Después del parón repentino
al que nos vimos forzados por la pandemia, el mundo editorial parece estar
recobrando su ritmo habitual. Y estos días, entre otras muchas novedades, llega
a las librerías este volumen de pequeño formato que recoge una selección de los
poemas de W. H. Auden (1907-1973) que traduje en su día para Galaxia Gutenberg
con el título de Los señores del límite. Selección de poemas y ensayos (1927-1973).
Un título en el que había, por cierto, un guiño al poeta Geoffrey Hill, que tomó
esa expresión de Auden para bautizar uno de sus libros de ensayos.
Aquel viejo
volumen se publicó a comienzos de 2007 y hace tiempo que está descatalogado, así
que parecía oportuno recuperar una parte al menos de ese material y darle nueva
vida. El resultado es este librito, titulado Cuarenta poemas, en el que
se incluyen las piezas más célebres de Auden: «El agente secreto», «Considéralo»,
«Musée des Beaux Arts», «Gare du Midi», «En memoria de W.B. Yeats», «España,
1937», «Elogio de la caliza» y tantas otras.
Dada la naturaleza
de la colección –creada explícitamente para ofrecer «selecciones portátiles que
recojan lo mejor y más significativo de cada poeta» y hacer de introducción a
su obra–, el libro solo incluye la traducción española. De todos modos, casi
todos los grandes poemas de Auden se pueden encontrar en internet, de forma que
es fácil tomar la traducción como punto de partida para viajar al original inglés.
Doy seguidamente la
ficha del libro y mi versión de uno de sus poemas cantarines de madurez, «Law Like Love», que más de una vez estuve tentado de compartir –con ánimo más irónico
que otra cosa– durante las semanas de estado de alarma. Es un botón de muestra
que da una idea del tono entre mundano y cómplice de su autor, pero también de
las dificultades (formales, sobre todo) que plantea traducirlo:
W. H. Auden, Cuarenta
poemas
Traducción y prólogo
de Jordi Doce
Galaxia Gutenberg,
Barcelona, 2020
112 páginas
ISBN:
978-8417971618
PVP: 11 €
La Ley como el amor
La Ley, dicen los jardineros, es el sol,
y la Ley es aquel
a quien los jardineros obedecen
mañana, hoy y ayer.
La Ley es la sabiduría de los ancianos,
abuelos impotentes que riñen sin aliento;
sacan su lengua bífida los nietos:
la Ley son los sentidos de los jóvenes.
La Ley, afirma el clérigo con ojos clericales,
echando su sermón a los seglares,
la Ley son las palabras en el libro sagrado
y la Ley es mi altar y mi espadaña;
la Ley, afirma el juez ajustando sus lentes,
hablando clara y muy severamente,
la Ley es como ya les dije,
la Ley es como saben que supongo,
la Ley es pero déjenme explicarlo,
pues la Ley es La Ley.
Pero escriben doctores legalistas:
la Ley no es lo correcto ni lo erróneo,
la Ley son solo crímenes
castigados en ciertos momentos y lugares,
la Ley son los ropajes que viste el ser humano
aquí y ahora,
la Ley es Buenos días y Hasta luego.
Otros dicen, la Ley es el Destino;
otros dicen, la Ley es el Estado;
otros dicen y dicen
que la Ley ya no existe,
que la Ley se ha esfumado.
Y siempre la ruidosa y airada multitud,
muy airada y muy ruidosa:
la Ley somos Nosotros,
y siempre el necio Yo que insiste débilmente.
Si nosotros, querido, no sabemos
más que ellos de la Ley y lo sabemos,
si tú, al igual que yo,
no sabes bien qué hacer o qué no,
salvo aceptar con todos
alegre o tristemente
que la Ley es y existe
y que todos lo saben,
si absurdo me parece, por lo tanto,
equiparar la Ley a otra palabra,
a diferencia de otros hombres
no sabría decir la Ley es Esto,
igual que no podemos cancelar
el deseo global de adivinar
o escurrirnos de nuestra posición
hacia una condición despreocupada.
Aunque al menos haré
que nuestra vanidad
declare con tibieza
un tibio parecido
del que luego jactarnos:
como el amor, sentencio.
Como el amor no sabemos ni dónde ni por qué,
como el amor no podemos forzarla ni ignorarla,
como el amor lloramos a menudo,
como el amor rara vez la guardamos.
trad. J. D. / el
original, aquí