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viernes, noviembre 28, 2008

el fantasma del traductor

A menudo asocio ciertas traducciones a las imágenes mentales que presidían mi trabajo. Mi recuerdo de la traducción de Los césares, de Thomas de Quincey, por ejemplo, está ligado a una calle de Oxford por la que pasaba ocasionalmente de camino a la Taylor Institution, hace exactamente diez años. Una y otra vez, mientras rescribía a De Quincey, primero a mano en la libreta y luego en la pantalla del ordenador, pensaba en aquella calle, me situaba en uno de sus tramos, retenía su atmósfera, su juego de luces y sombras: una calle patricia y silenciosa, de fachadas de arenisca con puertas pintadas de colores vivos y escaleras siempre húmedas donde los estudiantes recostaban sus bicicletas. Se trataba, sin duda, de un truco de la mente para guardar fuerzas y favorecer la concentración; una forma de prevenir distracciones y blindarme contra mi entorno inmediato. Sin embargo, ahora pienso que era algo más: yo estaba realmente ahí y realizaba mi trabajo en ese tramo concreto de calle; mi otro yo, a la búsqueda de una atmósfera más propicia, había terminado regresando a Oxford, tal vez porque allí había traducido a De Quincey por primera vez y una vaga superstición le vinculaba a aquel lugar. Yo era mi fantasma, y el fantasma era el traductor.

jueves, agosto 17, 2006

un nuevo libro de thomas de quincey


La imagen de hoy corresponde a uno de los libros que he traducido recientemente. Se trata, en concreto, de Cenas reales y presuntas, de Thomas de Quincey, que ha visto la luz hace pocos meses en la editorial asturiana Trea. En realidad, como sabe cualquiera que conozca un poco la obra de De Quincey, no se trata de un libro en el sentido estricto del término, sino de uno de esos artículos extensos que el autor de El comedor de opio publicaba por entregas en alguna revista mensual de la época. En este caso, De Quincey se embarca en una fabulosa digresión sobre los hábitos y horarios de las comidas en la Antigua Roma. Por desgracia, y aunque el libro es una muestra más del humor sutil y alambicado de su autor, en muchas librerías ni siquiera lo sitúan entre las novedades literarias, sino que aparece alojado en la sección de gastronomía (no en vano ha visto la luz en una colección que se llama La comida de la vida). Me temo, pues, que los lectores fervorosos que De Quincey tiene en España (y no son pocos, a juzgar por las continuas reediciones de sus libros clásicos) no se han enterado en muchos casos de su existencia. De ahí, en parte, esta nota.

Copio a continuación el texto de contraportada:

Publicado originalmente como ensayo en 1839, Cenas reales y presuntas es un irónico y divertido relato de la evolución de las costumbres gastronómicas de la Antigua Roma. Thomas de Quincey, uno de los grandes prosistas de la literatura inglesa moderna, despliega en estas páginas una escritura brillante, erudita y festiva a fin de demostrar, con el humor y la sorna que le son propios, que los romanos, «los más ociosos de los hombres», no eran un pueblo atacado por el vicio de la gula, como se nos ha insinuado en tantas ocasiones, sino que, muy al contrario, estaban condenados a pasar sus días en ayunas hasta que llegaba la hora de la cena, esa gran reacción o «contrapeso» que «salva al hombre moderno de volverse loco». Cenas reales y presuntas, así, evoca con tono ligeramente burlón así el mundo de la Antigüedad romana para reivindicar las virtudes y ventajas de la cena galante, cuyos efectos benéficos, a juicio de su autor, son los únicos capaces de responder cabalmente a las tensiones de la vida cotidiana. Pues, como afirma en una de las páginas finales de este delicioso librito, sin «el dulce alivio de la cena de las seis de la tarde, el dulce proceder que sucede al tumulto estrepitoso de la jornada, el tenue resplandor de las luces, el vino y la conversación intelectual, los nervios de todos los hombres naufragarían en un plazo de dos años».

Para más información sobre el libro y la colección en que ha aparecido podeis pinchar aquí.