en memoria de mi gato domino: 1951-1966
Me levanté a primera hora para orinar, y me pareció verte
curvado en una silla, la cabeza vuelta hacia mí,
como hacías cada mañana. Pero casi al instante,
más hecho a la penumbra, solo había una jarra
y una toalla de mano. Tiempo de sobra, sin embargo,
para que recayeran sobre mí las responsabilidades
del amor.
....... .....El carácter único de los muertos
es la fuente de nuestro sentimiento de pérdida y de luto;
ya de vuelta en la cama, traté de no evocar
cuanto sé que está intacto en mi mente: tu vida,
sujeta como estaba a mi cuidado.
No puedo concebir que estés muerto; tan sólo
te has ido antes que yo a un mundo que nos envía
indicios decrecientes de sus seres…
al fin y al cabo, seguro que les parecemos
patéticos, valiosos aunque poco importantes.
Fue tanto el tiempo que pasamos juntos
que no se me ocurrió que pudiera quedarme rezagado.
Hasta cuando sostuve el pelo familiar
y te envolvió la ola dulzona del sedante
pensaba que era yo quien viajaría…
Pero al mirar atrás solo hay vacío,
tus viejas medicinas y el retrato
que nos hicieron: triste modo de vida del que te has desprendido.
trad. J.D. / el original, aquí.
Por las fotografías, Fuller parece haber sido el típico hombre de clase media, pulcro y ordenado, pilar del establishment, al que John Cleese interpretaría con vocación satírica en los sketches de Monty Pithon. Y las apariencias no andaban del todo descaminadas, pues una de los rasgos de su obra es su sentido del equilibrio, su ecuanimidad; esa impresión de madurez tranquila de quien tiene a sus demonios bajo control. Él mismo era consciente de que su imagen de hombre práctico o de negocios se prestaba a ser malentendida. En un poema titulado «War Poet» hace repaso de las dolencias y desequilibrios de sus predecesores (de Swift a Coleridge, de Donne a Lawrence, pasando por Blake, que «vio pulgas y elfos») antes de concluir: «Les envidio no solo su talento / y su fértil carencia de equilibrio / sino que parecieran elegir / el sesgo de su voz, triste y fatal».
Fuller se educó en la obra de Auden y Spender, con los que compartió un interés temprano por los problemas sociales y el marxismo. Después de un breve coqueteo con el surrealismo, el trauma de la guerra le convenció de que la poesía, como recuerda su hijo, el también poeta John Fuller, «estaba en contar la verdad tal como la veía». Como Auden, era un virtuoso, capaz de expresarse en moldes formales muy diversos, aunque quizá sin el atrevimiento –la impertinencia– de su maestro. Ese virtuosismo lo convirtió con los años en un excelente poeta de circunstancias, como demuestra este poema que dedicó a su gato Domino: una muestra de esa poesía de lo cotidiano en la que los ingleses son maestros; y también una confirmación, por si hiciera falta, del afecto que profesan por sus mascotas, hasta extremos que a los poetas de nuestra lengua nos suelen parecer insólitos o vergonzantes. Es verdad que a nosotros, en general, el género de la poesía de circunstancias nos pilla lejos, no sé si porque entendemos la intimidad de otra manera o porque –directamente– no tenemos un lenguaje público y más o menos aceptable para ella.