
Uno de los rasgos más célebres de la poesía de James Wright son los títulos de muchos de sus poemas, larguísimos, casi tan sugestivos o deslumbrantes como los poemas mismos. (Digo muchos porque «Mineros», que colgué hace unas semanas, es más bien un ejemplo de lo contrario.) Algunos, como «Tendido en una hamaca en la granja de William Duffy, en Pine Island, Minnesota», son simples acotaciones escénicas; otros, como el del poema que traigo hoy a esta bitácora, parecen una mezcla de Whitman y Apollinaire, con un aire entre rapsódico y chistoso que allana el camino y nos avisa sin engaño de lo que está por llegar: una breve escena que combina el asombro del niño con la astucia irónica –juguetona– del adulto. La mala poesía nos deprime, escribe Wright. La naturaleza, hasta en sus fragmentos literalmente incultos, abre puertas, disipa cualquier indicio de hartazgo.
Deprimido por un libro de mala poesía, echo a andar hacia un prado silvestre e invito a los insectos a reunirse conmigo
Aliviado, dejo caer el libro tras una roca.
Asciendo una ligera cuesta de hierba.
No quiero molestar a las hormigas
que recorren en fila india el poste del cercado,
portando pequeños pétalos blancos,
lanzando sombras tan precarias que puedo ver por ellas.
Cierro los ojos un instante y escucho.
Los viejos saltamontes
están cansados, saltan pesadamente,
tienen sobrecarga en los muslos.
Me gustaría oírlos, los sonidos que emiten son claros.
Se han ido a dormir.
Delicioso y lejano, entonces, un oscuro grillo les releva
en los castillos de arce.
Trad. J. D.
Deprimido por un libro de mala poesía, echo a andar hacia un prado silvestre e invito a los insectos a reunirse conmigo
Aliviado, dejo caer el libro tras una roca.
Asciendo una ligera cuesta de hierba.
No quiero molestar a las hormigas
que recorren en fila india el poste del cercado,
portando pequeños pétalos blancos,
lanzando sombras tan precarias que puedo ver por ellas.
Cierro los ojos un instante y escucho.
Los viejos saltamontes
están cansados, saltan pesadamente,
tienen sobrecarga en los muslos.
Me gustaría oírlos, los sonidos que emiten son claros.
Se han ido a dormir.
Delicioso y lejano, entonces, un oscuro grillo les releva
en los castillos de arce.
Trad. J. D.