miércoles, julio 28, 2010

ashbery / inédito

Llevo casi un mes leyendo y releyendo el primer volumen de Collected Poems de John Ashbery editado por Library of America. Un libro compacto, impreso en papel biblia, poco más de mil páginas que recogen toda la poesía publicada por Ashbery entre 1956 y 1987 (es decir, entre Some Trees y April Galleons, ambos inclusive) más una amplia sección de poemas inéditos, descartados o no incluidos en libro hasta la fecha. La edición (francamente modélica) corre a cargo del poeta y crítico inglés Mark Ford, que es un poco el heredero espiritual de Ashbery al otro lado del charco y que ha incluido, entre otras cosas, un cuadro biográfico bastante exhaustivo y unas notas muy razonables, sin pedanterías ni obviedades sonrojantes. No hay prólogo, por cierto. Y se agradece. El libro ya es abultado y la literatura crítica sobre Ashbery crece a ritmo exponencial desde hace años. Estoy disfrutando con esta oportunidad de sumergirme en el Mar Ashbery sin intermediarios, como si fuera un escritor desconocido al que nunca le hubiera hincado el diente. Eso sí, sigo pasando del asombro al hastío en cuestión de segundos, como hace años, lo que me hace sospechar que mi mente es menos flexible o elástica de lo que me gustaría. O que las primeras (y segundas y terceras) impresiones no son tan fáciles de corregir.

Me ha interesado mucho, por razones obvias, la sección final de Uncollected Poems: un centenar de páginas a texto corrido que incluye toda clase de materiales: poemas juveniles, experimentos, imitaciones o parodias de otros poetas, etcétera. Entre los no recogidos en libro me ha llamado la atención este «A Vase of Flowers», escrito en 1959, a la vez que escribía los collages y piezas casi automáticas que componen The Tennis Court Oath (1962), su segundo título y el más ortodoxamente experimental, escrito bajo la influencia de la vanguardia francesa y el expresionismo abstracto. Supongo que por eso «Un jarrón con flores» quedó fuera del libro, aunque vio la luz en alguna antología de la época. Un poema breve, una pequeña muestra de ese humor elusivo y paradójico que Ashbery ha practicado desde sus comienzos y que es uno de sus mayores atractivos.



Un jarrón con flores

El jarrón es blanco y sería un cilindro
si un cilindro fuera más ancho por arriba que por abajo.
Las flores son rojas, blancas y azules.

Todo contacto con las flores está prohibido.


Las flores blancas se esfuerzan hacia arriba
hacia un pálido aire de sus referencias,
empujadas apenas por las flores rojas y azules.

Si ibas a tener celos de las flores,
por favor olvídalo.
No significan nada para mí.



Trad. J. D.



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martes, julio 27, 2010

ecos

La ciudad consciente ha encontrado, cómo no, una mirada cómplice en Plasencia. Gracias, Álvaro, una vez más (y van...). También me alegra saber que las páginas introductorias del libro, escritas sin ánimo polémico pero sí con ganas de compartir ideas que me rondan desde hace tiempo, no son malinterpretadas.

jueves, julio 15, 2010

12 de 12


Se sube a lo más alto del podio y desde allí proclama a voz en grito que es el más puro, el insobornable, el que nunca se venderá por nada.

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Él sólo pone el pie donde antes ha puesto palabras, alfombrando el camino.

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Sabe tanto de tantas cosas que ha dejado de creer en nada.

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Todo lo que oye es un viento que mueve sus orejas. Así se abanica.

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El mundo se estrella contra su frente, y los fragmentos le sirven de palabras.

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Sólo teniendo miedo, evitando y esquivando ciertas cosas por temor, le fue posible hallar el camino a casa.

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Robó el hilo con que zurcieron nuestros cuerpos y lo cortó en pequeños fragmentos: eran palabras.

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Recorta cada una de sus frases hasta encajarla exactamente en el espacio de una huella.

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El buen escritor sólo pone una condición para jugar: que la baraja esté incompleta.

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Esos dientes que asoman, temblorosos, cuando ríe a carcajadas, como una sierra que se abriera paso ciegamente hacia el futuro.

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De pronto, en el carril de la línea, una idea se aparta por sorpresa y comienza a adelantar a sus palabras.

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Nunca llegarás a nada, le dicen fugazmente antes de alejarse, arrastrados por la multitud.


© Jaspers Johns, Summer (1985)

martes, julio 13, 2010

convergencias 3

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Yo me callo, yo espero
hasta que mi pasión
y mi poesía y mi esperanza
sean como la que anda por la calle;
hasta que pueda ver con los ojos cerrados
el dolor que ya veo con los ojos abiertos.


Antonio Gamoneda, de Exentos I (1959-1960)


Por otra parte, el poeta se ve empujado a decir la verdad. «¿Cómo debe expresarse la verdad?», se pregunta Gwendolyn Brooks. La verdad importa. Acertar importa. El consejo del realista es: abre los ojos y mira. Los defensores de la imaginación aconsejan: cierra los ojos para ver mejor. Hay una verdad que se percibe con los ojos abiertos y otra a la que se accede con los ojos cerrados, y a veces estas dos verdades no se reconocen cuando se cruzan por la calle.

Charles Simic, cap. 23 de Una mosca en la sopa (A Fly in the Soup. Memoirs, 2002)
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viernes, julio 09, 2010

dale sombra


Refugiarse en las palabras que uno escribe es tan inútil, o tan absurdo, como buscar la protección de la propia sombra cuando el sol arrecia. Las palabras son también una emanación de ti, algo que desprendes según la inclinación y altura del sol (muchas veces infernal) que las motiva: tus palabras son tan poco tuyas como tu sombra, y tan incapaces como ella de confortarte o acogerte en su seno. Porque no hay seno donde recogerse. Estas palabras que ahora dices son planas, velos con que envuelves y remarcas, pura superficie o proyección que fluye sobre el mundo mientras la noche espera.
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miércoles, julio 07, 2010

tom clark / poema


las nuevas emociones diminutas
lo dejaron sin duda todo claro
a una luz engañosa
y los mechones de una amada
formando un cuello que presiona
para extinguir la pasión de la sangre
el otoño estricto del ojo


el plumaje del intelecto yace empapado
en heces y sangre
oh haya, desata tu hoja, pues al fondo
de su amarillo
el tilo meloso yace dormido
y una sombra de plomo
sella los párpados de sus ovejas

y el indulto repica igual que pegamento
ningún despertar
ahora el rico cerezo

ahora toda la primavera y los árboles otoñales



trad. J. D.


Hace tiempo, creo que por diciembre de 2008, dediqué una entrada inquieta o inquietante al poeta norteamericano Tom Clark (1941). Las noticias que me llegaban lo situaban al borde del desahucio: gravemente enfermo, carecía de seguro médico y pronto se quedó sin fondos para pagar su tratamiento, por lo que sus amigos decidieron organizar una colecta para ayudarle. Parece que aquellos problemas de salud han remitido y que Clark está de nuevo en acción, como atestigua su estupendo blog.

No es fácil encontrar ejemplos de la poesía reciente de Clark; la mayor parte de su obra está dispersa en ediciones marginales, casi subterráneas (a excepción, claro está, de la que va publicando mal que bien en la bitácora), y mi conocimiento de su escritura se basa todavía en los sorprendentes poemas que Donald Hall incluyó en Contemporary American Poetry, la antología de Penguin de la que ya he hablado en otras ocasiones. Este poema es uno de ellos. Hice un borrador de traducción hace mucho tiempo, creo que diez años o más, y sólo ahora he podido corregirlo y dejarlo a mi gusto. Este calor africano impide casi pensar (de ahí, en parte, mi silencio de estos días), pero a veces la mente se ordena lo justo y consigue atar algún cabo suelto. Más que nada, yo destacaría del poema ciertos versos memorables, como el que cierra la primera estrofa, y el tono entre lúdico y dramático, en el que se adivina una veta de amenaza, de alarma pegajosa. Lo que me encanta, en cualquier caso, es que al volver a él después de diez o quince años recuerdo perfectamente (y suscribo) las razones por las que me gustaba.

jueves, julio 01, 2010