He visto el crespón de rabia en el amigo bondadoso, el rapto violento y hasta vengativo en sus palabras, y me he alegrado por él.
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Una sabiduría que ha aprendido demasiado tarde: el placer del desprecio, la voluptuosidad del insulto para sus adentros, de la condena desdeñosa a ése que ya lo está sospechando de todos modos.
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El alivio, casi la alegría, de conocer y enumerar los lugares donde no quieren nada de él. Todo se simplifica enormemente.
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