jueves, marzo 26, 2009

moleskine

Lo tengo comprobado. A pesar de su nombre prestigioso, de sus guardas de colores y su bonito marcador, este cuaderno hace en mí de pararrayos. Cuanto más cerca lo tengo menos cosas se me ocurren y menos apunto. Pero basta que ande perdido en el fondo de la bolsa o de un cajón ignoto para que surjan tres palabras chispeantes y no vea otro lugar donde apuntarlas que el recibo de la compra o el reverso de una entrada de cine. Un signo más, ni siquiera demasiado importante, de mi torpeza para las cuestiones prácticas.

3 comentarios:

Emilio Calvo de Mora dijo...

Nos pasa a todos los que escribimos: más que escribir, manuscribimos, registramos en servilletas, facturas, comprobantes del cajero. Mis mejores poemas, las mejores líneas, están allí, en bares, en estaciones de tren, en el metro imposible de mi pueblo pequeño. Cuando uno escribe en el formato y en el lugar preciso, llega (cabronazo) el bloque. El bloqueo

Esther Cabrales dijo...

¿No es la moleskine el cielo donde van a parar los pensamientos que mueren al abandonar nuestra cabeza?

Antonio Rivero Taravillo dijo...

Su piel de topo busca madrigueras y rehuye la luz del día. No es exraño, entonces. Compra mucho y ve mucho al cine. Saldremos ganando tus lectores.