Un hombre, lo llamaremos B., que tiene la costumbre de comprar las ediciones originales de los libros que más le han gustado o de los que tiene mejor recuerdo. Como no sabe idiomas, se ve forzado a leerlos en español. Con el tiempo ha adquirido un raro talento para detectar de inmediato la frase o la expresión mal traducida, la glosa pleonástica, la contradicción oculta hasta para los correctores; ha logrado identificar las mejores ediciones y los traductores de confianza, nada ni nadie se le escapa, pero esto en realidad le importa poco. Cuando un libro le gusta, cuando ha hecho mella en él, adquiere por correo o con ayuda de su librero la edición original. No le importa esperar. Tampoco no entender una palabra cuando lo recibe. Lo fundamental es la compra, cruzar el puente que lo separa de la raíz. Luego reúne el libro en su idioma original con otros ejemplares de la misma especie: páginas en inglés, francés, alemán, italiano y otros muchos idiomas –no siempre logra distinguirlos– que le rodean con opacidad locuaz y que han reemplazado las primitivas ediciones en español. Una muralla babélica de libros que le da la ilusión de estar escuchando, siquiera por contigüidad, la lengua de sus autores. Allí está su altar, y sus diversas compras no hacen sino darle lustre, toman en consideración el formato y el tamaño de los volúmenes, el colorido de los lomos y la combinación de autores y lenguas según una lógica interna que ha refinado sin piedad. Sigue leyendo en español, pero a la luz del libro original, el que no puede leer, ese que llegará cuando cierre el que tiene entre manos, mientras la expectativa de la espera se infiltra en su lectura hasta poseerla por completo.
3 comentarios:
Me gusta esa costumbre...Un abrazo
Magnífica bitácora, la he conocido gracias a Rivero Taravillo. Un saludo y una invitación.Salud.
Gracias, Tomás, que hayas venido gracias a AR Taravillo es una alegría añadida. Un abrazo. J12
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