Habla Lady Ana
[Ante el
féretro del rey Enrique VI]
Dejad,
dejad aquí por un instante
vuestra
honorable carga,
si
es que puede guardarse el honor en un féretro,
mientras
lloro con lágrimas dolientes
la
temprana caída del virtuoso Lancaster.
¡Triste
imagen de un rey sagrado,
fría
mortaja!
¡Apagadas
cenizas de la casa de Lancaster!
¡Resto
pálido, exangüe, de una sangre real!
Séame
concedido, al invocarte,
que
tu espíritu escuche los lamentos de Ana,
la
pobre esposa de tu Eduardo apuñalado,
del
hijo a quien mató la mano misma
que
infligió estas heridas…
Mira,
en estas ventanas por las que huyó tu aliento
vierto
el bálsamo estéril de mis ojos.
¡Yo
maldigo la mano que sembró estos surcos funestos!
¡Maldigo
el alma desalmada que lo hizo!
¡Y
maldigo la sangre que desangró tu cuerpo!
Un
sino más terrible tenga ese miserable
que
trajo la miseria con tu muerte
del
que merecen víboras y arañas,
sapos
y sabandijas…
Si
alguna vez engendra un hijo
que
sea un monstruo,
un
niño prematuro, tan vil y contrahecho
que
su madre anhelante se asuste no más verlo,
¡y
la maldad sea su herencia!
Si
alguna vez encuentra esposa
que
sufra más desdicha cuando él muera
que
yo por vuestra muerte…
Llevad,
pues, hasta Chertsey vuestra sagrada carga,
que
salió de San Pablo para hallar sepultura;
y,
tan pronto sintáis el peso del cansancio,
haced
un alto, mientras lloro el cadáver del rey.
Ricardo III, Acto 1, Escena II, vv. 1-32.
Versión
de J. D.
Uno
de los proyectos con los que más disfruté el año pasado fue el trabajo de edición
de la Agenda 2016 de Vaso Roto Ediciones, dedicada por razones obvias a William
Shakespeare, de cuya muerte (por si no se habían enterado) se cumplen ahora
cuatrocientos años. De ella han hablado en sus bitácoras respectivas Eduardo Moga y Antonio Rivero Taravillo, dos autores de la editorial que se animaron a
colaborar con otros nueve poetas-traductores españoles y mexicanos (Andrés
Catalán, Jeannette Clariond, Elsa Cross, Luis Alberto de Cuenca, Julián Jiménez
Heffernan, Pura López Colomé, Tedi López Mills, José Luis Rivas, Julio Trujillo
y un servidor). Se trataba de traducir un fragmento emblemático del Bardo, a
ser posible uno de los muchos monólogos memorables que integran su obra
dramática y que nos siguen seduciendo por su enorme lucidez, su penetración psicológica y
su riqueza verbal. Aquí
comparecen las invectivas rabiosas de Lear, la duda disolvente de Hamlet, la
alucinación insomne de Macbeth, la arenga de Enrique V, las mil y una caras de
Ricardo III (el gran malvado de este elenco), etcétera…
Yo
me reservé el soliloquio de Lady Ana, ese momento, al comienzo de Ricardo III (1592), en el que la ilustre
dama contempla el cadáver de Enrique VI y maldice a lengua suelta al jorobado
Ricardo, villano de villanos. Es una tirada notable por su brillo retórico y la
furia feroz de sus insultos e imprecaciones. Claro que todo sería más
convincente si Shakespeare no la rematara con ese no menos célebre encuentro en
el que el mismo Ricardo corteja con falsos pretextos a Lady Ana y logra que
ella acepte su propuesta de matrimonio… uno de los giros argumentales más
sorprendentes y hasta incomprensibles de su teatro. En cualquier caso, la
maldición de Lady Ana está entre los puntos álgidos de esta obra y demuestra una
vez más (por si cupieran dudas) que la rabia puede ser un combustible literario
de primer orden.