domingo, diciembre 29, 2013

yeats / su alabanza


¿Qué sería de las navidades sin unos versos de Yeats? Hacía tiempo que no publicaba un poema suyo en esta bitácora. Este en concreto apareció por vez primera en Los cisnes salvajes de Coole (1919) y es uno de los últimos rescoldos de su amor por Maud Gonne, escrito quizá cuando estaba a punto de contraer matrimonio (en 1917) con Georgie Hyde-Lees. En cualquier caso, es una criatura extraña, un poema amoroso con toques anecdóticos y un fondo –muy al fondo– de leve humor.

Sirva en cualquier caso para cerrar el año y dar la bienvenida al que viene. Que no nos sea leve, pues eso significaría que la sangre no corre por nuestras venas. Pero que tampoco nos abrume con un peso excesivo, no vaya a acostumbrarse. Feliz 2014 a todos.




Entre quienes merecen alabanza es ella la primera.
He deambulado por la casa, he ido de un piso a otro
como un hombre que edita nuevo libro
o una joven que estrena traje nuevo,
y aunque he manipulado la charla con astucia
de forma que su elogio saliera a colación,
una mujer terció con un cuento reciente, tomado de algún libro,
de un hombre medio envuelto en un sueño confuso
que apenas conservaba memoria de su nombre.
Entre quienes merecen alabanza es ella la primera.
No hablaré más de libros ni de la larga guerra
sino que pasearé junto al árido espino hasta que encuentre
a un mendigo escondiéndose del viento, y allí hablaré con él
de modo que su nombre termine apareciendo.
Si tiene harapos suficientes sabrá su nombre
y lo dirá con gusto, pues en los viejos tiempos,
aunque obtuvo el elogio de los jóvenes y la censura de los viejos, 
entre los pobres fue alabada igualmente por jóvenes y ancianos.


Trad. J. D. / El original, aquí.

sábado, diciembre 21, 2013

heather buck / la propuesta





Esta tarde, mientras la luz recorre
con imposible lentitud el huerto
y yo me giro, inquisitiva,
mi mano entre tu mano,
mis ojos buscando un sentido
a las nubes que oprimen
el vasto escenario del cielo,

¿aceptarás conmigo ese sendero
que existe solo cuando lo pisamos,
esa casa que respira a la vida
solo cuando se la comparte,
esa jarra de vino
que se llena cuando bebemos?




Traduje este breve poema de Heather Buck (1926-2004) hace como quince años, poco después de leerlo en el que sería, a la postre, su último libro. El título era simbólico y premonitorio: Waiting for the Ferry (1998); donde «ferry» remite, como es obvio, a la barca de Caronte.

Poco he llegado a saber de su autora. Colaboraba habitualmente en Agenda, la revista fundada y dirigida por William Cookson, y había publicado en la editorial de la revista un lúcido estudio sobre la via negativa como fuente de afirmación en los Cuatro Cuartetos de Eliot. Waiting for the Ferry era su cuarto libro de poemas y lo editó Anvil Press, en cuya página web he encontrado los únicos datos biográficos de que dispongo: Heather Buck nació en Kent in 1926. Comenzó a escribir en 1966 tras someterse a un análisis jungiano. Vivió en Lavenham, Suffolk y murió en 2004.

La referencia a Jung no es casual: la poesía de Buck es clara, incluso sencilla con la desnudez diamantina de ciertas imágenes y símbolos arquetípicos, y tiene la sequedad, el toque inexorable, de quien ha pensado mucho lo que quiere decir y no se anda con rodeos al decirlo. Pero es también una poesía humilde, llena de empatía imaginativa, capaz de levantar los velos del mundo y ver lo que allí se esconde. «La propuesta» (originalmente «The Proposal») parece un poema sin aristas y sin embargo me ha llevado todos estos años dar con una versión satisfactoria. Quizá mi error fue que inicialmente opté por un ejercicio de reescritura libre que a punto estuvo de aparecer en mi libro Gran angular. Un error de soberbia: ninguna libertad que yo pudiera tomarme podía mejorar el poema o hacerlo más nítido, más rotundo.

Después de volver sobre él y hacer algunos ajustes, lo comparto en esta bitácora a modo de felicitación navideña. El año ha sido largo y duro y se cierra con presagios muy negros sobre el futuro de nuestras libertades y nuestra salud democrática. Ojalá 2014 nos depare al menos alguna satisfacción colectiva, que buena falta nos hace. Entretanto, no sin una mezcla de rabia y hartazgo (también de esperanza), os deseo a todos muy feliz Navidad.



The Proposal

This evening, as the light dawdles
impossibly slow in the orchard
and I turn and question you,
my hand linked to yours,
my eyes trying to spell out
the meaning of clouds
humped over a vast arena of sky,

will you acquiesce in a path
that exists only by treading,
in a house that is breathed
into life only by sharing,
in a jug full of wine
replenished by drinking?

jueves, diciembre 19, 2013

a medias


Leo el libro de un contemporáneo tenido por cordial y accesible, y me doy cuenta de que apenas comprendo la mitad de los poemas, que sin embargo hablan de sucesos y escenas cotidianas y hasta banales. Es como si tuviera miedo de llamar a las cosas por su nombre pero tampoco se decidiera a llamarlas por un nombre de su propiedad. Su apocamiento me sorprende y me impacienta, como quien se ofrece tibiamente a invitar, y aventura incluso una mano en el bolsillo, a sabiendas de que será otro –mira que no seas tú– quien pague la nota.

lunes, diciembre 16, 2013

cuadrante


 
Jean Cocteau, Le Livre Blanc, 1958



Caminó sobre sus propias palabras hasta llegar al principio.



Habla como si las palabras se deslizaran por la alfombra roja de su lengua. 
    Reprimo de tal modo mis ganas de aplaudir que he dejado de oírle.



Cosas que solo muestran su genuino valor al cubrirse de polvo.



Se saca el corazón y lo pone a volar igual que una cometa.


viernes, diciembre 13, 2013

700





Abrí esta bitácora en agosto de 2006. Siete años y cuatro meses más tarde, le toca el turno a la entrada número 700. Si hago promedio, significa que he colgado una entrada cada cuatro días, lo que no está mal para una página que nació casi a escondidas, con el solo propósito de compartir traducciones, aforismos, apuntes sobre esto o aquello… en fin, lo que surgiera. Por el camino se han ido creando sintonías, afectos, amistades incluso. Por el camino se han escrito al menos dos libros que no existirían sin la exigencia o mandato interno que encarna esta página. El contador indica que Perros en la playa tiene 300 seguidores, aunque asumo que muchos se habrán bajado en algún momento del viaje; treinta ya me parecerían muchos. Si eres de los que siguen visitando y leyendo esta página, acepta por favor mi agradecimiento. 

Dicen que la del blog es una moda que ha perdido fuelle y que no tardará en desaparecer. No sé. Para mí nunca ha sido una moda, sino un modo de ser más fiel al carácter disperso y diverso de la escritura, un reflejo bastante respetuoso del caos que impera en mi escritorio. Así que no es probable que lo deje en un futuro más o menos inmediato (lo que no quita para que me tome algún descanso de vez en cuando)... Mientras alimentar a la bestia no me condene a pasar hambre, aquí estaré.




Las palabras se mueven, la música se mueve
solo en el tiempo; pero lo que tan solo vive
solo puede morir. Tras hablar, las palabras
alcanzan el silencio. Solo por la forma, la pauta,
pueden palabra o música alcanzar
la quietud, como ahora un jarrón chino
se mueve eternamente en su quietud.
No la quietud del violín mientras la nota dura,
no aquella solamente, sino la coexistencia,
o digamos que el fin precede a su comienzo,
y que fin y comienzo estuvieron presentes
antes del comienzo y después del fin.
Y todo es siempre ahora. Las palabras se tensan,
se resquiebran y a veces rompen bajo la carga,
bajo el esfuerzo, escapan, resbalan y perecen,
la imprecisión las roe, no saben su lugar,
no saben estar quietas. Voces aullantes
que reprenden, se burlan o solo parlotean
no cesan de asaltarlas. La Palabra en el desierto
es atacada, sobre todo, por voces tentadoras,
la sombra sollozante en el baile funerario,
el sonoro lamento de la desolada quimera […]


T. S. Eliot, «Burnt Norton», V (fragmento)


trad. J.D.

martes, diciembre 10, 2013

entonces, ruskin


Sí, créanme, a pesar de nuestra amplitud de miras política y nuestra filantropía poética; a pesar de nuestras casas de beneficencia, hospitales y escuelas dominicales; a pesar de nuestros empeños misioneros en predicar fuera lo que no logramos hacer creer en casa; y a pesar de nuestras guerras contra la esclavitud, enmendadas por la presentación de ingeniosos proyectos de ley... se nos recordará en el curso de la historia como la generación más cruel, y por lo tanto más insensata, que jamás asoló la tierra: la más cruel en relación a su sensibilidad y la más insensata en relación a sus conocimientos científicos. Ningún pueblo, comprendiendo el dolor, infligió tanto; ningún pueblo, conociendo los hechos, actuó menos conforme a ellos.

John Ruskin, The Eagle’s Nest (1872), lección II, § 35

domingo, diciembre 08, 2013

ser / estar


 
Frank Zappa, Ship Arriving Too Late to Save a Drowning Witch


Ese raro instante en el que el consenso natural sobre la valía o la excelencia de un escritor se alía con un rencor inconfesable (hasta para quienes lo experimentan) que silencia su nombre y lo hace desaparecer de los libros de registro. Se le toma prestado, se le saquea incluso, pero las ideas que puso en circulación y que ahora son moneda común ya no llevan su nombre ni su efigie, parecen haber estado ahí desde siempre, algo tan evidente o natural como el aire que respiramos.

Este silenciamiento es en parte un acto de venganza compensatoria, pues suele reemplazar –como demuestra el caso reciente de Paz, y antes de Eliot o de Ortega– a una fase de apoteosis del escritor, esa gloria en vida donde nada parece ocurrir sin su permiso. Durante un tiempo las ideas van y vienen en préstamo y su anonimato es más fingido que real, pues casi todo el mundo conoce su procedencia y colabora en el expolio. Si sobreviven, la siguiente generación las recibe como parte de una herencia sospechosa y procede a ponerlas bajo su lupa. Y así en un vaivén nada inocente que a menudo hace reflotar los nombres, como pecios de un barco naufragado, y los arroja contra la playa de la curiosidad popular o mediática: biopics, artículos de prensa dominical, denuncias y acusaciones, biografías aguadas que siguen el patrón de las vidas de santos (hasta el punto, por ejemplo, de convertir el suicidio en una variante moderna o aceptable del martirio)

Ahí está el nombre, secándose al sol, desgajado de una obra cuyas intuiciones más aceptables son ya parte de un sistema cultural que fluye sin descanso y que al hacerlo no deja de reescribirse, dando vueltas sobre un centro que sólo existe por omisión. Demasiados malentendidos, tal vez. Y, sin embargo, parece que no seríamos nada sin ellos.

jueves, diciembre 05, 2013

ec51


Quizá esté mal que yo lo diga, pero el nuevo número de El Cuaderno (ya estamos en el 51) es un prodigio: un gran dossier de apertura sobre Amanece que no es poco con motivo de los 25 años de su estreno, un largo artículo inédito de Seamus Heaney sobre Charles Simic y poemas de W. G. Sebald, Zbigniew Herbert, Tomas Tranströmer, Julia Hartwig, Thomas MacGreevy y el propio Heaney, más las reseñas de costumbre (destaca la de Moisés Mori sobre Coetzee) y la revelación de un fotógrafo al que no conocía pero que me ha encantado: Javier Riera. Suya es la imagen de portada, diseñada con mano maestra (como todo el número, como todos los números) por Helios Pandiella. Hay mucho más, y está aquí.



lunes, diciembre 02, 2013

a fiver



augusto de campos / vivavaia


Cuando todos tenemos opiniones, nadie comprende nada.


¡Cuánta obediencia! Siempre responde a quien pregunta.


Ese momento en que la frase se revuelve y te clava su aguijón por la espalda.


Allí, si nadie te mira a los ojos al menos una vez al día, mueres.


Máscaras que se ajustan a la perfección, hechas con todo lo que uno ha callado.

domingo, diciembre 01, 2013

2 ecos



Josef Albers


Una de las alegrías del Festival de Poesía de Rosario fue la de conocer a dos estupendos poetas con los que de inmediato se estableció una corriente de afinidad y afecto mutuo: la dominicana (pero radicada en México) Ariadna Vásquez y el hondureño Fabrizio Estrada. Fabrizio, en concreto, me impresionó por su compromiso con la difícil realidad de su país, su descripción lúcida de la violencia que asola Honduras, la forma en que iba desanudando, con pasión meticulosa, las raíces de un conflicto que invade y contamina todos los estamentos de la sociedad. Fueron charlas aleccionadoras, llenas de datos y al mismo tiempo de emoción, de rabia contenida. Recuerdo cómo disfrutaba de sus paseos por Rosario, de esa libertad que tantos damos por supuesta para caminar sin miedo ni aprensión por las calles de una ciudad: vagar sin rumbo, tomar un café en una terraza o llevar a los niños al parque sigue siendo un lujo en demasiadas partes del planeta. Un viejo sueño cívico que Fabrizio preserva en sus poemas y también en su activismo político, su lucha cotidiana con los demonios de la violencia, la corrupción y la miseria.

Semanas después, Fabrizio ha tenido la gentileza de colgar en su bitácora (del párvulo) algunos poemas de mi viejo libro Otras lunas. Me siento muy cómodo con su elección, también con el breve texto introductorio que ha escrito. Resulta curioso ver cómo alguien adopta y hace suyos poemas que se escribieron hace doce o quince años: nueva piel para viejas ceremonias, como tituló Leonard Cohen uno de sus discos. Gracias, Fabrizio.

*

El poeta y crítico Julio César Galán ha tenido la amabilidad de invitarme a colaborar en «Cajón de Dante», sección de la página web de la editorial Pre-Textos que intenta dar a conocer el trabajo inédito de sus colaboradores. Yo he agrupado algunas viejas entradas de mi cuaderno en un pequeño tríptico que quizá resulte familiar a los lectores habituales de esta bitácora. Es un honor estar ahí, la verdad; un regalo que hace más llevadero el camino. Gracias, Julio.

miércoles, noviembre 27, 2013

w. g. sebald / 2 poemas ingleses





Recuerdo

que un día
un año después
de la caída del
imperio soviético

compartí un camarote
en el ferry
de Hoek
van Holland con

un camionero
de Wolverhampton.
Él & otros
veinte debían

llevar camiones
obsoletos
a Rusia pero
aparte de eso

no tenía ni idea
de adónde se
dirigían. El capataz
estaba al mando &

en cualquier caso era
una aventura
dinero fácil & ya sabes
dijo el conductor

fumándose un Golden
Holborn en la litera
de arriba antes
de dormirse.

Aún puedo oírle
roncando mansamente
toda la noche,
verle por la mañana

bajar la
escalerilla: grandes
calzones negros,
enfundarse la

sudadera, la gorra
de béisbol, ponerse
los vaqueros & las deportivas,
cerrar la cremallera

de su bolsa de plástico,
restregarse la cara
sin afeitar con ambas
manos, listo

para el viaje.
Me daré una
ducha en Rusia
me dijo. Yo

le deseé
buena suerte. Él
respondió un gusto
conocerte Max.



Ola de calor en octubre

Desde el paso elevado
que conduce
al túnel Holland
vi
el disco rojo
del sol
levantándose sobre
la ciudad prometida.

Poco después
del mediodía
el termómetro
marcaba ochenta y
cinco & una neblina
azul metálica
colgaba sobre
las torres relucientes

al tiempo que en la conferencia
sobre el cambio climático
de la Casa Blanca el
presidente escuchaba
hablar a los expertos
sobre la conversión
del alga verde
en biocarburante & yo

yacía en la penumbra
de mi cuarto de hotel
muy cerca de Gramercy
soñando a través
del fragor de Manhattan
con un gran río
que corría hacia
una catarata.

Por la noche
en una recepción
me quedé todo el rato
junto a un gran ventanal abierto
& sentí lástima
del árbol tullido
que crecía en un tiesto
en el patio.

Prácticamente des-
hojado era
de una especie
incierta, su tronco
& sus ramas
envueltos por
cables con pequeñas
bombillas eléctricas.

Una joven
se me acercó
& me dijo que aunque
estaba de vacaciones
se había pasado
el día entero en
la oficina
que a diferencia

de su piso tenía
aire acondicionado &
era fría como la
morgue. Allí,
me dijo, soy
feliz como una ostra
abierta
sobre un lecho de hielo.

6 de octubre 1997


Trad. J. D.


En Across the Land and the Water: Selected Poems 1964-2001 (Penguin, 2012), amplia selección de los poemas de W. G. Sebald (1944-2001) que ha editado y traducido con buen criterio el escritor escocés Iain Galbraith, se incluye un pequeño apéndice con dos poemas que Sebald escribió originalmente en inglés a mediados de los años noventa: «I Remember» y «October Heat Wave». Comparece en ellos una respiración y una estructura versal análogas a las de su poesía en alemán, pero aligeradas por una relación algo más distante o mediada con la palabra. Se mantiene su ironía compasiva, la tensión con que lee en el paisaje los signos de la historia y el presente, pero pierde fuerza su ardor etimológico, ese afán por crear nudos de ambigüedad y alusión que distingue a los poemas que escribió en su lengua materna. Más directos, más puramente sugestivos, estos dos poemas «ingleses» de Sebald tienen mucho de entrada de diario o de cuaderno de viaje y ofrecen otra versión de la perspectiva de observador, de testigo en segundo plano, que suele adoptar en su prosa: nacidos de la perplejidad, del extrañamiento, nos ofrecen, curiosamente, la veta quizá más doméstica y cercana de su obra.



lunes, noviembre 25, 2013

heaney / tres instantáneas





El pasado miércoles 20 de noviembre se celebró en la Residencia de Estudiantes un encuentro en memoria del poeta Seamus Heaney. Se trataba, en realidad, de leer algunos de sus poemas en inglés y en español, de compartir anécdotas curiosas o significativas, y también (quizá lo más importante) de rescatar viejas grabaciones en vídeo donde Heaney lee poemas y habla de poesía con su habitual finura, esa capacidad suya para pasar en un instante de la declaración seria al guiño travieso, subrayando la hondura o pertinencia de sus apreciaciones con una pequeña broma. Sólo leí dos de estas tres instantáneas: la primera me parecía demasiado extensa y hasta impertinente en el contexto del salón de la Residencia. La comparto ahora en esta bitácora, como un saludo final a quien tanto hizo por, desde y en la poesía. Descanse en paz.


córdoba, abril de 2008, cosmopoética. Era la hora del almuerzo (esos almuerzos tardíos y algo desaforados de los festivales) y seguía esperando el segundo plato cuando uno de los organizadores se acercó para decirme que Heaney había llegado al hotel y quería verme para preparar la lectura de aquella noche, en la que yo leería la traducción española de sus poemas. Un aviso que interpreté como una orden. El hotel estaba en la otra punta de la ciudad, pero si uno seguía el curso del río era un trayecto diáfano, sin pérdida. Iba tan absorto, tan inquieto por la aprensión, que apenas me fijé en los nubarrones, el cielo negro a punto de estallar en una tormenta. Digo mal: no tormenta, sino una tromba feroz, cerrada, implacable, que me obligó a correr como un sprinter. Cuando llegué al hotel, diez o quince minutos más tarde, estaba empapado de la cabeza a los pies, chorreando como un besugo y jadeando ruidosamente. Evité como pude la mirada del recepcionista y me dispuse a esperar la llegada del ascensor. Y entonces, al abrirse la puerta, lo primero que vi fue a Heaney mirando al frente con unos papeles y un libro en la mano. Y lo primero que vio Heaney fue a un huésped del hotel a punto de diluirse en un charco del piso. Me quedé inmóvil. Él frunció el ceño, sonrió con sus ojos achinados, extendió el dedo índice de la mano derecha y preguntó: ¿Chóodi? Yo asentí y dije a mi vez: ¿Séimus? Él entonces soltó una carcajada y dio un paso hacia adelante. Fue un segundo: vi que me daba una mano y que la otra, la que aferraba libro y papeles, se dejaba caer sobre mi hombro, como si quisiera reforzar el saludo con un gesto a medio camino del abrazo. Y ahí se quedó. Reprimí el instinto de retroceder para no llenarle de agua, y sólo atiné a murmurar: I think I’d better have a shower and change… Él soltó una segunda carcajada y dijo: I’ll wait for you in the bar. Y allá se fue, con una mancha de agua en sus papeles y secándose la mano en el bolsillo del pantalón. Tres segundos más tarde, mientras el ascensor echaba a andar, pensé que si la primera impresión es determinante, yo no lo habría hecho mejor ni ensayando.

*

madrid, febrero de 2009. Aún recuerdo cómo Heaney nos pidió, el primer día de su visita al Círculo de Bellas Artes, ver la sala donde iba a celebrarse su lectura: entró solo y dedicó unos minutos a pasear en silencio de un rincón a otro, ajustando el atril y el micrófono, tomando buena nota de la disposición de las sillas, haciendo una fotografía mental a la que poder recurrir en los momentos de ansiedad previos al acto. Luego, cuando tuvo que enfrentarse a sus oyentes, mostró la desenvoltura de un actor o un comediante; no vi rastro de inquietud ni de solemnidad impostada en sus maneras, y sí una mezcla experta de concentración y alegría, de respeto y entrega seductora. Las risas ocasionales del público no impidieron que una sola corriente de energía nos envolviera de principio a fin, facilitando la concentración, estableciendo ese vínculo de complicidad (de entendimiento) entre poeta y oyente sin el cual no hay lectura que se sostenga. Fue un buen ejemplo, un modelo indudable de lo que él mismo llamó «the sense of the occasion», el sentido o la importancia del momento, cierta actitud de atención y recogimiento que reconoce que algo, en efecto, está ocurriendo o va a ocurrir, aunque dure unos minutos, aunque implique sólo unos versos o unas pocas imágenes aisladas.

*

avilés, abril de 2013. Al acabar su lectura en la Cúpula del Centro Niemeyer, subimos a la Torre donde está instalado el restaurante del cocinero Koldo Miranda. Allí la cena fue una sucesión de pequeños y suculentos platos de nueva cocina que Seamus y su esposa Marie iban celebrando de forma cada vez más entusiasta y sonora. Había sido un día agotador (entrevistas a medios, idas y venidas sin fin, más la lectura propiamente dicha), pero al terminar la cena quisieron saludar personalmente a los cocineros para felicitarlos. El taller de cocina tenía el aire intimidatorio de un laboratorio de bioquímica, pero Seamus no dudó en acercarse a la tarima donde seguían trabajando para darles las gracias y presenciar cómo elaboraban los postres del día siguiente. Había un deleite evidente en su rostro: no el del glotón, desde luego, sino el del artesano que disfruta con el proceso, que descubre en la atención reconcentrada de su colega un reflejo de su propia intimidad creativa. Esa misma tarde había confesado a una periodista que los años le habían permitido relajarse un poco y disfrutar con la escritura del poema. Y ese mismo saborear el momento es también lo que hizo demorarse en la cocina de Koldo, mirando con atención el trabajo de los marmitones, alargando la noche cuanto fuera posible. Al día siguiente, mientras desayunábamos, recordamos la visita a la cocina. Entonces se le escapó una sonrisa cómplice: No estaría mal poder comernos alguno de los postres de ayer. Y ahí sí, ahí estaba la avidez del que empieza con ganas una nueva jornada, como cuando en su viejo poema «Ostras» decía comerse «el día / a conciencia, para que su regusto / me llevara en volandas a ser verbo, puro verbo». Es así, con esa mirada de niño travieso, con los hombros temblando y contrayéndose de risa reprimida, como me gusta recordarlo ahora. Esa complicidad, sobre todo.