga la misma visión extática que fluye de Münzer a Yeats. Sin embargo, nunca deja de hacer pie en el orden o la realidad social de su tiempo. Enfrentado a lo que percibe como una elección entre caos extático y orden mecánico y sin vida, accede a mantener separada la pureza asexual de la cruel y salvaje realidad sexual. Y se enfrenta a ello con estoicismo. Lee su ensayo sobre «La tradición y el talento individual», así como Cuatro Cuartetos, donde se muestra menos preocupado por describir la agonía de Europa, para captar el sentido de lo que digo. Recuerda lo que te comenté de que existe cierta clase de conservadurismo que respeto más que el liberalismo burgués: Eliot pertenece a ese grupo. Por supuesto, la dicotomía que mantiene es reaccionaria, pero ello se debe a su hondo fatalismo, no a la ignorancia. (Contrástalo con Yeats o Pound, quienes, surgidos en el mismo entorno, optaron por apoyar a Hitler y Mussolini). Y este fatalismo nace de la relación entre fertilidad y muerte, que mencioné de pasada en mi última carta: la vida se alimenta de sí misma. Un fatalismo que a veces comparto con la tradición occidental. Pareces sorprendida por la ambivalencia irreconciliable de Eliot; ¿no compartes tú misma esa ambivalencia, Alex?


No está nada mal para un estudiante con problemas de identidad racial y ansioso por encontrar su lugar en el mundo. (Ya habría querido yo hablar así de Eliot a esa edad, con la misma finura, elogiando incluso su modalidad de pensamiento reaccionario marcado por un fatalismo que advierte el vínculo indestructible entre fertilidad y muerte, limitado también por una peculiar honestidad –un «estoicismo»– que le impide aceptar respuestas fáciles a preguntas complejas; aunque Obama, me parece, se equivoca al propinar ese codazo reduccionista a Pound y sobre todo a Yeats). Edward Mendelson, el gran biógrafo y crítico de Auden, cita este fragmento en un breve artículo publicado en The New York Review of Books y lo pone como ejemplo de lo que puede hacer la crítica literaria, o mejor dicho, de lo que debe hacer si quiere seguir siendo necesaria o pertinente:


Obama le pregunta a su amiga: «Pareces sorprendida por la ambivalencia irreconciliable de Eliot; ¿no compartes tú misma esa ambivalencia, Alex?». En vez de aislar a Eliot en una categoría social, étnica o sexual, en vez de oír en él la voz del error político o ideológico, Obama encuentra una honda ambivalencia que puede ser percibida por otros […]. Y en vez de afirmar que su amiga comparte esa ambivalencia, Obama le hace una pregunta retórica, porque nadie puede hablar con certeza de la vida interior de otra persona, aunque la empatía permita jugar a suponerlo. Después de situar a Eliot en su contexto histórico y literario, después de señalar lo que lo hace único, Obama concluye mostrando cómo puede hablarle a cualquier lector individual que esté dispuesto a escuchar. Esto es lo que la buena crítica literaria ha hecho siempre.


A Mendelson le inquieta que un futuro político comparta «con la tradición occidental» esa visión fatalista de la existencia. A mí me parece más bien saludable, aunque es posible que el joven Obama forzara un poco la nota existencialista para impresionar a su amiga; o que siguiera bajo la sombra de sus angustias adolescentes. Pero estoy con Mendelson en que lo importante de esa carta es lo que nos permite vislumbrar de la calidad de una mente en un momento temprano de su formación. Hasta cuando improvisa, el razonamiento crítico del estudiante de políticas procede por astucia y con una conciencia exacta del valor –privativo, irreducible– que tiene la gran poesía. Lejos de acercarse a La tierra baldía con apriorismos estéticos o ideológicos, el joven Obama llega al extremo de reconocer su aprecio por una clase de «conservadurismo» que mira de frente la cruz de la existencia, su reverso oscuro. Ese joven seguramente se definiría como «progresista», pero es capaz de comprender a quienes no creen en las promesas del optimismo humanista, esa idea de progreso infinito que no es otra cosa que la traducción a términos laicos o profanos de la parusía cristiana.

En realidad, es algo más –y más fundamental– que un ejercicio de comprensión. La lectura nos permite identificarnos con lo que leemos sin dejar de ser quiénes somos; es un desdoblamiento, un diálogo con ese reflejo de nosotros mismos que aparece al leer. Por eso decimos que la página es un espejo; pero ese espejo no borra ni cancela nuestro ser de carne y hueso, sino que convive con él, lo completa (de la misma manera que un espejo real nos permite no sólo acicalarnos, sino tener una idea mucho más precisa de nuestra apariencia física –que no siempre coincide, para bien o para mal, con la idea que tenemos de ella cuando no podemos ver nuestra imagen).

No sé si el exhibicionismo ególatra que preside nuestro tiempo ha podido influir en la conducta o las convicciones del actual presidente norteamericano, pero su joven avatar sabía que uno lee no tanto para conocerse a uno mismo –eso va de suyo, pero dicho así es como no decir nada– cuanto para conocer a los otros, incluidos esos otros que están en uno mismo. Incluidos adversarios y antagonistas. Incluidos contrarios y extremos (la fuerza del reconocimiento puede ser mayor en un entorno de desacuerdo). No es forzoso que uno se haga siempre la pregunta con que Obama cerró su carta: ¿no compartes tú lo mismo? Pero tengo la sensación, no del todo injustificada, de que podríamos recurrir a ella un poco más.

2 comentarios:

Esther Muntañola dijo...

Realmente, muy interesante. Totalmente de acuerdo, Jordi. Lucidez.

Jordi Doce dijo...

Gracias, Esther. Abrazo, J12