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lunes, junio 27, 2022

1000: fragmento, de marta agudo

 


 

Aunque Fragmento es su primer libro de poemas publicado, Marta Agudo (Madrid, 1971) ha desarrollado ya una sólida labor crítica, lo mismo en el ámbito académico que en revistas literarias como Qué leer, Quimera y Turia. No es casual, desde luego, que su trabajo creador se haya desplegado hasta el momento en las dos modalidades de escritura que concitan su interés como estudiosa: el fragmento y el poema en prosa. Es un síntoma de que estamos ante una poeta madura, consciente de su oficio, que conoce en forma íntima los resortes y resistencias de los géneros que practica. Fragmento es un primer libro, pero no un libro primerizo, pues hallamos en él un mundo y un lenguaje muy personales, conjugados con sabiduría y rigor compositivo.

 

Conjunto de sesenta poemas breves que combinan la interrogación existencial, la sentencia gnómica, la imagen rotunda y la reflexión metapoética, Fragmento se inscribe no sin tensiones en la estética minimalista que ha cultivado, entre sus contemporáneos, Ada Salas. Lejos del tono neorromántico de la poeta extremeña, Marta Agudo opta por actualizar la tradición emblemática del barroco, subrayando la materialidad del lenguaje y el valor iconográfico del poema. La cita de Góngora que abre el libro («… ¡Oh cuánto yerra / delfín que sigue en agua corza en tierra!») señala, pues, no sólo el conflicto o desencuentro existencial que lo nutre sino también su matriz retórica: poemas de dicción apretada, volcados hacia dentro, sujetos a una voluntad de despojamiento que, lejos de aligerar los versos, los anuda aún más sobre sí mismos. Así lo entiende la autora en un espléndido poema que hace de comentario del propio libro:

 

Vértebra a vértebra yergues el discurso,

geometría del verbo

en verso suspendida.

Ni ebrio origen ni trazo rebosante.

 

Estos versos nos introducen en uno de los motivos recurrentes de esta poesía: el cuerpo y cada uno de los elementos (carne, piel, hueso, vértebra, costilla, osamenta, etcétera) que lo conforman. El cuerpo es, claro está, el poema, su lenguaje latiente y sensible como la carne, en equivalencia que evoca la exaltación unamuniana de la materia verbal y que nos lleva, en última instancia, a la dicción omnívora y retorcida de la poesía barroca. Pero es también un símbolo inmediato y sugestivo del carácter transitorio y vulnerable de la existencia, expuesta a las vejaciones del tiempo, el dolor y el miedo. Este símbolo comparece en imágenes de corte expresionista que remiten, como mínimo, a ciertas vetas de la iconografía cristiana: «Cuerpo / curtido por el aire. / / Coraza desnuda / que apacienta / el vértigo infantil / de sus costillas». La estilizada figuración de estas líneas parece un comentario al pie de ciertas obras de Tàpies o Anselm Kiefer, igualmente empeñados en combinar, bajo el influjo del expresionismo, las exigencias en apariencia contrapuestas del símbolo y la materia. Así lo confirma otro poema («Pudiera la piel / –telón prendido a la derrota– / su anhelo librar / en osamenta») que expresa con oblicuidad el deseo de estasis del cuerpo vejado, su ansiedad por escapar a su condición mortal ingresando voluntariamente en la muerte.

 

Marta Agudo ha ordenado Fragmento siguiendo un criterio que contrarresta en parte la autonomía ensimismada de los poemas, y que consiste en repetir una de las palabras del último verso en el primer verso de la pieza siguiente. El libro, pues, toma la forma de una cadena que abre los textos y los pone a dialogar entre sí, como eslabones que trazan un itinerario de aserciones y preguntas entre los polos complementarios de mundo y conciencia: el poema inicial («Mundo preñado, / amaneces. / Humedad alargada de los siglos») inaugura un aprendizaje vital que culmina en el agotamiento exasperado del ser: «Argamasa celeste, / / no irradies más espacio / a la conciencia». Por el camino, el yo que se vislumbra en estas páginas traza el arco de sus herencias y descubrimientos, y sobre todo constata la dureza impiadosa del «oficio de vivir». Todo el tranco inicial del libro, recorrido por un hondo pesimismo, ofrece una visión escéptica de nuestra libertad y nos describe condenados a expiar un pasado que no fue el nuestro pero que rige nuestras vidas: «Por el borde curvo de la tierra / caen los ausentes / transformados en dios». Este dios del pasado, esta herencia interminable cuyo alcance preciso se nos escapa, está detrás de nuestros gestos y decisiones: «Has heredado el ser: / / la carne en su centella, / el salmo por rencor, / la tierra y su hendidura».

 

Hay un verso de Wordsworth que podría muy bien servir de epígrafe a Fragmento: «El mundo está en exceso con nosotros». Ese mundo «preñado» que amanece en el poema inicial levanta la escena de una existencia doliente, angustiada, que ve multiplicados sus temores al no hallar razón que los sustente: «Criminal sin rastro ni pregunta: / el cuenco ampuloso de los días». El verdadero temor siempre es infundado, y el paso del tiempo no hace sino corroborar su poder, obligando al yo a hacer balance (sin éxito) de sus renuncias: «Y el ser: / madriguera incapaz de tanta pérdida». Una y otra vez, en estos poemas, nos hallamos frente al «páramo frontal» de una agonía que a fuerza de sentirse termina presintiéndose en cada signo, sin que el recuerdo pueda conceder más que un remedo de alivio: «Ave sin cielo / o vuelo imaginario. / Parca memoria, / si fuera posible conjugarte». Queda sólo la fugaz visita del placer («por si la carne fraguase una verdad») o el juego con las palabras donde se remansa, por un instante, «la madeja sin fin» de la existencia.

 

La angustia existencial que recorre las páginas de Fragmento sortea en todo momento las trampas del exhibicionismo confesional y se nos muestra en frío, prendida a una materia verbal tan densa como reticente. El empleo del «tú monológico» (el yo que habla de sí mismo en segunda persona), tan habitual en Cernuda y Valente, contribuye a esta impresión de distanciamiento de los poemas, que a menudo, tal es su brevedad y trabazón, no parecen sino esquirlas desgajadas de un conjunto superior. De ahí el título del conjunto: todo queda como apuntado, sugerido apenas, en un idioma de puntos y trazos que deja vislumbrar, al fondo, el magma emotivo que lo sustenta. Marta Agudo ha escrito un hermoso y necesario primer libro, que no se engaña ni engaña al lector en su intento de forjarse un idioma que haga sentido con la ausencia de sentido.

 

 

 

[Esta reseña se publicó, con ocasión de la primera edición de Fragmento (Salamanca, CELYA, 2004), en la revista Turia, 70 (junio-octubre 2004), pp. 376-378. Se incluyó luego en Jordi Doce, Las formas disconformes. Lecturas de poesía hispánica, Madrid, Libros de la Resistencia, pp. 216-219. La republico ahora para dar cuenta de la reedición del libro en Ediciones Godall, con epílogo de Julieta Valero, Barcelona, 2022.]

 


lunes, enero 24, 2022

cuerpo elocuente

 

 

Julieta Valero, Mitad, Madrid, Vaso Roto Ediciones, 2021, 122 páginas.

 

 

La publicación el año pasado de Niños aparte (Caballo de Troya) hizo pensar a muchos lectores de Julieta Valero (Madrid, 1971) que la sustancia narrativa de sus primeros poemarios había migrado a la prosa, configurando un relato de relatos en el que encontrábamos muchas de sus marcas temáticas y de estilo: esa lengua propia, extrañamente barroca y austera a la vez, que se interrogaba sobre los vínculos familiares y sentimentales, las vetas de la propia identidad, la fuerza de la pertenencia, el asombro de ser y estar en el mundo…

 

Y es que Mitad ahonda en el proceso de condensación y despojamiento que Valero ya inició en Los tres primeros años (2019), también en Vaso Roto. El decir, aquí, se ha vuelto corto y erizado, hecho de fulguraciones y transiciones rápidas, rupturas sintácticas y esos neologismos tan suyos de estirpe vallejiana. Los 104 poemas que componen el libro (dividido en tres partes más una coda: «Frontal», «Cuerperio» y «Mitad») arrancan en una clave sentenciosa («La intemperie que esto es. La casa que esto es»; «No somos de lo que queda somos / de lo perdido) que no tarda en complicarse y hacerse maleable con preguntas, apartes, la inserción de la oralidad y el uso de ciertas imágenes («Una luz en el esternón que / me pone de pie me ahoga») que no son estrictamente sinestésicas, sino el modo en que la autora busca borrar cualquier traza de dualismo, reparar la brecha cuerpo/mente y devolver la primacía al instinto, la inteligencia implícita de la sangre.

 

Porque no nos engañemos. Aunque esta poesía haya reducido su componente narrativo, aquí se sigue contando una historia; y la historia de Mitad es justamente el trauma de la pérdida y la separación, el duelo que sigue a la ruptura, pero también el diálogo con la hija («Una demanda de ser que / no soy yo pero sabe / mi nombre»), el aprendizaje de la maternidad y el abanico de emociones que despierta (alegría, sorpresa, culpa, incertidumbre…). Y detrás, como telón de fondo, el imán del deseo y la plenitud erótica, la búsqueda legítima de la felicidad: «no olvides que tú y yo / sabemos también prosperar hacia el cielo».

 

La escritura en Mitad es a la vez franca y perspicaz, cálida y desafiante. Lo exige no sólo el carácter voluble de la vida, sino también «esta distancia por recorrer» que cierra el libro con hambre de futuro. O lo que es lo mismo: sin cerrarse a nada.

 

 

Versión extensa de la reseña publicada en La Lectura de El Mundo, 14 de enero de 2022.


lunes, abril 19, 2010

julieta valero / autoría

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El pasado jueves 15 de abril presentamos en el Círculo de Bellas Artes de Madrid Autoría (Barcelona, DVD Ediciones, 2010), el espléndido nuevo libro de Julieta Valero (Madrid, 1971). Julieta tuvo la generosidad de invitarme a decir unas palabras sobre su trabajo, y esto es lo que logré escribir, maquetado con su proverbial elegancia por el webmaster de DVD Ediciones, el poeta y traductor Juan Manuel Macías. Lo he titulado «La salud de los pronombres», pero también podría llamarse «La salud de las palabras»; pocos libros de nuestra poesía reciente tienen su frescura, su sana insolencia y su verdad.