miércoles, octubre 29, 2008

reproche

Todo lo que escribe son cartas al que fue, al que será, al que quisiera ser: cualquier cosa menos hablar con quien es.

partida nocturna

Cada noche juegan al ajedrez. Terminan durmiéndose, pero siguen con la partida en sueños. El primero que despierta pierde.

martes, octubre 28, 2008

el "rinoceronte" de durero


Así concibe a este animal: triste
y peligroso, y tan distinto de sí mismo
que le añade armadura y otro cuerno
para hacerlo creíble.
..............................Criatura que conoce de oídas,
vacila al borde mismo de la geometría
o evoca El caballero, la muerte y el diablo;

y ser preciso es menos de lo que pretendió
al tomar pluma y tinta, nombrar las partes
y esbozar sombras deliberadas en el cráneo
y vientre, como las grietas de oscuridad
en el plumaje de las alas de un ángel.

No llegó a conocer la bestia de primera mano
sino que la ensayó a partir de un apunte
o el recuerdo borroso de un tercero;
y aunque sin duda oyera que el barco donde navegaba
había zozobrado, no pensó en dibujar
su pausada caída en el agua asfixiante,
alzando la cabeza para entrever la luz salvaje
de la creación divina, encerrada entre cielo y sal.

John Burnside

trad. J.D.

lunes, octubre 27, 2008

leonard cohen / cuatro poemas


Visto el éxito (siempre relativo, claro está) que han tenido los tres poemas de Leonard Cohen que colgué la semana pasada, repito la operación y cuelgo cuatro más, en un tono bastante más irónico (aunque la melancolía nunca está muy lejos). Creo que os gustarán.

La foto es espléndida, por cierto. Tengo la sensación de que fue tomada en Grecia en algún momento de los años sesenta, pero no me hagáis mucho caso. La he sacado de una página web, pero no he encontrado ni rastro de su autor.


ME PREGUNTO CUÁNTA GENTE EN ESTA CIUDAD

Me pregunto cuánta gente en esta ciudad
vive en cuartos amueblados.
De noche, cuando contemplo
ante mí los edificios
juraría que veo un rostro en cada ventana
mirándome,
y cuando me vuelvo
me pregunto cuántos regresan a sus mesas
y escriben esto.


LA MÚSICA SE NOS INSINUÓ

Quisiera recordar
a la dirección
que las bebidas están aguadas
y la chica del guardarropa
tiene sífilis
y la banda está compuesta
por antiguos monstruos de la SS
Sin embargo ya que es
Nochevieja
y tengo cáncer de labios
me pondré el
sombrero de papel en mi
magulladura y bailaré


ME GUSTARÍA LEER

Me gustaría leer
algunos de los poemas
que me llevaron a la poesía
no recuerdo una línea
ni tan siquiera una pista

Lo mismo
ocurrió con el dinero
las chicas y las conversaciones de madrugada

Dónde están los poemas
que me llevaron
lejos de lo que amaba

hasta llegar aquí
desnudo con la idea de encontrarte


QUÉ HAGO AQUÍ

No sé si el mundo ha mentido
Yo he mentido
No sé si el mundo ha conspirado contra el amor
Yo he conspirado contra el amor
Que exista la tortura no es un alivio
Yo he torturado
Incluso sin la nube atómica
yo habría odiado
Escuchad
yo habría hecho lo mismo
aunque no hubiera muerte
no seré sostenido como un borracho
bajo el frío grifo de los hechos
niego la coartada universal

Como una cabina de teléfono vacía
revivida en la memoria
como los espejos de una sala de cines al salir
como una ninfómana que une a miles
en extraña hermandad
espero
una a una vuestras confesiones

trad. J.D.

jueves, octubre 23, 2008

lectura de Kunze

Por cierto, para los que no pudisteis estar en la lectura de Reiner Kunze de hace tres semanas, el CBA ofrece la posibilidad de escuchar en su página web al poeta alemán, acompañado en esta ocasión de Jaime Siles, que lee sus traducciones españolas. Aquí está el enlace.

unas líneas de northrop frye

Otelo no era más que una farsa sangrienta según los criterios teatrales del sagaz y erudito Thomas Rymer. Rymer tenía toda la razón, dentro del límite impuesto por sus criterios; es como la gente que dice que Blake estaba loco. Uno no puede refutarlos; uno simplemente pierde interés en su concepción de la cordura... Me pregunto si estamos ante juicios críticos o, por el contrario, ante simples aberraciones de la historia del gusto.

miércoles, octubre 22, 2008

simic dixit

Un crítico reciente ha enumerado lo que define como «el lexicón» de la poesía reciente. Las palabras que se repiten con más frecuencia son: alas, piedras, silencio, aliento, nieve, sangre, agua, luz, huesos, raíces, joyas, vidrio, ausencia, sueño, oscuridad. Su acusación es que estas palabras son utilizadas con fines puramente ornamentales. No se le ocurre al crítico que estas palabras puedan tener una vida intensa para una mente de inclinación imaginativa e incluso filosófica.

de Charles Simic, Fantásticas palabras, silenciosa verdad (Notas 1975-1985)

martes, octubre 21, 2008

las afueras


DOMINGO EN GLASTONBURY

Sucede en las afueras,
en la fragilidad de los suburbios,
donde la luz parece clarear
a través de los muros.

Mis zapatos se yerguen sobre el suelo
como tumbas abiertas.

Las cortinas no saben qué pensar,
pero son obedientes.

¡Qué extraño que piense en la India!
La riqueza no es más que ausencia de gente.

Robert Bly
trad. J.D.

lunes, octubre 20, 2008

leonard cohen / tres poemas


Revisando antiguos cuadernos (la clásica maniobra de despiste cuando no tengo la cabeza para escribir), encuentro algunos poemas del maestro Cohen que traduje hace lo menos diez años. Me fascinan estos pequeños poemas, escritos en la época en que trabajaba en su primer disco: su ternura, su ironía, su brevedad punzante y a la vez hospitalaria. Ojalá os gusten (hay más, ya los iré colgando en los próximos días).



POEMA

He oído hablar de un hombre
de voz tan bella
que si tan sólo dice sus nombres
las mujeres se entregan a él.

Si permanezco mudo junto a tu cuerpo
mientras el silencio florece como un tumor en nuestros labios
es porque oigo a un hombre subir las escaleras
y aclarar su garganta tras la puerta.



CANCIÓN

Casi me fui a la cama
sin recordar
las cuatro violetas blancas
que puse en el ojal
de tu jersey verde

y cómo te besé entonces
y tú me besaste
tímida como si nunca
hubiera sido tu amante



REGALO

Me dices que el silencio
se encuentra más cerca de la paz
que los poemas
pero si de regalo
te trajera silencio
(pues conozco el silencio)
dirías
Esto no es silencio
sino otro poema
y me lo devolverías.
.

sábado, octubre 18, 2008

día de excursión

Cuando se internó en el bosque, no supo qué dirección seguir. Todas las sendas le parecían igual de prometedoras hasta que, para su alivio, encontró flechas talladas en la corteza de los árboles indicando el rumbo. Pisó la tierra alegremente. Aún sonreía cuando, días más tarde, le encontraron muerto con una flecha en la garganta.

viernes, octubre 17, 2008

por cierto

No te hagas ilusiones, escribir tampoco te permitirá salirte con la tuya.

*

¡Que también en el cielo haya jerarquías!

*

Palabras que no comprenden del todo lo que significan.

*

Sólo sabía decir una frase. Pero ¡qué habilidad para que nunca sonara fuera de lugar!

*

Verdades como puños.
Hazte a un lado, no cedas a la provocación.

*

El que sólo abre su puerta para ver pasar entierros.

*

Bailar, vencer al aire en su terreno.

viernes, octubre 10, 2008

norte y sur

Pelayo Ortega
Tarde de otoño en la playa de San Lorenzo,1989
Carboncillo y pastel / papel, 50 x 65 cm.


Hay algo en esta luz, en el sesgo tenue y matizado de la luz del norte, más determinante de lo que solía pensar. A sus pies el mundo está como sumido en sus formas, guarda una grisura discreta, no llama la atención sobre sí mismo: hay que mirar largo tiempo para hacerse con él, volver una y otra vez sobre el paisaje para deslindar y encender sus formas; hay que darle, en fin, mucho de uno para que cobre vida, proyectando nuestra imaginación y nuestro deseo en un esfuerzo por disipar la oscuridad, conjurar el silencio de esa noche unánime y primordial que amenaza con invadirlo cada poco. No es como la luz violenta del sur, que estalla en múltiples y nerviosos paroxismos, que salpica los ojos y los sentidos con una insolencia juvenil que hace a un lado cualquier resistencia: los colores y las formas se nos ofrecen con impudor, compiten por nuestra atención con una ferocidad que puede ofuscar al pensamiento: todo está ahí, al alcance de la mano, basta con tomarlo y blandirlo en el aire, cantar sus alabanzas, henchirse de mediodía.

La luz del norte exige otra sintaxis, otro movimiento del pensar. No importa el turno de las estaciones: por debajo de cambios aparentes, aquí las cosas se remansan en su aparente atonía, en sus grises y verdes y ocres que atenúan las fronteras, las diferencias, y la mente las persigue con tiento insistente, con la prudencia ávida del que no desea espantarlas pero siente el imperativo de la búsqueda y la posesión: quiere hacerse un hueco entre ellas, indagar en su distancia y su misterio. El pensamiento también se remansa, discurre en una espiral que extrae cada vez nuevas conclusiones, o la misma infinitamente matizada, afinada. Y se habla con otra voz, menos brillante y decorada, llena de graves sutiles que avanzan por debajo de la melodía principal hasta alcanzar su destino. Todo lo obtenemos con esfuerzo, en una tensión activa que nos obliga a ponernos de parte del mundo, proyectando en él nuestros deseos y fantasmagorías, nuestros giros mentales y nombres privados. Para los ojos del norte, en fin, la plenitud no es un instante sino un proceso, no es la hora rigurosa y solar del mediodía sino el lento entreverarse de la conciencia y el mundo, la hora declinante del atardecer, cuando más importa arrebatar a la noche el secreto de las formas, el misterio de lo visible.

(de Fragmentos de una poética en curso)
.

jueves, octubre 09, 2008

elegía

Lo profundo es la sangre aquí dentro,
cintas y más cintas de glóbulos errantes,
discos que fluyen intramuros con lavas caudalosas,
el líquido hormigueo de las venas
como galería de espejos
donde vida y sueño se replican eternamente.
El muchacho que leía en la luz aterida del norte
sigue leyendo bajo acacias africanas
y ve cómo su sombra es su hija, la sombra de su hija.
Las palabras se hicieron savia,
nervadura,
áspera corteza bajo la cual bullían
esquinadas metamorfosis: él mismo.
Entretanto, la sangre siguió girando a ciegas,
abriendo espacio en el espacio de un cuerpo
—páramos, ciudades, dormitorios y oficinas,
demonios y esplendores.
¿Qué importa si hubo vértigo, si el baile
fue a veces aquelarre,
premonición de ruina?
Ahora sólo escucha el parpadeo de los ramos
y la carne de su carne ensanchando el presente.

Lo profundo es la luz aquí dentro.
.

miércoles, octubre 08, 2008

nuevo número de minerva

Ya está en la calle el nuevo número, el 9, de Minerva, la revista del Círculo de Bellas Artes. Está en la calle y también en la red, donde podéis acceder sin restricciones a todos sus contenidos (aunque la versión en papel, material, es muchísimo más atractiva y amena de leer; sigo sin acostumbrarme a la pantalla para disfrutar de un texto). El índice de este número 9 no puede ser más suculento: Juan Gelman, Harold Pinter, Dalton Trumbo, Lukács sobre Goethe, Kafka, Chema Madoz, entrevistas con Amos Gitai y Philippe Jaccottet y poemas de Henrik Nordbrandt, Nuno Júdice y Antonio Gamoneda, entre otros. No dejéis de ir. El enlace os lleva directamente a la sección de Voces Europeas, lo sé, pero por algún sitio hay que entrar. Hay mucha poesía en este número, hasta un puñado de breves poemas de Kafka tomados de sus cartas y diarios. Que aproveche.

miércoles, octubre 01, 2008

un poema de john burnside


LAS AFUERAS

Domingo por la tarde pasado por agua; después de la lluvia un viento bíblico riza los charcos de Station Road; por los setos que rodean el colegio femenino un trino elaborado fluye a través del húmedo aroma de las rosas, como una nueva forma de música que hubiera evolucionado del agua.

La historia espiritual de las afueras: tablas flamencas de loros y cacatúas, damascos chinos, porcelanas estilo Kraak, naturalezas muertas de especias y fruta, cochinilla, ruibarbo y jengibre importados; botellas de pepinillos y sirope de arce en mesas de cocina, helado y limones, radios sonando en cuartos vacíos, como cuando el director busca una atmósfera de suspense en una película de misterio de los años cincuenta; las afueras tienen siempre una calidad abstracta, como una frase aprendida de memoria que repetimos hasta que las palabras se vuelven mágicas.

De noche las afueras se transforman. La acción de baja intensidad que tiene lugar durante el día bajo la superficie se intensifica, como madera de mala calidad alabeándose bajo la chapa: en el jardín irrumpen zorros que hozan en cubos de basura tirados, el vacío toma forma y se aproxima desde el centro del césped, un demonio blanco que sonríe en la oscuridad, y comprendo al fin que resido en un lugar inventado cuyo único propósito es la evitación, y lo que quisiera evitar es lo que llevo conmigo, siempre.

*

Solíamos pasear por las afueras, espiando en las casas de la gente que parecía tener dinero: interiores de perfecta quietud, dueños de un orden insoportable; cuencos Imori y pianos de cola domésticos; guantes en la entrada; espejos; pinturas de barcas y paisajes; las personas, los perros falderos a los que peinaban, hasta el espacio en el centro de cada estancia no parecían sino un elemento más del mobiliario al que sacar brillo y asegurar con una póliza.

En invierno el barrio de las afueras se vuelve japonés. Es tranquilo y formal: hay mesas de piedra y criptomerias en los patios vallados, envueltos en mangas firmemente cosidas de nieve inmaculada. Algo falta, no obstante: una ausencia que sólo se llena por un tiempo con el rojo de la furgoneta de correos en el callejón, o el sonido de unos pasos haciendo crujir el hielo. Al borde del bosque, más allá de lo que puede llamarse razonablemente las afueras, en la linde ya mítica del campo, un buzón de correos se yergue entre ventadas de la misma blancura, llenado su espacio con un color y una solidez que las afueras no pueden emular.

Por tal razón, los últimos rituales verdaderos sólo suceden aquí: los habitantes de las afueras están obligados a una atención al detalle que una vez fue religiosa y que ahora carece de sentido. El barrio tiene sus propias pautas: ordenamientos de botellas en los peldaños de la puerta principal y hielo rascado en los senderos de entrada, promulgaciones de tareas y deberes, conversaciones en las verjas y en los setos, movimientos de barrido y atado, cálculos arcanos de coste y distancia. Toda esta actividad está diseñada para hacerlo parecer real –un lugar común–, pero sus residentes no pueden evitar la idea, como la idea que a veces surge en sueños, de que nada es sólido, y de que el barrio de las afueras no es más corpóreo que un espejismo en una ventisca, o las ondas temblorosas de una carretera de salida donde las manchas de gasolina se evaporan al sol.

*

El sueño recurrente es también un recuerdo: salgo del humo y el ruido de una fiesta en las afueras al frescor de un jardín que huele a lirios y hierba santa; las estrellas están cerca, frías, centelleantes, y quiero estirarme y frotar los dedos en sus puntas. Doy un paso y me subo a las ramas más altas de un manzano, a la humedad y el aroma donde una muchacha con un vestido blanco está de pie, medio en sombra y medio iluminada, perfumada de lirios, como si perteneciera al jardín y pudiera alzarse y fundirse en él a voluntad.

No hay necesidad de hablar; nos oímos mutuamente los pensamientos; fluyen juntos a través de la música y las voces, no sólo sonidos, sino también fragancias y fragmentos de visión: luces, polillas, perfumes, túneles, corrientes. Ideas a medias: la anotación de una tendencia a lo circular, una pulcritud que he conocido durante años, expresada en una extraña álgebra de topónimos y símbolos en mapas de carretera.

Pasado un tiempo, en el sueño y en el recuerdo, ella desaparece. Regreso al interior de la casa y la cocina está vacía, salvo por una ausencia donde algo acaba de ocupar mi sitio, dejando un vaso de leche a medio beber en la mesa, algún ángel de pesos y medidas que pasó por aquí y acaba de marcharse; oigo el ruido de su motor en la oscuridad, una brillante configuración de viejos dioses, Pan-Shiva, Perséfone-Ishtar, el Jano-Cristo de umbrales y encrucijadas, la huella de un niño que nunca ha entrado en casa y nunca lo hará, que permanece a la intemperie haga el tiempo que haga, que nunca ha de crecer o morir, que está siempre, en toda circunstancia, jugando fuera.

*

A última hora de la tarde, la gente en casa; zarpas gatunas de luz en las hojas del melón dulce, aspersores activándose y siseando en céspedes desiertos. A una milla de distancia, la estación de tren en desuso está sepultada entre parras y laurel cerezo, medio entregada al bosque, como un templo erigido a un dios casi olvidado; a media milla en la dirección contraria, cruces y ángeles de piedra se yerguen cubiertos de líquenes de camposanto, las ágiles serpientes musculosas están envueltas en hiedra, el agua gotea todo el anochecer de un caño oxidado; es otra forma del mismo verdor, más inmóvil y familiar, pero aquello que lo embellece es aquello que lo vuelve peligroso, como el espíritu de un estanque de peces que prende en llamas y mancilla a nuestros hijos.

A veces me seduce su identidad más primitiva: un lugar donde puedo cultivar plantas; una cocina caliente donde puedo sentarme sin ser molestado, esperando la leche y el correo, mientras el sol se alza detrás del manzano y tejidos de agua desbordada discurren por la hierba más allá de mis fronteras. A veces su sencillez es un engaño: la distancia llega en una hebra de aroma fresco entre dos cortinas, y pienso que ya estoy presente en otro lugar después de una suerte de viaje, como si se pudiera viajar a un destino que no sea éste, las afueras, donde todo está implícito: ciudad, polígono industrial, parada nocturna, bosques que emergen de entre la bruma como recién creados, lo mismo que esas flores de papel japonesas que se abren en el agua, carreteras secundarias de noche donde, por un momento, un susurrar de alas pasa muy cerca en la oscuridad, seguido de un tirón de silencio, la sensación de campos de espigas moviéndose al viento, y más allá una lámpara en una ventana donde alguien ha estado sentado toda noche, bebiendo té, recordando algo así.

*

Las afueras acumulan accidentes: libros sobre topología o nomadismo que parecían interesantes en la tienda; jardines descuidados de menta y buglosa; cobertizos llenos de fragmentos de arcilla y harapos coagulados, como el suelo de una tumba egipcia. Densos y oscuros licores permanecen años bajo las tapas de botes de mermelada y botellas de limonada, como recetas de cuentos de hadas para la invisibilidad o el amor.

El lugar no es importante; aun si los detalles son seductores, la noche es lo que importa: la constante de la noche en Chantilly o Cherry Hinton, una noche que podría poblarse con criaturas de Grunewald o Richard Dadd pero que se revela, en cambio, como una hermandad siniestra y juguetona de objetos cotidianos: céspedes mojados, setos en penumbra, gatos que caminan por el borde de los muros y carpas gordezuelas y silenciosas en estanques que parecen pintados por Hiroshige; el aroma del tabaco de Virginia, el dulzor de mi propia boca, una calidez moviéndose en mi piel, una sensación en mi cuero cabelludo de estar emergiendo, ahora y siempre, a la superficie del instante.

Me despierto de noche y oigo a alguien moverse en la oscuridad, cerca de la cama, o veo, con bastante claridad a la luz de la luna, a un delgado, malicioso o alegre niño que una vez fue mío pero que ahora se ha ido a colaborar con el ser de esos ángeles carroñeros que embrujan las afueras, indiferentes a la noción de que este espacio, con sus puertas cerradas con llave y sus persianas bajadas, pertenece a mi sencilla idea de orden, que no es más que una noción de riesgo valioso y calculable.


de Common Knowledge (Conocimiento comunal; Secker & Warburg, 1991)

trad. J.D.