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jueves, febrero 04, 2016

shakespeare / un monólogo

 
Habla Lady Ana

[Ante el féretro del rey Enrique VI]
Dejad, dejad aquí por un instante
vuestra honorable carga,
si es que puede guardarse el honor en un féretro,
mientras lloro con lágrimas dolientes
la temprana caída del virtuoso Lancaster.
¡Triste imagen de un rey sagrado,
fría mortaja!
¡Apagadas cenizas de la casa de Lancaster!
¡Resto pálido, exangüe, de una sangre real!
Séame concedido, al invocarte,
que tu espíritu escuche los lamentos de Ana,
la pobre esposa de tu Eduardo apuñalado,
del hijo a quien mató la mano misma
que infligió estas heridas…
Mira, en estas ventanas por las que huyó tu aliento
vierto el bálsamo estéril de mis ojos.
¡Yo maldigo la mano que sembró estos surcos funestos!
¡Maldigo el alma desalmada que lo hizo!
¡Y maldigo la sangre que desangró tu cuerpo!
Un sino más terrible tenga ese miserable
que trajo la miseria con tu muerte
del que merecen víboras y arañas,
sapos y sabandijas…
Si alguna vez engendra un hijo
que sea un monstruo,
un niño prematuro, tan vil y contrahecho
que su madre anhelante se asuste no más verlo,
¡y la maldad sea su herencia!
Si alguna vez encuentra esposa
que sufra más desdicha cuando él muera
que yo por vuestra muerte…
Llevad, pues, hasta Chertsey vuestra sagrada carga,
que salió de San Pablo para hallar sepultura;
y, tan pronto sintáis el peso del cansancio,
haced un alto, mientras lloro el cadáver del rey.


Ricardo III, Acto 1, Escena II, vv. 1-32.


Versión de J. D.




Uno de los proyectos con los que más disfruté el año pasado fue el trabajo de edición de la Agenda 2016 de Vaso Roto Ediciones, dedicada por razones obvias a William Shakespeare, de cuya muerte (por si no se habían enterado) se cumplen ahora cuatrocientos años. De ella han hablado en sus bitácoras respectivas Eduardo Moga y Antonio Rivero Taravillo, dos autores de la editorial que se animaron a colaborar con otros nueve poetas-traductores españoles y mexicanos (Andrés Catalán, Jeannette Clariond, Elsa Cross, Luis Alberto de Cuenca, Julián Jiménez Heffernan, Pura López Colomé, Tedi López Mills, José Luis Rivas, Julio Trujillo y un servidor). Se trataba de traducir un fragmento emblemático del Bardo, a ser posible uno de los muchos monólogos memorables que integran su obra dramática y que nos siguen seduciendo por su enorme lucidez, su penetración psicológica y su riqueza verbal. Aquí comparecen las invectivas rabiosas de Lear, la duda disolvente de Hamlet, la alucinación insomne de Macbeth, la arenga de Enrique V, las mil y una caras de Ricardo III (el gran malvado de este elenco), etcétera…

Yo me reservé el soliloquio de Lady Ana, ese momento, al comienzo de Ricardo III (1592), en el que la ilustre dama contempla el cadáver de Enrique VI y maldice a lengua suelta al jorobado Ricardo, villano de villanos. Es una tirada notable por su brillo retórico y la furia feroz de sus insultos e imprecaciones. Claro que todo sería más convincente si Shakespeare no la rematara con ese no menos célebre encuentro en el que el mismo Ricardo corteja con falsos pretextos a Lady Ana y logra que ella acepte su propuesta de matrimonio… uno de los giros argumentales más sorprendentes y hasta incomprensibles de su teatro. En cualquier caso, la maldición de Lady Ana está entre los puntos álgidos de esta obra y demuestra una vez más (por si cupieran dudas) que la rabia puede ser un combustible literario de primer orden.