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viernes, noviembre 20, 2009

sobre robert graves

Hace algunos años, con motivo de la exposición que el Círculo de Bellas Artes dedicó a su figura y su obra, publiqué este artículo sobre Robert Graves en el suplemento cultural del ABC. Se trataba, creo recordar, de glosar su labor poética y desvelar algunas de las claves que animaron la escritura de sus poemas. La verdad, me había olvidado de la existencia de este trabajo, hasta que ayer mismo, rebuscando entre papeles viejos, di con una fotocopia en una carpeta llena de papeles oficiales y notas y tarjetas de cortesía. Leído ahora, creo que cumple dignamente con su función y que explica en pocas líneas quién fue el poeta Robert Graves. Lo cuelgo recordando mi visita el año pasado a su vieja casa en Deiá, un lugar tocado realmente por la gracia, y recordando también mis primeras lecturas de la poesía de Graves, una breve muestra de su obra en la que aparecían ya (no recuerdo ahora quién las traducía) canciones como «Cerezas o lirios» o ese breve «Gota de rocío y diamante» con que se cierra el artículo.


La poesía necesaria de Robert Graves

Más conocido entre los lectores por sus narraciones históricas (Yo, Claudio y su secuela, Claudio el dios) o sus recreaciones de la mitología clásica, como El vellocino de oro, Robert Graves (1895-1985) fue, antes y por encima de todo, un poeta. La poesía fue su primera vocación y la médula dorsal de su itinerario creativo, el ámbito hechizado en el que descansaba de los trabajos alimenticios que financiaron su exilio voluntario en Deià. Trabajador infatigable (sólo en 1972 su bibliografía sumaba ciento veinte títulos), Graves cultivó la biografía y la autobiografía, la novela histórica y la novela a secas, el relato corto y la literatura infantil, fue traductor, editor, conferenciante y compilador de guías y enciclopedias, antólogo y ensayista literario, y en todas estas capacidades supo combinar su gran erudición con un punto de sabrosa excentricidad que despojó su trabajo de cualquier asomo de pedantería y difundió su nombre entre el gran público. Pero el centro, la reina o «diosa blanca» de su colmena mallorquina fue la poesía, a la que se aferró en el transcurso de sus múltiples trabajos con una sana y admirable obstinación. Graves se inició como poeta y como poeta terminó sus días, cuando la edad lo hubo incapacitado para trabajos de más largo aliento. Por eso no deja de ser curioso, o aleccionador, que sus mejores poemas se escribieran en la etapa más prolífica de su vida, la que va del comienzo de la segunda guerra mundial a mediados de los sesenta.

El acontecimiento central en la vida y la poesía de Graves fue su precoz experiencia como soldado en las trincheras de la Gran Guerra. Esta vivencia traumática constituye el meollo de su libro autobiográfico Adiós a todo eso (1929), escrito a modo de exorcismo de un pasado con el que no tardaría en romper definitivamente, o al menos así explicó su traslado a Mallorca con la también poeta Laura Riding en octubre de 1929. Esta idea de exorcismo articula también su concepción de la poesía, entendida como un acto de reducción y domesticación de realidades demasiado intensas o terribles. Uno de sus mejores poemas, «The Cool Web», es explícito a este respecto. El lenguaje atrapa en sus redes lo inmanejable («el olor de la rosa en verano…, el horror de los soldados que desfilan») y nos lo entrega manso, obediente. El lenguaje, y en especial el lenguaje poético, cumple así una función terapéutica, tranquilizadora, que es garantía de cordura y nos prepara para una muerte serena:

 Hay una fresca telaraña de palabras que nos enreda,
 huye del excesivo gozo o del miedo excesivo…

Hijo de un conocido poeta y folclorista irlandés, Graves fue siempre un cultivador de formas y estilos tradicionales. Sus primeros libros abundan en romances y canciones pastoriles y tienen mucho de anacronismo en un momento en que el modernism de Eliot y Pound dominaba la literatura británica. Graves fue siempre hostil a la vanguardia y más de una vez expresó su franco disgusto por la poesía (y la persona) de Pound. Pero tuvo que esperar bastantes años para construir una alternativa seria al programa del modernism. En esta labor contó con la ayuda inapreciable de Laura Riding, quien limpió su idioma literario de adherencias sentimentales y retóricas y le educó en los beneficios de la alegoría y la elipsis. El resultado es una poesía de formas clásicas, serena y compuesta en la línea de Ben Jonson, pero al tiempo de gran soltura y ductilidad, capaz, en palabras de Michael Schmidt, de sostener «ritmos fuertemente coloquiales sobre una base prosódica tradicional». Graves es un escritor sobrio y mesurado, que concibe el poema como habla memorable y gusta, sin estridencias ni excesos, del aforismo, del verso lapidario.

Aunque su obra es variada y cubre muchos registros (alegoría, humor, metapoesía), hoy se le recuerda, sobre todo, como un gran poeta amoroso. Su concepción del amor, fundada en el culto a la «diosa blanca», subrayó la dimensión tiránica, voluble y caprichosa de la fascinación erótica, que sin embargo supo retratar con sabio humor y distancia. La diosa blanca (1948), uno de sus libros más fértiles y subyugantes, cumple la misma función que A Vision en el caso de Yeats, es decir: trata de ordenar las intuiciones y convicciones privadas del poeta en un sistema, una «ficción suprema» que sostenga y anime su cometido. Fue un libro importante en la educación de muchos poetas británicos, de Ted Hughes a Seamus Heaney pasando por Peter Redgrove, aunque cabe preguntarse hasta qué punto el propio Graves fue fiel a sus postulados. Lo cierto es que con los años su poesía se adelgazó, se volvió más ligera y juguetona, aunque sin perder nunca el acento de vigor y de entereza que caracteriza sus mejores momentos, como en esta breve y hermosa «canción» donde juega, una vez más, con su gusto por los esquemas maniqueos y las comparaciones memorables:


  
Gota de rocío y diamante

   La diferencia entre tú y ella
   (a quien una vez preferí)
   es fácil de apreciar: ella brillaba
   como un diamante, mas tú brillas
   como una gota de rocío
   sobre el pétalo de una rosa roja.

   La joven gota lleva en su mirada
   montaña y bosque, mar y cielo,
   y todos los cambios de clima;
   un diamante, por el contrario, escinde
   la visión en inútiles fragmentos
   que nadie puede restaurar.


                   Trad. J. D.

El original, aquí.
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miércoles, julio 23, 2008

robert graves, deiá


Entre las emociones de julio, la visita a Ca n'Alluny, la casa de Robert Graves en Deiá, una tarde de luz ecuánime, en completa soledad, sin prisas ni molestias (la responsable no tardó en aclararme que en verano casi no había visitantes, sólo «ingleses y algunos alemanes»). Los olivos y frutales del jardín, la piedra clara de los muros, la penumbra espaciosa de su cuarto de escritor, las vitrinas con libros, cartas y manuscritos... Todo muy bien cuidado, con gusto y elegancia.

Aquí está la foto (tomada por mi hermano) del escritorio donde Graves trabajó durante cerca de medio siglo. La cuelgo junto con un poema («una canción») que traduje hace muchísimos años, quizá veinte, y que rescato a modo de homenaje. Por alguna razón, nos quedamos sin tiempo para subir al cementerio y visitar su tumba. Aunque no soy aficionado a estos encuentros fetichistas (ni a hacer literatura barata al respecto), en este caso, al menos, tengo la sensación de haber faltado a una cita. Ojalá no tarde en remediarlo.


CANCIÓN: CEREZAS O LIRIOS

No hay más alternativa a la Muerte que el Amor,
ni más alternativa al Amor que la muerte.
La amistad coquetea en el sendero del Amor,
la dolencia en el de la Muerte.
haciendo cuanto pueden junto al lecho
con frutas y flores compradas al vendedor del carro.

No hay más alternativa a la Muerte que el Amor
ni más alternativa al Amor que la Muerte.
Derrama, pues, Amor, sobre mí tus cerezas,
o cúbreme de lirios, Muerte:
pues ni ella ni yo fuimos nunca de aquella raza
que duda o juguetea con la verdadera necesidad.

Trad. J. D.