martes, septiembre 29, 2009

william hazlitt / el placer de odiar

Para ampliar, pulsad en la imagen.


Solemos asociar el romanticismo inglés a la brillante constelación de poetas que, en dos oleadas casi sucesivas, modificó sin apelación el rumbo de la literatura inglesa, fundando otra sensibilidad, otro lenguaje, otro juego de valores y expectativas. Un recuerdo, además, que unifica y simplifica más allá de lo aconsejable, pues no fueron pocas las tensiones, recelos y hasta críticas feroces entre los autores pioneros de Baladas líricas y la generación de Byron, Shelley y Keats. La larga y apacible vejez de Wordsworth y Coleridge, refugiados en un conservadurismo temeroso y contrito después de haber probado brevemente las mieles revolucionarias, parece la cruz o el negativo de la existencia juvenil y fulgurante de aquellos tres poetas que encarnan a la perfección, con sus obras pero también con sus actos, el vitalismo desesperado, la sed de trascendencia y absolutos (sean políticos, espirituales o estéticos) del romanticismo.

Sin embargo, estos poetas no estuvieron solos, no trabajaron en tierra hostil o indiferente, sino que formaron parte de un amplio movimiento intelectual que halló cauce a sus inquietudes en multitud de revistas, periódicos y salas de conferencias. El romanticismo inglés fue algo más que un movimiento poético; incluyó también a no pocos ensayistas que se sirvieron del ansia de cultura y mejora personal de una incipiente burguesía urbana para expresar la nueva sensibilidad: no sólo Thomas de Quincey y Charles Lamb, tal vez los más conocidos entre nosotros por la relectura y vindicación borgesianas, sino también Coleridge, el radical (y gran amigo y colaborador de Shelley) Leigh Hunt y, sobre todo, William Hazlitt. Ellos fueron los que familiarizaron a sus lectores con la nueva estética, incorporando a su prosa los hallazgos de una poesía marcada por el subjetivismo, la pasión unificadora y trascendente de la imaginación, la mirada de un yo egotista que se busca y afirma en el análisis de la experiencia personal. Aprovecharon la emergencia de una nueva industria editorial para refundar el lenguaje del periodismo y establecer el modelo de ensayo literario vigente al menos hasta mediados del siglo pasado, un modelo que ha tocado de un modo u otro a los mejores prosistas ingleses de Ruskin a Lytton Strachey, de Leslie Stephen a John Middleton Murry. De todos ellos, Thomas de Quincey (gracias al resplandor alucinado de sus Confesiones de un comedor de opio) es quien, vía Baudelaire, más plena y asiduamente ha llegado hasta nosotros. Pero acaso el más moderno de todos, quien, en mayor medida aun que de Quincey, encarna hasta la médula la nueva sensibilidad romántica y nos habla con la voz –urgente, inmediata, feroz– de un contemporáneo, es William Hazlitt. […]


Así comienza el epílogo que he escrito para acompañar la publicación en la Editorial Nortesur de este breve y hermoso libro, El placer de odiar, estupendamente traducido por Maria Faidella, que reúne cuatro ensayos del gran escritor romántico inglés William Hazlitt (1778-1830) y que empezará a verse en librerías este mismo mes de octubre. Un pequeño volumen que aparece en Mínima, la misma colección, por cierto, en la que se incluye La literatura como bluff de Julien Gracq, de inexcusable lectura para todos los que seguimos con cierta atención (y no poco desánimo y desconcierto) nuestro mundo literario. No es fácil traducir ni publicar a Hazlitt, dueño de una prosa feroz y acerada, dividido entre el impulso satírico y el afán regenerador, pero Maria Faidella y los buenos amigos de Nortesur han hecho un trabajo modélico y el resultado no podía ser más atractivo: casi cien páginas del mejor ensayismo inglés a las que se añaden, para más información, una cronología y una bibliografía de su autor. Una pequeña joya.
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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya estoy encargando mi ejemplar. Noraboa por lo que toca, Jordi. Un abrazo.

Alfredo

rubén m. dijo...

Tiene muy buena pinta para conocer mejor este periodo fascscinante. Gracias por la recomendación.

Jordi Doce dijo...

Gracias, Alfredo y Rubén. Es un libro baratito, al menos, y sé que lo disfrutareis. Abrazo, J12